- Me gustaría que me contaras lo sucedido -, aseguré con vehemencia.
La muchacha desvió la mirada de mis ojos y la dirigió a la ventana. Se mantuvo unos minutos en silencio. Buena señal, el silencio es el hábitat dónde se cultiva la palabra. Pasados unos minutos comenzó con voz decidida:
- Es una caja guarda secretos.
Me quedé mirando fijamente esas dos manos entrelazadas y apretadas como si guardaran un gran tesoro que no quisieran dejar escapar.
- Y dime, ¿cómo funciona?
- Es sencillo. Todo aquello que me ocurre, y que no quiero contar a nadie, lo meto aquí dentro y así estoy a salvo de que pueda enterarse alguien.
Seguía observándola atentamente mientras analizaba lo que me acababa de decir. Su compostura, sus gestos, su mirada. Lo que me estaba contando era real, o al menos, ella pensaba que lo era.
- ¿Qué tienes guardado en estos momentos? ¿Algún secreto interesante?
- Sí.
- ¿Me lo contarías a mí?
La joven pareció hundirse en fantásticos pensamientos. Su presencia me inquietaba. Aparentaba ser frágil como esa llama que hay que proteger del viento. Algo en su mirada parecía estar destrozado de forma irremediable.
Se acomodó y acabó diciendo:
- Salí a caminar temprano, como todos los días. Me dirigí a las afueras del pueblo. Me gusta dar largos paseos bajo la penumbra que provocan las primeras luces del alba. No llevaba ni diez minutos andando cuando me percaté de que había algo que se movía a unos metros de mí. Me quedé parada, fijando la vista en aquella silueta. Se movió con rapidez pasando a poca distancia del lugar dónde permanecía inmóvil, aguantando la respiración. Lo vi con mucha claridad. No era muy alto, llevaba una vieja gabardina y un sombrero. Todo era del mismo color.
- ¿Qué quieres decir?-, interrumpí.
- Pues lo que he dicho, que todo era del mismo color, su cara, su sombrero, la gabardina. Todo era negro, igual que el reflejo que proyecta nuestra imagen sobre una superficie cuando nos apuntan con un foco de luz. Una sombra.
- ¿Cómo en el cuento de Peter Pan?-, le pregunté mientras esbozaba una leve sonrisa.
- No me gusta que se rían de mí. Si no me tomas en serio me marcho-, me contestó con un tono de voz bastante malhumorado.
- Lo siento, no era mi intención. Por favor, continua, no volverá a ocurrir.
- La sombra pasó de largo y se encaminó hacia una colina cercana. Luego se sentó sobre una gran piedra y, cuando los primeros rayos de sol despuntaron, desapareció. Me acerqué al lugar dónde había estado sentada y entonces…
-¿Entonces?
- Entonces nada.
Una lágrima recorrió su mejilla derecha mientras con un pañuelo se secaba la nariz. Se había acurrucado en posición fetal sobre el sillón y sus manos seguían juntas y apretadas. Sin duda, en el espléndido edificio de su memoria se había derrumbado algún pilar haciendo que toda la estructura se viniera abajo. Sentía curiosidad por saber el final de la historia pero era consciente de que si seguía insistiendo le provocaría mucho sufrimiento.
- Te agradezco que me lo hayas contado, Laura. Por hoy es suficiente. Si te parece continuamos mañana. Puedes volver a tu habitación.
- Gracias doctor, hasta mañana…
Este blog es mi forma de compartir con todos vosotros mi día a día. Gracias a él sabréis de mis inquietudes, de mis alegrías, de mis tristezas...Es un blog en el que iré escribiendo todo aquello que considere merecedor de ser compartido y esperaré ansioso a leer vuestros comentarios. Porque lo más importante de este blog sois vosotros, mis amigos, mi familia y, en definitiva,todos aquellos que os molestais en leer lo que expone este humilde aprendiz de escritor. Va por vosotros.
martes, 30 de agosto de 2011
martes, 16 de agosto de 2011
Encrucijada
¿No habeis sentido alguna vez la sensación de estar atrapados en un presente que no se parece en nada a lo que en el pasado llamábamos futuro deseado?
Ayer, sentado frente a una vieja libreta garabateada con apuntes de partidas de cartas y listas de la compra, se me vino a la cabeza esta reflexión y escribí las siguintes líneas que encierran una amplio abanico de interpretaciones:
No quisiera tener que escribir las letras que ahora se agrupan afiladas en la frontera del razocinio.
No quisiera tener que decir lo que durante tanto tiempo he callado, salvaguardando así la memoria de un pasado real convertido en presente ficticio.
No quisiera ver como ceden los pilares de ese sueño que tantas noches acompañó mi deambular por el mundo de los ingenuos.
No quisiera... Pero quiero.
No quiero... Y no puedo.
No puedo... Pero debo.
¿Debo?...
Sí...
No...
No quisiera tener que elegir...
Ayer, sentado frente a una vieja libreta garabateada con apuntes de partidas de cartas y listas de la compra, se me vino a la cabeza esta reflexión y escribí las siguintes líneas que encierran una amplio abanico de interpretaciones:
No quisiera tener que escribir las letras que ahora se agrupan afiladas en la frontera del razocinio.
No quisiera tener que decir lo que durante tanto tiempo he callado, salvaguardando así la memoria de un pasado real convertido en presente ficticio.
No quisiera ver como ceden los pilares de ese sueño que tantas noches acompañó mi deambular por el mundo de los ingenuos.
No quisiera... Pero quiero.
No quiero... Y no puedo.
No puedo... Pero debo.
¿Debo?...
Sí...
No...
No quisiera tener que elegir...
jueves, 28 de julio de 2011
El timbre
Me incorporé de un salto al oír el timbre. No consigo recordar cuánto tiempo llevo tirado en el suelo dibujando este pictograma. De hecho, no sabía ni que fuera capaz de escribirlos y mucho menos de interpretarlos, pero allí estaban esa cantidad de símbolos tatuados sobre el suelo del salón de mi apartamento.
Me acerqué a la mesita donde tengo el teléfono, junto al sofá, y descolgué el auricular.
–Sí, ¿quién es? -, pregunté.
Al otro lado de la línea se oía una respiración profunda y entrecortada, jadeante en algunos momentos. Permanecí escuchando unos segundos y volví a decir:
-¿Hola?
El timbre me hizo reaccionar así que dejé el teléfono caer sobre la mesa y me dirigí corriendo hacia la puerta.
De camino tropecé con la enorme maleta de viaje que permanecía abierta en medio del pasillo con toda la ropa de invierno bien ordenada en su interior. Entre dos forros polares asomaban los billetes de avión de mi último viaje a Paris.
Qué maravilla de viaje, lo recuerdo perfectamente. Allí conocí a Marlene, una francesa de metro setenta, largas piernas, medidas de escándalo, pelo rubio cortito y ojos verde esmeralda. Eso sí, a pesar de esos ojazos y ese cuerpo, no había visto en mi vida una mujer tan fea como ella. Recuerdo especialmente aquella tarde cuando paseamos junto al río Sena en lo alto de un camión de bomberos para luego terminar cenando un sándwich a los pies de la torre Eiffel.
Abrí la puerta y no había nadie. Me asomé y miré a derecha y a izquierda. El pasillo estaba oscuro. Mi casa está situada en pleno Vallecas. Es un enorme edificio de seis plantas con doce apartamentos en cada una. Encendí la luz del pasillo y pude ver a una de mis vecinas, la señora Guzmán, entrando en su piso. Vestía como siempre. Su viejo abrigo verde, su bolso color negro y un gorro ajustado a su cabeza del mismo color que el abrigo.
– Señora Guzmán-, le grité, -¿Ha llamado usted a mi puerta?
La anciana se quedó parada sin entrar a su apartamento. Me fijé entonces en su espalda y me percaté de que aquella mujer no podía ser la señora Guzmán. Llevaba una especie de tatuaje que le cubría toda la parte trasera del abrigo con los mismos símbolos del pictograma que yo había descifrado hace unos minutos. Lentamente aquella desconocida se fue girando hacia mí y en ese momento pude verle las manos asomando por el final de las mangas del mugriento abrigo. Las uñas eran largas y sucias, las manos muy arrugadas y llenas de cortes, heridas y restos de lo que parecía ser sangre. La mujer se giró completamente y me miró a los ojos. Fui incapaz de contener un grito de horror al ver aquella cara.
Volví a entrar en mi apartamento y cerré la puerta con los dos cerrojos más la cadenita de seguridad.
Estaba asustado, tembloroso y al mismo tiempo no podía parar de reír. Seguía escuchando el timbre, aunque ahora parecía más una sirena. No me había dado cuenta hasta ese preciso instante del fuerte olor a quemado que había en toda la casa. Bajo la puerta que acababa de cerrar empezaron a aparecer pequeños filamentos de humo negro. Podía escuchar como alguien, o algo, la estaba arañando desde fuera. Me dirigí a la ventana para utilizar la escalera de incendios. Abajo, en la calle, se agrupaban varios coches de bomberos y la policía había acordonado la zona con cinta amarilla para que los curiosos se mantuvieran alejados. Me quedé allí, inmóvil junto a la ventana, observando la escena, hasta que aquel maldito timbre me devolvió una vez más a la realidad.
Tenía que actuar rápido. Me puse una toalla mojada cubriéndome la boca y la nariz, cogí la maleta y la lancé con todas mis fuerzas por la ventana. No miré al tirarla y por eso no pude evitar que cayera sobre uno de los bomberos que subía por la escalera mecánica en dirección a mi ventana. El impacto fue terrible y lo hizo caer desde una altura de más de quince metros. Desde abajo otro bombero parecía estar diciendo algo a través de un megáfono pero donde yo estaba no se oía más que un ligero timbre.
Un fuerte ruido llamó mi atención y al girarme pude ver que la puerta de la calle estaba abierta y una sombra se abalanzaba sobre mí cogiéndome con fuerza y empujándome hacia la ventana. Esta vez el timbre se convirtió en grito.
- Aagggggggg
Me incorporé con un sudor frío que me empapaba el cuerpo. Miré hacia la ventana sin poder abrir aún los ojos completamente cegado por la luz del día. Tanteé con mi mano derecha la mesilla y atiné a apagar el despertador. Por fin cesó el maldito timbre.
Me acerqué a la mesita donde tengo el teléfono, junto al sofá, y descolgué el auricular.
–Sí, ¿quién es? -, pregunté.
Al otro lado de la línea se oía una respiración profunda y entrecortada, jadeante en algunos momentos. Permanecí escuchando unos segundos y volví a decir:
-¿Hola?
El timbre me hizo reaccionar así que dejé el teléfono caer sobre la mesa y me dirigí corriendo hacia la puerta.
De camino tropecé con la enorme maleta de viaje que permanecía abierta en medio del pasillo con toda la ropa de invierno bien ordenada en su interior. Entre dos forros polares asomaban los billetes de avión de mi último viaje a Paris.
Qué maravilla de viaje, lo recuerdo perfectamente. Allí conocí a Marlene, una francesa de metro setenta, largas piernas, medidas de escándalo, pelo rubio cortito y ojos verde esmeralda. Eso sí, a pesar de esos ojazos y ese cuerpo, no había visto en mi vida una mujer tan fea como ella. Recuerdo especialmente aquella tarde cuando paseamos junto al río Sena en lo alto de un camión de bomberos para luego terminar cenando un sándwich a los pies de la torre Eiffel.
Abrí la puerta y no había nadie. Me asomé y miré a derecha y a izquierda. El pasillo estaba oscuro. Mi casa está situada en pleno Vallecas. Es un enorme edificio de seis plantas con doce apartamentos en cada una. Encendí la luz del pasillo y pude ver a una de mis vecinas, la señora Guzmán, entrando en su piso. Vestía como siempre. Su viejo abrigo verde, su bolso color negro y un gorro ajustado a su cabeza del mismo color que el abrigo.
– Señora Guzmán-, le grité, -¿Ha llamado usted a mi puerta?
La anciana se quedó parada sin entrar a su apartamento. Me fijé entonces en su espalda y me percaté de que aquella mujer no podía ser la señora Guzmán. Llevaba una especie de tatuaje que le cubría toda la parte trasera del abrigo con los mismos símbolos del pictograma que yo había descifrado hace unos minutos. Lentamente aquella desconocida se fue girando hacia mí y en ese momento pude verle las manos asomando por el final de las mangas del mugriento abrigo. Las uñas eran largas y sucias, las manos muy arrugadas y llenas de cortes, heridas y restos de lo que parecía ser sangre. La mujer se giró completamente y me miró a los ojos. Fui incapaz de contener un grito de horror al ver aquella cara.
Volví a entrar en mi apartamento y cerré la puerta con los dos cerrojos más la cadenita de seguridad.
Estaba asustado, tembloroso y al mismo tiempo no podía parar de reír. Seguía escuchando el timbre, aunque ahora parecía más una sirena. No me había dado cuenta hasta ese preciso instante del fuerte olor a quemado que había en toda la casa. Bajo la puerta que acababa de cerrar empezaron a aparecer pequeños filamentos de humo negro. Podía escuchar como alguien, o algo, la estaba arañando desde fuera. Me dirigí a la ventana para utilizar la escalera de incendios. Abajo, en la calle, se agrupaban varios coches de bomberos y la policía había acordonado la zona con cinta amarilla para que los curiosos se mantuvieran alejados. Me quedé allí, inmóvil junto a la ventana, observando la escena, hasta que aquel maldito timbre me devolvió una vez más a la realidad.
Tenía que actuar rápido. Me puse una toalla mojada cubriéndome la boca y la nariz, cogí la maleta y la lancé con todas mis fuerzas por la ventana. No miré al tirarla y por eso no pude evitar que cayera sobre uno de los bomberos que subía por la escalera mecánica en dirección a mi ventana. El impacto fue terrible y lo hizo caer desde una altura de más de quince metros. Desde abajo otro bombero parecía estar diciendo algo a través de un megáfono pero donde yo estaba no se oía más que un ligero timbre.
Un fuerte ruido llamó mi atención y al girarme pude ver que la puerta de la calle estaba abierta y una sombra se abalanzaba sobre mí cogiéndome con fuerza y empujándome hacia la ventana. Esta vez el timbre se convirtió en grito.
- Aagggggggg
Me incorporé con un sudor frío que me empapaba el cuerpo. Miré hacia la ventana sin poder abrir aún los ojos completamente cegado por la luz del día. Tanteé con mi mano derecha la mesilla y atiné a apagar el despertador. Por fin cesó el maldito timbre.
sábado, 16 de julio de 2011
Siempre en mi recuerdo
¡Buenos días, vieja!
Cómo pasa el tiempo. Ayer me acosté pensando en tí como otras tantas noches en los tres años que precisamente hoy se cumplen desde que te marchaste. Un trienio en el que he aprendido a vivir con la compañía diaria de tu recuerdo como prueba irrefutable de la huella que dejaste en mí.
Yo estoy bien, no me quejo. Ando por Guardamar pasando unos días en este caluroso verano. Ya sabes que es pasión lo que siento por este pueblo, aunque nunca entendiste el por qué de mi devoción por esta pequeña villa alicantina. Aquí tus nietas disfrutan todos los días de sol y playa. Tendrías que ver lo morenitas que se están poniendo. Por suerte en eso han salido a su padre, un servidor, y enseguida cogen el tono marrón, como le llaman ellas, en la piel. Por cierto, hace unos días Ainhoa te hizo un dibujo. Bueno, ella decía que esa era su abuela Rosa pero, entre tú y yo, no saliste muy favorecida. Al menos a mí me costaba reconocerte con esa nariz en forma de triángulo, el pelo cuadrado y de color castaño oscuro. El caso es que te dibujó paseando por la playa, con un cielo de un intenso azul que cubría tu deambular por una arena amarilla salpicada de pequeños círculos de diferentes colores que tu nieta identificaba como conchas de almejas. Cuando terminó el dibujo puso su nombre y dobló el folio por la mitad. Después me lo dió y me dijo que se lo diera al cartero para que te lo llevara al cielo.
Me encantaría poder meterme en esas cabecitas y descubrir que piensan que es el cielo. Mara me decía hace un par de semanas que ella nunca se iba a morir, que cuando fuera viejecita se iría con su abuela Rosa al cielo y se quedaría allí con ella.
Ya ves que están hechas un par de bichillos. A menudo te imagino jugando con ellas, esperándolas en la puerta del colegio a que terminen las clases, preparando sus fiestas de cumpleaños, santos, reyes... Muchas veces me urge la necesidad de descolgar el teléfono y llamarte para pedirte consejo, para que me asesores, para que me digas si lo estoy haciendo bien o no. Ahora entiendo cuando me repetías tantas veces aquello de:
- Ya serás padre y...
Ya te he puesto un poco al día, viejilla. Sólo quería escribirte unas líneas en este blog que nunca pude enseñarte y que sé que hubieras estado muy orgullosa de poder leer. Quién sabe, tal y como evolucionan las nuevas tecnologías quizás dentro de poco la banda ancha llegue a donde quiera que estés ahora.
Me apetecía que supieras que nunca te fuiste, tan sólo dejé verte hace tres años, y que te echo tanto de menos que duele.
No lo olvides nunca
Hasta mañana.
Cómo pasa el tiempo. Ayer me acosté pensando en tí como otras tantas noches en los tres años que precisamente hoy se cumplen desde que te marchaste. Un trienio en el que he aprendido a vivir con la compañía diaria de tu recuerdo como prueba irrefutable de la huella que dejaste en mí.
Yo estoy bien, no me quejo. Ando por Guardamar pasando unos días en este caluroso verano. Ya sabes que es pasión lo que siento por este pueblo, aunque nunca entendiste el por qué de mi devoción por esta pequeña villa alicantina. Aquí tus nietas disfrutan todos los días de sol y playa. Tendrías que ver lo morenitas que se están poniendo. Por suerte en eso han salido a su padre, un servidor, y enseguida cogen el tono marrón, como le llaman ellas, en la piel. Por cierto, hace unos días Ainhoa te hizo un dibujo. Bueno, ella decía que esa era su abuela Rosa pero, entre tú y yo, no saliste muy favorecida. Al menos a mí me costaba reconocerte con esa nariz en forma de triángulo, el pelo cuadrado y de color castaño oscuro. El caso es que te dibujó paseando por la playa, con un cielo de un intenso azul que cubría tu deambular por una arena amarilla salpicada de pequeños círculos de diferentes colores que tu nieta identificaba como conchas de almejas. Cuando terminó el dibujo puso su nombre y dobló el folio por la mitad. Después me lo dió y me dijo que se lo diera al cartero para que te lo llevara al cielo.
Me encantaría poder meterme en esas cabecitas y descubrir que piensan que es el cielo. Mara me decía hace un par de semanas que ella nunca se iba a morir, que cuando fuera viejecita se iría con su abuela Rosa al cielo y se quedaría allí con ella.
Ya ves que están hechas un par de bichillos. A menudo te imagino jugando con ellas, esperándolas en la puerta del colegio a que terminen las clases, preparando sus fiestas de cumpleaños, santos, reyes... Muchas veces me urge la necesidad de descolgar el teléfono y llamarte para pedirte consejo, para que me asesores, para que me digas si lo estoy haciendo bien o no. Ahora entiendo cuando me repetías tantas veces aquello de:
- Ya serás padre y...
Ya te he puesto un poco al día, viejilla. Sólo quería escribirte unas líneas en este blog que nunca pude enseñarte y que sé que hubieras estado muy orgullosa de poder leer. Quién sabe, tal y como evolucionan las nuevas tecnologías quizás dentro de poco la banda ancha llegue a donde quiera que estés ahora.
Me apetecía que supieras que nunca te fuiste, tan sólo dejé verte hace tres años, y que te echo tanto de menos que duele.
No lo olvides nunca
Hasta mañana.
martes, 5 de julio de 2011
Un año de blog
La semana pasada se cumplió el primer año de vida de este blog.
Echando la vista atrás no sabría explicar por qué comencé esta aventura en solitario. Nunca fui lector asiduo de blogs y jamás se me había pasado por la cabeza el participar en uno. Recuerdo que fue una tarde del mes de junio cuando sentí la necesidad de escribir, no sabía el qué, pero me apetecía mucho hacerlo. Quería contar situaciones vividas que para mi fueran importantes y así compartirlas con todos mis amigos y familiares, porque esa era la idea inicial de este blog, compartir mis vivencias con las personas cercanas a mí.
Jamás hubiera imaginado que aquellas historias que tanto me divertía escribir iban a tener tanta aceptación entre vosotros. Desde el principio me animasteis a seguir escribiendo y yo lo hacía encantado. Empecé a tener contacto con amigos de los que llevaba tiempo sin tener noticias y que un día aparecieron de la nada diciéndome:
- Eh, he leído tu blog y me ha gustado.
Desde aquel primer artículo hasta hoy las cosas han cambiado bastante. Lo que empezó siendo un blog personal ha pasado a convertirse en un espacio dónde puedo compartir con amigos, familia y seguidores mi pasión por la escritura.
Como me emociona poner la palabra “seguidores”.
Que los amigos o familiares lean lo que escribo y me animen a continuar es algo precioso, pero al tiempo previsible, al fin y al cabo son las personas que me quieren y están junto a mí. Pero cuando gente que no conoces de nada os hacéis seguidores oficiales de mi blog, cuando gente de otros países comentáis mis escritos, cuando personas a las que nunca he visto leen y me piden que siga escribiendo, la sensación que me invade es indescriptible.
Ayer mismo estuve echando un vistazo al apartado de las estadísticas y los números son realmente increíbles:
Visitas a la página: 7101
Países desde los se ha accedido al blog: 54 diferentes, entre los que destacan:
Desde México: 286 visitas.
Desde Argentina: 214 visitas
Desde Chile: 193 visitas
Desde Colombia: 103 visitas
Desde Venezuela: 92 visitas.
Desde EEUU: 80 visitas
Desde Perú: 78 visitas
Desde Reino Unido: 68 visitas
Desde Francia: 60 visitas
Se han escrito un total de 193 comentarios a mis artículos y 42 personas se han hecho “seguidoras oficiales” del blog…
¡Qué puedo decir!
Gracias, gracias y mil veces gracias.
El proyecto individual que Miguel, Miki, empezó hace un año se ha convertido en la aventura que Mike Scotland ha iniciado en compañía de un grupo de amigos que formáis el pilar central sobre el que se cimienta este blog. Mientras vosotros estéis ahí yo seguiré escribiendo, porque me gusta, porque lo necesito y porque compartirlo con vosotros hace que merezca la pena continuar.
Un fuerte abrazo
Echando la vista atrás no sabría explicar por qué comencé esta aventura en solitario. Nunca fui lector asiduo de blogs y jamás se me había pasado por la cabeza el participar en uno. Recuerdo que fue una tarde del mes de junio cuando sentí la necesidad de escribir, no sabía el qué, pero me apetecía mucho hacerlo. Quería contar situaciones vividas que para mi fueran importantes y así compartirlas con todos mis amigos y familiares, porque esa era la idea inicial de este blog, compartir mis vivencias con las personas cercanas a mí.
Jamás hubiera imaginado que aquellas historias que tanto me divertía escribir iban a tener tanta aceptación entre vosotros. Desde el principio me animasteis a seguir escribiendo y yo lo hacía encantado. Empecé a tener contacto con amigos de los que llevaba tiempo sin tener noticias y que un día aparecieron de la nada diciéndome:
- Eh, he leído tu blog y me ha gustado.
Desde aquel primer artículo hasta hoy las cosas han cambiado bastante. Lo que empezó siendo un blog personal ha pasado a convertirse en un espacio dónde puedo compartir con amigos, familia y seguidores mi pasión por la escritura.
Como me emociona poner la palabra “seguidores”.
Que los amigos o familiares lean lo que escribo y me animen a continuar es algo precioso, pero al tiempo previsible, al fin y al cabo son las personas que me quieren y están junto a mí. Pero cuando gente que no conoces de nada os hacéis seguidores oficiales de mi blog, cuando gente de otros países comentáis mis escritos, cuando personas a las que nunca he visto leen y me piden que siga escribiendo, la sensación que me invade es indescriptible.
Ayer mismo estuve echando un vistazo al apartado de las estadísticas y los números son realmente increíbles:
Visitas a la página: 7101
Países desde los se ha accedido al blog: 54 diferentes, entre los que destacan:
Desde México: 286 visitas.
Desde Argentina: 214 visitas
Desde Chile: 193 visitas
Desde Colombia: 103 visitas
Desde Venezuela: 92 visitas.
Desde EEUU: 80 visitas
Desde Perú: 78 visitas
Desde Reino Unido: 68 visitas
Desde Francia: 60 visitas
Se han escrito un total de 193 comentarios a mis artículos y 42 personas se han hecho “seguidoras oficiales” del blog…
¡Qué puedo decir!
Gracias, gracias y mil veces gracias.
El proyecto individual que Miguel, Miki, empezó hace un año se ha convertido en la aventura que Mike Scotland ha iniciado en compañía de un grupo de amigos que formáis el pilar central sobre el que se cimienta este blog. Mientras vosotros estéis ahí yo seguiré escribiendo, porque me gusta, porque lo necesito y porque compartirlo con vosotros hace que merezca la pena continuar.
Un fuerte abrazo
miércoles, 15 de junio de 2011
Un par de microrrelatos sentimentales
Sufriendo por ti, sufriendo contigo
Amanece un nuevo día y estoy contigo. Es lo único que importa. Me quedé sola hace mucho tiempo. Continúo un año más y no encuentro trabajo. Apenas puedo hacer frente al día a día. Voy saliendo como puedo. Es duro. Muy difícil. Pero tú lo haces llevadero. Por el hecho de ser mujeres se nos presupone un aguante para el sufrimiento fuera de lo común. Pero no es cierto. No lo es. Sufro como cualquier ser vivo cuando lo hieren. Tenerte hace más llevadero ese sufrimiento. No te faltará nada.
Jamás olvidaré aquel primer día, cuando llegaste a mí. Nunca antes había deseado nada, pero a ti te anhelaba desde hacía tiempo.
Mi vida no es fácil aunque tenerte a ti, hija mía, hace que merezca la pena vivirla.
Buscando afecto
Camino cabizbajo, con las manos en los bolsillos, sumido en pensamientos que se encuentran muy lejos de la realidad que vivo. Llevo así las últimas dos horas. Los últimos dos días. Las últimas dos semanas...
Me paro frente al escaparate de los besos y contemplo uno dulce que me seduce desde el primer momento. Pregunto el precio y me desmorono. Demasiado caro. Intento negociar con la dependienta. Le explico que necesito con urgencia ese beso con sabor a esperanza. No hay manera. Me invita a pasear por otras secciones.
- Pruebe en la de abrazos, o en los apretones de manos.
Las pocas monedas que llevo me alcanzan para una palmadita en la espalda.
Mañana lo intentaré en una tienda de besos de ocasión.
Amanece un nuevo día y estoy contigo. Es lo único que importa. Me quedé sola hace mucho tiempo. Continúo un año más y no encuentro trabajo. Apenas puedo hacer frente al día a día. Voy saliendo como puedo. Es duro. Muy difícil. Pero tú lo haces llevadero. Por el hecho de ser mujeres se nos presupone un aguante para el sufrimiento fuera de lo común. Pero no es cierto. No lo es. Sufro como cualquier ser vivo cuando lo hieren. Tenerte hace más llevadero ese sufrimiento. No te faltará nada.
Jamás olvidaré aquel primer día, cuando llegaste a mí. Nunca antes había deseado nada, pero a ti te anhelaba desde hacía tiempo.
Mi vida no es fácil aunque tenerte a ti, hija mía, hace que merezca la pena vivirla.
Buscando afecto
Camino cabizbajo, con las manos en los bolsillos, sumido en pensamientos que se encuentran muy lejos de la realidad que vivo. Llevo así las últimas dos horas. Los últimos dos días. Las últimas dos semanas...
Me paro frente al escaparate de los besos y contemplo uno dulce que me seduce desde el primer momento. Pregunto el precio y me desmorono. Demasiado caro. Intento negociar con la dependienta. Le explico que necesito con urgencia ese beso con sabor a esperanza. No hay manera. Me invita a pasear por otras secciones.
- Pruebe en la de abrazos, o en los apretones de manos.
Las pocas monedas que llevo me alcanzan para una palmadita en la espalda.
Mañana lo intentaré en una tienda de besos de ocasión.
viernes, 3 de junio de 2011
Mi cine
Me gusta el cine. Disfruto de cualquier género que el séptimo arte sea capaz de inventar. Tengo cientos de actores y actrices favoritos. Me apasiona el cine americano, y el europeo, y el oriental. Soy un enamorado del cine español, el de mi tierra, el de mi país.
Soy consciente de que formo parte de una especie en peligro de extinción. Sé que pertenezco a ese grupo cada vez más reducido de personas que acudimos a ver películas a las salas de proyección. A esa clase de seres que necesitan del cine para sobrevivir.
Sí, me gusta acudir a los cines, pero a los tradicionales, a los de toda la vida. Me gustan las grandes salas situadas en el centro de las ciudades, rodeadas de edificios a través de cuyas ventanas se asoman seres de otras especies a contemplar como los raros hacemos cola para sacar una entrada.
Me gusta mi cine. De butacas aterciopeladas, rústicas, de estrechos reposabrazos. Con asientos abatibles en los que resulta habitual encontrar algún agujero. Me gusta sentarme en ellas, acomodarme y mirar alrededor mientras espero que apaguen las luces. Soy de los que aún siente un cosquilleo en el estómago cuando la sala queda a oscuras y se abren las cortinas que cubren la pantalla. Porque mi cine tiene cortinaje. Dos grandes puertas de terciopelo rojo que se separan dejando paso a un universo de fantasía, épica e imaginación.
Nunca he sido de los que se incomoda cuando, una vez empezada la proyección, aparece el acomodador con su pequeña linterna guiando entre la oscuridad de la sala a un par de rezagados de última hora. Mi cine también tiene acomodador, Antonio. Siempre uniformado con su impecable traje gris y a punto de cumplir los sesenta. Este cine perdería parte de su esencia si él no estuviera.
En mi cine aplaudimos al acabar la película. De esta manera descargamos la tensión y recompensamos el mérito de quien nos arrancó unas risas o unas lágrimas. O simplemente reconocemos la labor de ese equipo de cientos de personas que han hecho posible que durante un par de horas logremos evadirnos de la monotonía cotidiana y del estrés diario.
Mi cine ha cerrado. Al parecer alguien llegó con varias hojas de números imposibles y dijo que no era rentable. Antonio, mi acomodador, me dijo con los ojos llenos de lágrimas que lo veían venir. Cada vez éramos menos los raros que hacíamos cola en las taquillas y más los que asomaban por las ventanas de los edificios cercanos.
Las grandes cortinas de la imaginación se han cerrado.
Soy consciente de que formo parte de una especie en peligro de extinción. Sé que pertenezco a ese grupo cada vez más reducido de personas que acudimos a ver películas a las salas de proyección. A esa clase de seres que necesitan del cine para sobrevivir.
Sí, me gusta acudir a los cines, pero a los tradicionales, a los de toda la vida. Me gustan las grandes salas situadas en el centro de las ciudades, rodeadas de edificios a través de cuyas ventanas se asoman seres de otras especies a contemplar como los raros hacemos cola para sacar una entrada.
Me gusta mi cine. De butacas aterciopeladas, rústicas, de estrechos reposabrazos. Con asientos abatibles en los que resulta habitual encontrar algún agujero. Me gusta sentarme en ellas, acomodarme y mirar alrededor mientras espero que apaguen las luces. Soy de los que aún siente un cosquilleo en el estómago cuando la sala queda a oscuras y se abren las cortinas que cubren la pantalla. Porque mi cine tiene cortinaje. Dos grandes puertas de terciopelo rojo que se separan dejando paso a un universo de fantasía, épica e imaginación.
Nunca he sido de los que se incomoda cuando, una vez empezada la proyección, aparece el acomodador con su pequeña linterna guiando entre la oscuridad de la sala a un par de rezagados de última hora. Mi cine también tiene acomodador, Antonio. Siempre uniformado con su impecable traje gris y a punto de cumplir los sesenta. Este cine perdería parte de su esencia si él no estuviera.
En mi cine aplaudimos al acabar la película. De esta manera descargamos la tensión y recompensamos el mérito de quien nos arrancó unas risas o unas lágrimas. O simplemente reconocemos la labor de ese equipo de cientos de personas que han hecho posible que durante un par de horas logremos evadirnos de la monotonía cotidiana y del estrés diario.
Mi cine ha cerrado. Al parecer alguien llegó con varias hojas de números imposibles y dijo que no era rentable. Antonio, mi acomodador, me dijo con los ojos llenos de lágrimas que lo veían venir. Cada vez éramos menos los raros que hacíamos cola en las taquillas y más los que asomaban por las ventanas de los edificios cercanos.
Las grandes cortinas de la imaginación se han cerrado.
jueves, 26 de mayo de 2011
El abuelo
- Vamos, deprisa.
- Espérame, Jaime, no puedo seguirte.
- Venga, corre o cuando lleguemos se habrá ido.
Cruzamos el viejo puente de piedra y bajamos al río.
Allí estaba, dentro del Narcea, con el agua por las rodillas. Llevaba puesto su uniforme de pesca. Un chaleco verde, su camisa a cuadros, el pantalón impermeable y la gorra marrón descolorida por el sol.
- ¡Abuelo!-, gritamos mientras levantamos nuestras manos.
Corrimos hacia él y nos sentamos sobre las piedras de la orilla viendo como lanzaba repetidamente su caña y como la mosca rebotaba sobre el agua de un lado a otro.
Los viernes tarde nos venimos al pueblo. Para mi hermano, Andrés, y para mí es el mejor momento de la semana. Mis abuelos, las montañas, los bosques, los ríos…
Mi abuelo pasa los días pescando. Es su pasión. Le gusta salir temprano con su caña y su caja de aparejos. Mi abuela suele ir tras él gritándole que vuelva a por su almuerzo que, como siempre, olvidó coger.
Cuando éramos más pequeños y regresaba con alguna captura, corría tras nosotros con el pez en la mano moviéndole la boca mientras nos decía:
- Venid aquí nanos, que os voy a comer.
El momento de la comida es especial. Todos escuchamos sus historias alrededor de la mesa sobre sus combates contra truchas y salmones.
En la de hoy, un enorme salmón tiró del anzuelo haciéndole perder el equilibrio y caer. El animal se escapó pero el abuelo vio como dos más venían corriente abajo así que se incorporó a tiempo de coger la caña y arrastrar el anzuelo hasta que uno de los peces quedó enganchado.
Todos reímos escuchando sus relatos mientras degustamos el delicioso salmón cocinado por mi abuela.
Nunca me cansaré de venir al pueblo a ver a mi abuelo.
- Espérame, Jaime, no puedo seguirte.
- Venga, corre o cuando lleguemos se habrá ido.
Cruzamos el viejo puente de piedra y bajamos al río.
Allí estaba, dentro del Narcea, con el agua por las rodillas. Llevaba puesto su uniforme de pesca. Un chaleco verde, su camisa a cuadros, el pantalón impermeable y la gorra marrón descolorida por el sol.
- ¡Abuelo!-, gritamos mientras levantamos nuestras manos.
Corrimos hacia él y nos sentamos sobre las piedras de la orilla viendo como lanzaba repetidamente su caña y como la mosca rebotaba sobre el agua de un lado a otro.
Los viernes tarde nos venimos al pueblo. Para mi hermano, Andrés, y para mí es el mejor momento de la semana. Mis abuelos, las montañas, los bosques, los ríos…
Mi abuelo pasa los días pescando. Es su pasión. Le gusta salir temprano con su caña y su caja de aparejos. Mi abuela suele ir tras él gritándole que vuelva a por su almuerzo que, como siempre, olvidó coger.
Cuando éramos más pequeños y regresaba con alguna captura, corría tras nosotros con el pez en la mano moviéndole la boca mientras nos decía:
- Venid aquí nanos, que os voy a comer.
El momento de la comida es especial. Todos escuchamos sus historias alrededor de la mesa sobre sus combates contra truchas y salmones.
En la de hoy, un enorme salmón tiró del anzuelo haciéndole perder el equilibrio y caer. El animal se escapó pero el abuelo vio como dos más venían corriente abajo así que se incorporó a tiempo de coger la caña y arrastrar el anzuelo hasta que uno de los peces quedó enganchado.
Todos reímos escuchando sus relatos mientras degustamos el delicioso salmón cocinado por mi abuela.
Nunca me cansaré de venir al pueblo a ver a mi abuelo.
miércoles, 18 de mayo de 2011
Filandón literario
Filandón: Reunión que se realiza por las noches una vez terminada la cena, en la que se cuentan en voz alta cuentos al tiempo que se trabaja en alguna labor manual (generalmente textil). Tal reunión se solía hacer alrededor de una hoguera, con los participantes sentados en escaños o bancadas.
El pasado sábado me acerqué a la librería Escarabajal a recoger el premio del concurso de microrrelatos del Ayuntamiento de Cartagena. Estuvimos casi una hora deambulando por los dos pisos de la librería recopilando libros y más libros (en total me llevé once) a la vez que charlábamos cordialmente con Ana, gerente del establecimiento. Cuando ya nos íbamos me comentó que si me interesaría acudir por la noche a un encuentro literario, filandón, que iba a tener lugar en aquellas mismas instalaciones, al que acudirían varios escritores a leer sus cuentos o relatos. Por supuesto acepté encantado y quedamos en vernos esa misma noche. El filandón literario se celebraba dentro de las actividades de la noche literaria, encuadrado todo en la tercera edición de la noche de los museos. Me apetecía mucho la idea de leer uno de mis textos en público si bien temía que los nervios me jugaran una mala pasada y más sabiendo que también iban a estar presentes escritores de la talla de María Dueñas, Lola Mondejar, Isabel Mellado o Antonio Parra. El acto comenzó pasadas las nueve de la noche y fue María Dueñas la primera en leer el primer capítulo de su libro El tiempo entre costuras.
Tras ella continuó Antonio Parra y otros escritores cartageneros que, si bien yo no los conocía a todos, tenían libros publicados. A mitad de la velada se procedió a la presentación del libro El perro que comía silencio, de la escritora Isabel Mellado. Me sorprendió muchísimo esta mujer, de aspecto sencillo, por la calidez y amabilidad que transmitía. A parte de escritora es violinista profesional e iba intercalando la lectura de algunos de sus fantásticos cuentos con piezas interpretadas al violín por ella misma. Una vez terminada la presentación se prosiguó con la lectura de relatos. Por el micrófono fueron pasando diferentes autores cartageneros, miembros de talleres y asociaciones literarias en su mayoría. Hasta que, alrededor de las once y media de la noche, me llegó mi turno. Había llevado mi relato de Los señores del bosque. Cuando me nombraron salí, me acerqué el micrófono y comencé a leer con una naturalidd y tranquilidad fuera de lo común. Parecía que lo llevaba haciendo toda mi vida. Conforme iba leyendo me iba creciendo y disfrutaba del momento. El público escuchó en silencio y al terminar me brindaron un gran aplauso. Varias personas se acercaron a mí diciéndome que les había gustado e incluso hubo quien me pidió que le regalara el relato, cosa que hice encantado. En resumen, fue una noche maravillosa. Me encantó poder estar allí, rodeado de libros por todas partes, con tan buenos escritores cerca y leer ante un público cartagenero uno de mis relatos.
El pasado sábado me acerqué a la librería Escarabajal a recoger el premio del concurso de microrrelatos del Ayuntamiento de Cartagena. Estuvimos casi una hora deambulando por los dos pisos de la librería recopilando libros y más libros (en total me llevé once) a la vez que charlábamos cordialmente con Ana, gerente del establecimiento. Cuando ya nos íbamos me comentó que si me interesaría acudir por la noche a un encuentro literario, filandón, que iba a tener lugar en aquellas mismas instalaciones, al que acudirían varios escritores a leer sus cuentos o relatos. Por supuesto acepté encantado y quedamos en vernos esa misma noche. El filandón literario se celebraba dentro de las actividades de la noche literaria, encuadrado todo en la tercera edición de la noche de los museos. Me apetecía mucho la idea de leer uno de mis textos en público si bien temía que los nervios me jugaran una mala pasada y más sabiendo que también iban a estar presentes escritores de la talla de María Dueñas, Lola Mondejar, Isabel Mellado o Antonio Parra. El acto comenzó pasadas las nueve de la noche y fue María Dueñas la primera en leer el primer capítulo de su libro El tiempo entre costuras.
Tras ella continuó Antonio Parra y otros escritores cartageneros que, si bien yo no los conocía a todos, tenían libros publicados. A mitad de la velada se procedió a la presentación del libro El perro que comía silencio, de la escritora Isabel Mellado. Me sorprendió muchísimo esta mujer, de aspecto sencillo, por la calidez y amabilidad que transmitía. A parte de escritora es violinista profesional e iba intercalando la lectura de algunos de sus fantásticos cuentos con piezas interpretadas al violín por ella misma. Una vez terminada la presentación se prosiguó con la lectura de relatos. Por el micrófono fueron pasando diferentes autores cartageneros, miembros de talleres y asociaciones literarias en su mayoría. Hasta que, alrededor de las once y media de la noche, me llegó mi turno. Había llevado mi relato de Los señores del bosque. Cuando me nombraron salí, me acerqué el micrófono y comencé a leer con una naturalidd y tranquilidad fuera de lo común. Parecía que lo llevaba haciendo toda mi vida. Conforme iba leyendo me iba creciendo y disfrutaba del momento. El público escuchó en silencio y al terminar me brindaron un gran aplauso. Varias personas se acercaron a mí diciéndome que les había gustado e incluso hubo quien me pidió que le regalara el relato, cosa que hice encantado. En resumen, fue una noche maravillosa. Me encantó poder estar allí, rodeado de libros por todas partes, con tan buenos escritores cerca y leer ante un público cartagenero uno de mis relatos.
sábado, 14 de mayo de 2011
Mirando cornisas
Han pasado tres días desde que se produjeron los dos terremotos que golpearon con dureza la ciudad de Lorca y seguimos consternados. Nueve muertos, más de trescientos heridos y miles de personas sin hogar. Uno está acostumbrado a vivir día sí, día también, con imágenes y noticias sobre cataclismos lejanos, en distintas partes del mundo, que asolan ciudades de este o aquel país. Pero siempre lo vemos a través de la televisión o de los periódicos haciéndonos partícipes de una especie de película de ciencia ficción que no termina de coger tintes de realidad por muy crudas que puedan ser las imágenes que aparezcan.
Pero resulta que ahora no vemos imágenes, sino realidad. Resulta que el terremoto no se ha producido en el lejano Japón, sino en España. Resulta que las casas que se han caído no son en el norte de África o en Sudamérica, sino en nuestra Región. Resulta que los muertos no son esa especie de actores inertes que aparecen en la caja tonta, sino paisanos que tenemos aquí al lado, en mi caso a tan solo ochenta kilómetros. Resulta que la mayoría de los que vivimos en esta Comunidad Autónoma hemos caminado muchas veces por esas calles lorquinas, ahora destruidas. Hemos comido o cenado en esos restaurantes ahora destrozados. Conocemos a habitantes de esta localidad que han resultado heridos, que han perdido sus casas, sus negocios, su vida…
Las desgracias lo son siempre, hablen el idioma que hablen, pero es cierto eso que dicen que a cada cual le duele más lo suyo y en este caso en este país, en esta Comunidad, muchos, casi todos, hemos sufrido, y sentido como nuestra esta catástrofe.
Vivimos en una zona altamente sísmica. Eso es un hecho que todos los cartageneros, murcianos y habitantes del sureste peninsular sabemos, pero nunca nos planteamos los peligros que esto conlleva hasta que no sufrimos de cerca un desastre como el vivido hace unos días.
Ayer mismo salí a pasear mirando hacia el techo de mi ciudad. Nunca me había dado cuenta de la cantidad de cornisas, de balcones, que tenemos en Cartagena. Unas cornisas y unos balcones similares a los que arrancaron la vida a esas nueve personas de nuestra vecina Lorca.
Aprendamos de los errores. Corrijamos los fallos para estar preparados cuando llegue el siguiente terremoto, porque seguro que tendremos un siguiente. Y recordemos, desde el cariño, desde el corazón, a esas nueve víctimas que decidieron salir corriendo para salvar su vida... y no tuvieron tiempo de mirar hacia arriba.
miércoles, 11 de mayo de 2011
El último árbol
Con ese ya son trece los camaradas caídos en el día de hoy. Apenas quedamos una docena en este bosque donde antes nos contaban por cientos.
Durante siglos hemos tenido que sobrevivir frente a los continuos ataques de nuestros vecinos. Hemos aguantado todo tipo de vejaciones. Miles de nosotros han perdido la vida bajo las llamas provocadas por la demencia de estos seres. Mires a donde mires, compruebas cómo viven gracias a lo que nos roban, a esas vidas que nos arrancan sin remordimiento alguno. Para ellos somos una simple materia, así nos llaman. Nos usan, nos utilizan y cuando ya no pueden exprimirnos más desechan nuestros restos y los carbonizan.
¿Y que hacemos nosotros?
¿Acaso nos defendemos?
Todo lo contrario. Les damos cobijo. Les cedemos nuestros claros para que acampen. Nuestros ríos para que se refresquen. Les abrimos senderos para que nos crucen y espacios para que jueguen. Los protegemos de los rayos solares para que no sufran. Les ofrecemos tranquilidad, reposo, calma, paz…Naturaleza…Vida.
Ha llegado mi turno. Vienen a por mí.
Es irónico. Dicen sus libros que somos seres vivos…Y yo me pregunto:
- ¿Por qué no se nos trata como a tales?
- ¿Por qué?...
Durante siglos hemos tenido que sobrevivir frente a los continuos ataques de nuestros vecinos. Hemos aguantado todo tipo de vejaciones. Miles de nosotros han perdido la vida bajo las llamas provocadas por la demencia de estos seres. Mires a donde mires, compruebas cómo viven gracias a lo que nos roban, a esas vidas que nos arrancan sin remordimiento alguno. Para ellos somos una simple materia, así nos llaman. Nos usan, nos utilizan y cuando ya no pueden exprimirnos más desechan nuestros restos y los carbonizan.
¿Y que hacemos nosotros?
¿Acaso nos defendemos?
Todo lo contrario. Les damos cobijo. Les cedemos nuestros claros para que acampen. Nuestros ríos para que se refresquen. Les abrimos senderos para que nos crucen y espacios para que jueguen. Los protegemos de los rayos solares para que no sufran. Les ofrecemos tranquilidad, reposo, calma, paz…Naturaleza…Vida.
Ha llegado mi turno. Vienen a por mí.
Es irónico. Dicen sus libros que somos seres vivos…Y yo me pregunto:
- ¿Por qué no se nos trata como a tales?
- ¿Por qué?...
viernes, 6 de mayo de 2011
Forjando un escritor
No voy a negar que escribir siempre me ha gustado. Puede incluso que lo lleve en los genes ya que mi madre fue una excelente escritora. La poesía fue el género donde ella se mostró más segura si bien también triunfó como narradora, articulista y prosista.
Como buen hijo que se siente orgulloso del trabajo realizado por su madre me inicié en esto de la literatura en el mismo género, es decir, en poesía. Recuerdo que con dieciséis años empecé a escribir mis primeros poemas. Uno dedicado a la semana santa, al abuelo que acababa de perder, a mi ahijado recién nacido, al romance de verano, a mi mejor amiga de la que estaba profundamente enamorado…Y así hasta una docena de poemas que andarán perdidos en el fondo de algún cajón en casa de mi padre. La afición por escribir me duró un par de años. Supongo que consideré que no era compatible con la universidad, los amigos, novia, trabajo, otro trabajo, y otro más, casa, niñas, lamentaciones por estar en paro…y así hasta hace aproximadamente un año.
- ¿Qué ocurrió hace un año?
Pues que decidí un buen día escribir mi propio blog. Este blog.
Mi primera idea era contar todo aquello que me fuera sucediendo para que todos mis familiares y amigos pudieran estar al día sobre el deambular de mi vida. Escribía artículos sobre cualquier cosa que me ocurría y los colgaba en esta página. Al poco tiempo de empezar a escribir, muchos de vosotros comenzasteis a felicitarme por mi forma de contar las diferentes anécdotas. Palabras como amenas, divertidas, de fácil lectura, inundaban mis oídos haciendo que mi ego engordara tres tallas. No obstante continué con los pies en el suelo siendo consciente de que, por suerte, tengo muy buenos amigos que siempre estarán ahí para susurrarme una palabra amable.
Pero entonces, un cortocircuito de mis neuronas terminó con mis huesos en Galicia en pleno mes de enero, para realizar el Camino de Santiago, sin duda una de las experiencias más terapéuticas y gratificantes que viviré nunca. Antes de marchar para tierras gallegas ya tenía decidido que cada noche anotaría en una libreta lo más destacado que me hubiera sucedido durante la etapa para, a mi regreso, escribir en mi blog un día a día en primera persona, como si lo escribiera en tiempo real. Y así lo hice, y el resultado fue inesperado ya que el número de seguidores y lectores aumentó.
Este fue sin duda el punto de inflexión. Me convencísteis de que igual tenía algo de talento al que había que sacar punta, así que decidí sentarme a escribir un relato corto, género del que me considero fiel seguidor, y lo publiqué para que todos pudiérais leerlo y opinar. Me colmásteis de elogios, - nunca debísteis haberlo hecho ya que habéis creado un monstruo-, y eso terminó de convencerme de dar el salto.
Este salto no fue otra cosa que empezar a escribir relatos y microrrelatos, y cuando digo escribir me refiero a dedicarle unas cuantas horas al día a tal menester. Comencé a navegar por la red y a recopilar información sobre los entresijos de este mundillo. Concursos, cursos, consejos… No os podéis hacer una idea de lo que se puede encontrar tras el telón del escenario literario. Mi idea era pasar un par de años puliendo mi estilo, o mejor dicho, definiendo un estilo propio, y luego aspirar a ganar algún concurso a nivel nacional. Decidí mandar relatos a algunos de estos certámenes ya que en muchos te ofrecen la posibilidad de publicar los relatos finalistas y siempre hace ilusión ver un relato propio en Internet…
El resto ya es presente. Llevo un mes participando en concursos y he ganado dos primeros premios y un segundo. Además, en este tiempo he publicado un par de artículos en el periódico La Opinión, que por cierto hoy mismo saca una foto-noticia sobre los logros que he conseguido.
¿Ilusión? Claro que tengo ilusión. Ahora mismo escribir es el eje alrededor del cual giro a diario
¿Planes de futuro? Por supuesto, se me han pasado mil cosas por la cabeza, pero quiero, y necesito, tener los pies sobre la tierra y ser realista.
Soy un humilde aprendiz de escritor. Me queda un largo camino por recorrer y tengo la inmensa suerte de contar con el apoyo incondicional de toda mi familia y de todos y cada uno de mis amigos y, ahora sí, de mis seguidores.
¡No se os ocurra abandonarme nunca!
Como buen hijo que se siente orgulloso del trabajo realizado por su madre me inicié en esto de la literatura en el mismo género, es decir, en poesía. Recuerdo que con dieciséis años empecé a escribir mis primeros poemas. Uno dedicado a la semana santa, al abuelo que acababa de perder, a mi ahijado recién nacido, al romance de verano, a mi mejor amiga de la que estaba profundamente enamorado…Y así hasta una docena de poemas que andarán perdidos en el fondo de algún cajón en casa de mi padre. La afición por escribir me duró un par de años. Supongo que consideré que no era compatible con la universidad, los amigos, novia, trabajo, otro trabajo, y otro más, casa, niñas, lamentaciones por estar en paro…y así hasta hace aproximadamente un año.
- ¿Qué ocurrió hace un año?
Pues que decidí un buen día escribir mi propio blog. Este blog.
Mi primera idea era contar todo aquello que me fuera sucediendo para que todos mis familiares y amigos pudieran estar al día sobre el deambular de mi vida. Escribía artículos sobre cualquier cosa que me ocurría y los colgaba en esta página. Al poco tiempo de empezar a escribir, muchos de vosotros comenzasteis a felicitarme por mi forma de contar las diferentes anécdotas. Palabras como amenas, divertidas, de fácil lectura, inundaban mis oídos haciendo que mi ego engordara tres tallas. No obstante continué con los pies en el suelo siendo consciente de que, por suerte, tengo muy buenos amigos que siempre estarán ahí para susurrarme una palabra amable.
Pero entonces, un cortocircuito de mis neuronas terminó con mis huesos en Galicia en pleno mes de enero, para realizar el Camino de Santiago, sin duda una de las experiencias más terapéuticas y gratificantes que viviré nunca. Antes de marchar para tierras gallegas ya tenía decidido que cada noche anotaría en una libreta lo más destacado que me hubiera sucedido durante la etapa para, a mi regreso, escribir en mi blog un día a día en primera persona, como si lo escribiera en tiempo real. Y así lo hice, y el resultado fue inesperado ya que el número de seguidores y lectores aumentó.
Este fue sin duda el punto de inflexión. Me convencísteis de que igual tenía algo de talento al que había que sacar punta, así que decidí sentarme a escribir un relato corto, género del que me considero fiel seguidor, y lo publiqué para que todos pudiérais leerlo y opinar. Me colmásteis de elogios, - nunca debísteis haberlo hecho ya que habéis creado un monstruo-, y eso terminó de convencerme de dar el salto.
Este salto no fue otra cosa que empezar a escribir relatos y microrrelatos, y cuando digo escribir me refiero a dedicarle unas cuantas horas al día a tal menester. Comencé a navegar por la red y a recopilar información sobre los entresijos de este mundillo. Concursos, cursos, consejos… No os podéis hacer una idea de lo que se puede encontrar tras el telón del escenario literario. Mi idea era pasar un par de años puliendo mi estilo, o mejor dicho, definiendo un estilo propio, y luego aspirar a ganar algún concurso a nivel nacional. Decidí mandar relatos a algunos de estos certámenes ya que en muchos te ofrecen la posibilidad de publicar los relatos finalistas y siempre hace ilusión ver un relato propio en Internet…
El resto ya es presente. Llevo un mes participando en concursos y he ganado dos primeros premios y un segundo. Además, en este tiempo he publicado un par de artículos en el periódico La Opinión, que por cierto hoy mismo saca una foto-noticia sobre los logros que he conseguido.
¿Ilusión? Claro que tengo ilusión. Ahora mismo escribir es el eje alrededor del cual giro a diario
¿Planes de futuro? Por supuesto, se me han pasado mil cosas por la cabeza, pero quiero, y necesito, tener los pies sobre la tierra y ser realista.
Soy un humilde aprendiz de escritor. Me queda un largo camino por recorrer y tengo la inmensa suerte de contar con el apoyo incondicional de toda mi familia y de todos y cada uno de mis amigos y, ahora sí, de mis seguidores.
¡No se os ocurra abandonarme nunca!
domingo, 1 de mayo de 2011
Madre
Esta poesía no es mía. La escribió mi madre en el año 96. Pienso que es preciosa y por eso he creído oportuno publicarla hoy, en este día de la Madre, para poder compartirla con todos vosotros. De esta forma rindo mi particular homenaje a ella y al resto de las Madres.
Madre
Madre...
Eres, en el corazón un dulce eco,
música que adormece el ancho hueco
que de nieblas y olvido deja el tiempo.
Inédito poema de amor...
Recuerdos de leche y miel en la distancia
de la lejana infancia...
Madre...
Timón fuerte y seguro ante las olas
que no se arredra frente a la tempestad
que la vida depara.
Faro firme que con su luz ampara
la noche oscura de la soledad.
Árbol frondoso y recio que cobijas
las vidas que el amor te ha deparado.
Nido de amor, que amor es lo que has dado
pidiendo a cambio sólo una sonrisa.
Agua fresca, que cada amanecer
perlas el ambiente feliz que te rodea.
Fuente en la que la familia se recrea
en la luz dorada del atardecer.
Principio de la vida deseada.
Cimientos y solar de nuestros seres.
Eres, MADRE, eso y más, porque tú eres
la rosa más fragante y delicada
que creció en el jardín de las mujeres.
Abril 1996
Madre
Madre...
Eres, en el corazón un dulce eco,
música que adormece el ancho hueco
que de nieblas y olvido deja el tiempo.
Inédito poema de amor...
Recuerdos de leche y miel en la distancia
de la lejana infancia...
Madre...
Timón fuerte y seguro ante las olas
que no se arredra frente a la tempestad
que la vida depara.
Faro firme que con su luz ampara
la noche oscura de la soledad.
Árbol frondoso y recio que cobijas
las vidas que el amor te ha deparado.
Nido de amor, que amor es lo que has dado
pidiendo a cambio sólo una sonrisa.
Agua fresca, que cada amanecer
perlas el ambiente feliz que te rodea.
Fuente en la que la familia se recrea
en la luz dorada del atardecer.
Principio de la vida deseada.
Cimientos y solar de nuestros seres.
Eres, MADRE, eso y más, porque tú eres
la rosa más fragante y delicada
que creció en el jardín de las mujeres.
Abril 1996
jueves, 28 de abril de 2011
1º Premio relato corto
Ayer, miércoles 27, y coincidiendo con el día del libro, puse rumbo a Cilleros, provincia de Cáceres, en la lejana Extremadura, para asistir a la ceremonia de entrega de los premios del III Certamen nacional literario Villa de Cilleros.
A pesar de las ocho horas de viaje de ida, y otras tantas de vuelta, estoy muy feliz de haber podido asistir. El trato que nos dieron fue inmejorable. Nos hicieron sentir, a Mar y a mí, como si estuviéramos en casa.
Victoria, la alcaldesa de la localidad, estuvo en todo momento pendiente de que no nos faltase nada, al igual que Jesús, encargado de la biblioteca y alma mater de este certamen.
Al acto acudieron alrededor de cien personas, entre autoridades, participantes, vecinos y responsables del evento. En la introducción, Jesús explicó que en esta tercera edición habían llegado relatos de muchas partes de España. Más tarde la alcaldesa me agradeció públicamente el haber hecho tan largo viaje para estar presente en la entrega.
Quizás el momento en el que más nervios pasé fue cuando me pidieron que leyese parte de mi relato. Accedí encantado, pero al ponerme delante de aquel auditorio comencé a ponerme nervioso, cosa rara en mí, y al final recuerdo que hasta me temblaban las rodillas.
El aplauso del respetable hizo que los nervios pasarán rápidamente.
Cuando terminó el acto, nos invitaron a una degustación de productos de la tierra en la que estuvimos acompañados de muchos de los vecinos de la villa y pudimos cambiar impresiones y comentarles lo mucho que nos había sorprendido el paisaje de su tierra y, sobre todo, su pueblo, Cilleros. Un lugar ideal para gozar de unos días de descanso y tranquilidad junto a la frontera de Portugal, admirando unos bellos paisajes y disfrutando de la amabilidad y hospitalidad de sus gentes. Sin duda me he traído un pedacito de aquel pueblo conmigo y, como les prometí, volveré a visitarlos con más tiempo.
domingo, 24 de abril de 2011
Otro par de microrrelatos
Empiezo a aficionarme al tema de los microrrelatos. Esta vez la frase con la que debía empezar el relato era todos apretujados en aquel enorme congelador. Envié estos dos textos.
Nueva vida
Todos apretujados en aquel enorme congelador escuchábamos el silencio. Por sus miradas podía adivinar qué pensaba cada uno. El más pequeño de mis hijos anhelaba regresar a Barcelona con su padre. El mayor meditaba la manera de volver a los brazos de su gran amor, el fútbol. La preocupación de mi hija era que aquí no podría lucir ni sus tacones ni sus minifaldas. Mi madre observaba boquiabierta el techo esférico de nuestra nueva casa y el perro, el perro me miraba pensando:
- ¿Por qué se habrá tenido que casar con un esquimal?
La huida
Todos apretujados en aquel enorme congelador ansiamos el momento de escapar.
Me introdujeron a la fuerza, tambaleante e inseguro. El frío y el paso de los días me endurecieron hasta volverme insensible. Ahora espero que el destino haga su trabajo.
Hoy es sábado y hay rumores de fiesta. Estoy nervioso, la semana pasada me quedé en ciernes. Algunos de mis camaradas lo consiguieron.
Un brusco empujón hace que nos amontonemos unos sobre otros. Se dirige hacia mi grupo pero una pizza le impide el paso. Finalmente se decanta por los corazones.
Imposible competir con una bandeja de IKEA.
Nueva vida
Todos apretujados en aquel enorme congelador escuchábamos el silencio. Por sus miradas podía adivinar qué pensaba cada uno. El más pequeño de mis hijos anhelaba regresar a Barcelona con su padre. El mayor meditaba la manera de volver a los brazos de su gran amor, el fútbol. La preocupación de mi hija era que aquí no podría lucir ni sus tacones ni sus minifaldas. Mi madre observaba boquiabierta el techo esférico de nuestra nueva casa y el perro, el perro me miraba pensando:
- ¿Por qué se habrá tenido que casar con un esquimal?
La huida
Todos apretujados en aquel enorme congelador ansiamos el momento de escapar.
Me introdujeron a la fuerza, tambaleante e inseguro. El frío y el paso de los días me endurecieron hasta volverme insensible. Ahora espero que el destino haga su trabajo.
Hoy es sábado y hay rumores de fiesta. Estoy nervioso, la semana pasada me quedé en ciernes. Algunos de mis camaradas lo consiguieron.
Un brusco empujón hace que nos amontonemos unos sobre otros. Se dirige hacia mi grupo pero una pizza le impide el paso. Finalmente se decanta por los corazones.
Imposible competir con una bandeja de IKEA.
sábado, 16 de abril de 2011
Desde mi ventana
Desde mi ventana espío como la ciudad cambia. Las calles son un hervidero de gentes que van y vienen de un lado a otro. Posiblemente sean las mismas personas que a diario recorren estas rúas pero en estos días caminan diferente, hablan diferente y crean un ambiente, sobre todo en el centro de la ciudad, diferente al del resto del año.
Es Semana Santa.
Desde mi ventana veo los bares y restaurantes a rebosar. Los camareros no dan abasto para atender todas las mesas que inundan las terrazas. Desayunos, comidas, cenas. Los cartageneros viven en la calle durante estos diez días recreando estampas de Cartagena que nunca se darán el resto de los meses.
Desde mi ventana contemplo como procesionan las diferentes cofradías. Californios, marrajos, también los del Socorro y Resucitado. Las calles se llenan de colorido. Rojo, morado, blanco, todos desfilando al ritmo del mismo redoble. Superándose cada año por hacer más grandes sus respectivas hermandades y trabajando unidos en la exaltación de nuestra ciudad y de su Semana Santa.
Desde mi ventana observo el paso de los tronos. Imágenes que invitan al recogimiento, a la reflexión y a la devoción. Capaces de lograr que el que llora, calle, y el que grita, enmudezca.
Desde mi ventana descubro a miles de cartageneros reunidos en los alrededores de Santa María para entonar con una sola voz la salve. Nuestro cántico a la Soledad, a la pequeñica, a la Dolorosa, a la Esperanza, Rosario, Piedad y Amor Hermoso…a la Caridad.
Este año serán muchos los cartageneros que verán la Semana Santa desde sus ventanas. La crisis, el desempleo, el desánimo y la frustración se convierten en esas cofradías a las que nadie quiere pertenecer pero que, desgraciadamente, forman parte de la procesión que muchos llevan por dentro.
Es Semana Santa.
Desde mi ventana veo los bares y restaurantes a rebosar. Los camareros no dan abasto para atender todas las mesas que inundan las terrazas. Desayunos, comidas, cenas. Los cartageneros viven en la calle durante estos diez días recreando estampas de Cartagena que nunca se darán el resto de los meses.
Desde mi ventana contemplo como procesionan las diferentes cofradías. Californios, marrajos, también los del Socorro y Resucitado. Las calles se llenan de colorido. Rojo, morado, blanco, todos desfilando al ritmo del mismo redoble. Superándose cada año por hacer más grandes sus respectivas hermandades y trabajando unidos en la exaltación de nuestra ciudad y de su Semana Santa.
Desde mi ventana observo el paso de los tronos. Imágenes que invitan al recogimiento, a la reflexión y a la devoción. Capaces de lograr que el que llora, calle, y el que grita, enmudezca.
Desde mi ventana descubro a miles de cartageneros reunidos en los alrededores de Santa María para entonar con una sola voz la salve. Nuestro cántico a la Soledad, a la pequeñica, a la Dolorosa, a la Esperanza, Rosario, Piedad y Amor Hermoso…a la Caridad.
Este año serán muchos los cartageneros que verán la Semana Santa desde sus ventanas. La crisis, el desempleo, el desánimo y la frustración se convierten en esas cofradías a las que nadie quiere pertenecer pero que, desgraciadamente, forman parte de la procesión que muchos llevan por dentro.
miércoles, 13 de abril de 2011
Otro concurso de Microrrelatos
En esta ocasión se trata del concurso semanal de La Cadena Ser. Los requisitos son que el el relato no debe contener más de 100 palabras y que debe empezar obligatoriamente por una frase que cada semana cambia.
Llevo dos semanas participando, con los dos textos que aquí publico, y de momento ninguno de mis dos relatos ha sido seleccionado entre los tres finalistas semanales. ¡Lo conseguiré!
El viaje imposible
-Ella sabrá lo que hace.
- ¿Cómo puedes decir eso?-, respondí. – Jamás he conocido a nadie tan petulante.
- No sé, quizás lo consiga.
- ¡Imposible! Según cuenta, quiere salir de Paris con el niño recién nacido. Cruzar dos mil kilómetros sin apenas descansar. Alimentarse de lo que encuentre a su paso por las diferentes localidades donde haga escala. Luego, al llegar a su destino, debe encontrar la dirección y entregar al pequeño.
Tú dirás lo que quieras pero es una temeridad. Yo sería incapaz de hacerlo.
- Claro, pero eso es porque tú y yo somos urracas, y ella, una cigüeña.
El beso
Un apuesto joven al que besó en los labios con dulzura fue su objetivo. El muchacho permanecía rígido, sin pestañear. Forzando su mente para razonar si aquel beso había sido real. Nunca imaginó una situación como aquella.
Estaba en una esquina del bulevar, apoyado en la fachada de una tienda de ultramarinos. Se agachó a recoger algo del suelo. Al levantarse ella se acopló a su cuello y, manteniéndose de puntillas, lo besó. Su viejo bolso negro colgaba de su brazo derecho mientras que con la mano izquierda apretaba las nalgas del joven.
Me quedé atónito y, tras unos segundos de pánico, sólo pude balbucear:
- ¡Abuela, ¡¿qué estás haciendo?!
Llevo dos semanas participando, con los dos textos que aquí publico, y de momento ninguno de mis dos relatos ha sido seleccionado entre los tres finalistas semanales. ¡Lo conseguiré!
El viaje imposible
-Ella sabrá lo que hace.
- ¿Cómo puedes decir eso?-, respondí. – Jamás he conocido a nadie tan petulante.
- No sé, quizás lo consiga.
- ¡Imposible! Según cuenta, quiere salir de Paris con el niño recién nacido. Cruzar dos mil kilómetros sin apenas descansar. Alimentarse de lo que encuentre a su paso por las diferentes localidades donde haga escala. Luego, al llegar a su destino, debe encontrar la dirección y entregar al pequeño.
Tú dirás lo que quieras pero es una temeridad. Yo sería incapaz de hacerlo.
- Claro, pero eso es porque tú y yo somos urracas, y ella, una cigüeña.
El beso
Un apuesto joven al que besó en los labios con dulzura fue su objetivo. El muchacho permanecía rígido, sin pestañear. Forzando su mente para razonar si aquel beso había sido real. Nunca imaginó una situación como aquella.
Estaba en una esquina del bulevar, apoyado en la fachada de una tienda de ultramarinos. Se agachó a recoger algo del suelo. Al levantarse ella se acopló a su cuello y, manteniéndose de puntillas, lo besó. Su viejo bolso negro colgaba de su brazo derecho mientras que con la mano izquierda apretaba las nalgas del joven.
Me quedé atónito y, tras unos segundos de pánico, sólo pude balbucear:
- ¡Abuela, ¡¿qué estás haciendo?!
viernes, 8 de abril de 2011
Confesiones desde el interior de un macrobotellón
Aquí dejo el original del artículo que me ha publicado el diario La Opinión en el día de hoy. Hay algunas palabras y frases que no han salido en el periódico por motivos de espacio.
No sabría decir a qué hora llegué a la zona cero. Sé que era de noche y que apenas se veían luces en las ventanas de los edificios por lo que deduzco que era tarde. Iba con un grupo de unos diez chavales aunque a lo largo de la velada unos iban y otros venían. Al principio todo fue bien. Estábamos en la calle, sentados en el rellano del portal de un edificio y apoyados contra la puerta del mismo. Había gente por todos lados y muchas compañeras mías iban de un lado a otro descontroladas. Un par de chicos de mi grupo se levantaron y empezaron a tocar los fonoportas que había sobre nosotros. Cuando los adormilados vecinos contestaban alarmados, les dedicaban dulzuras como:
- ¿Es la pescadería?
- ¡Por supuesto que no!-, contestaba el vecino indignado.
- Entonces, ¿quién es el besugo que está hablando?-, gritaban mientras se burlaban los angelitos. Luego salimos de allí corriendo y riendo no fuera a ser que el malhumorado inquilino bajara a visitarnos.
Los minutos pasaban. Uno de los jóvenes me llevaba fuertemente agarrada. Al principio de la noche dijo que yo era suya y que no me pensaba compartir con nadie. Bueno, supongo que mejor pasar la noche con uno que con varios.
Luego llegó el turno de los aullidos y los cánticos. Era divertido. Se trataba de ir por la zona cero y las calles colindantes cantando y vociferando lo más alto que se podía. Desde algún balcón de las viviendas de la zona se asomaban vecinos recriminando la actitud de nuestro grupo pero raudos los chavales empezaban a insultarlos y a mandarlos callar:
- ¡Cállate ya, vejestorio! ¡Anda y vete a dormir de una vez!
Después de eso llegaba el turno de los espejos de los coches. No creáis que era fácil. Se trataba de ir corriendo paralelo a una fila de coches, aparcados en batería, con el brazo extendido y golpeando hasta partir o arrancar todos los retrovisores que se ponían por delante. Ganó el chico que iba conmigo llegando a romper cuatro seguidos. Lo cierto es que era muy entretenido. Uno de ellos se subió encima de un capó y empezó a saltar una y otra vez gritando que el Barsa era el mejor del mundo. No conozco al tal Barsa, pero seguramente sí que lo será.
El final de la noche acabó para mí como suele acabar para muchas de nosotras. Cuando ya no podía dar más. Cuando todo lo que tenía se lo había entregado. Cuando me quedé vacía, decidieron que ya no era útil y me lanzaron contra la cristalera de un comercio haciéndome estallar en mil trozos y rompiendo el escaparate. A pesar de todo no les echo nada en cara. Pobres chavales. Si es que son unos incomprendidos. Y encima los incontrolados cartageneros no paran de quejarse y de llamar una y otra vez a las fuerzas de seguridad, que por cierto quedaban muy bien como adorno en las esquinas de las bocacalles de la zona cero. En fin, a ver si me reciclan pronto y estoy lista para el siguiente macro.
No sabría decir a qué hora llegué a la zona cero. Sé que era de noche y que apenas se veían luces en las ventanas de los edificios por lo que deduzco que era tarde. Iba con un grupo de unos diez chavales aunque a lo largo de la velada unos iban y otros venían. Al principio todo fue bien. Estábamos en la calle, sentados en el rellano del portal de un edificio y apoyados contra la puerta del mismo. Había gente por todos lados y muchas compañeras mías iban de un lado a otro descontroladas. Un par de chicos de mi grupo se levantaron y empezaron a tocar los fonoportas que había sobre nosotros. Cuando los adormilados vecinos contestaban alarmados, les dedicaban dulzuras como:
- ¿Es la pescadería?
- ¡Por supuesto que no!-, contestaba el vecino indignado.
- Entonces, ¿quién es el besugo que está hablando?-, gritaban mientras se burlaban los angelitos. Luego salimos de allí corriendo y riendo no fuera a ser que el malhumorado inquilino bajara a visitarnos.
Los minutos pasaban. Uno de los jóvenes me llevaba fuertemente agarrada. Al principio de la noche dijo que yo era suya y que no me pensaba compartir con nadie. Bueno, supongo que mejor pasar la noche con uno que con varios.
Luego llegó el turno de los aullidos y los cánticos. Era divertido. Se trataba de ir por la zona cero y las calles colindantes cantando y vociferando lo más alto que se podía. Desde algún balcón de las viviendas de la zona se asomaban vecinos recriminando la actitud de nuestro grupo pero raudos los chavales empezaban a insultarlos y a mandarlos callar:
- ¡Cállate ya, vejestorio! ¡Anda y vete a dormir de una vez!
Después de eso llegaba el turno de los espejos de los coches. No creáis que era fácil. Se trataba de ir corriendo paralelo a una fila de coches, aparcados en batería, con el brazo extendido y golpeando hasta partir o arrancar todos los retrovisores que se ponían por delante. Ganó el chico que iba conmigo llegando a romper cuatro seguidos. Lo cierto es que era muy entretenido. Uno de ellos se subió encima de un capó y empezó a saltar una y otra vez gritando que el Barsa era el mejor del mundo. No conozco al tal Barsa, pero seguramente sí que lo será.
El final de la noche acabó para mí como suele acabar para muchas de nosotras. Cuando ya no podía dar más. Cuando todo lo que tenía se lo había entregado. Cuando me quedé vacía, decidieron que ya no era útil y me lanzaron contra la cristalera de un comercio haciéndome estallar en mil trozos y rompiendo el escaparate. A pesar de todo no les echo nada en cara. Pobres chavales. Si es que son unos incomprendidos. Y encima los incontrolados cartageneros no paran de quejarse y de llamar una y otra vez a las fuerzas de seguridad, que por cierto quedaban muy bien como adorno en las esquinas de las bocacalles de la zona cero. En fin, a ver si me reciclan pronto y estoy lista para el siguiente macro.
miércoles, 6 de abril de 2011
Día uno después De La Iglesia.
La semana pasada me pidieron un artículo de opinión para el periódico La Opinión,me gusta el juego de palabras. Aproveché que acababa de terminar el rodaje de la película de Alex De La Iglesia y escribí las siguientes líneas en plan "bordesico".
La ciudad está triste. Es lunes. Bueno, sí, también está triste porque es lunes, pero sobre todo por ser el primer día laboral desde que nos abandonó el equipo de rodaje de la chispa de la vida.
¿Qué va a ser ahora de nosotros? ¿Qué será de nuestro teatro romano sin Alex?
El teatro romano vuelve a ser un lugar simplón con sólo un par de miles de años de historia. Ya no será conocido por ser la obra romana de la que más materiales originales se han encontrado en España, ni por formar, junto al museo y la catedral vieja, uno de los conjuntos históricos más impresionantes que hay sobre nuestro país.
No, de eso nada, ahora será conocido por ser el teatro de Alex.
¿Cómo dices? ¿Qué fue construido en honor a Lucio y Cayo Cesar? ¿Pero esos quienes son? ¿Qué películas han rodado? Nada de eso. Es el teatro de Alex, de nuestro Alex De La Iglesia. De la persona que lo va a hacer famoso, al teatro y a la ciudad. Ya me puedo imaginar a las miles y miles de personas, que digo miles, millones, que suelen llenar las salas de cine cuando se proyecta una película española y cuando vean las escenas, nocturnas, rodadas en el teatro gritarán al unísono – Mira, el teatro romano de Cartagena.
¿Y el resto de la ciudad? ¿De que vamos a hablar ahora los cartageneros?
Durante semanas no hemos hablado de otra cosa:
- Pues yo me encontré a Salma Hayek tomando un café.
- Uy, eso no es nada. Yo estuve con José Mota y Alex en el Pub de la esquina.
- Ja, os gano a todos, me tomé un Asiático con Alex y además me hice una foto con él.
- Anda, yo también tengo una foto con ellos.
- Y yo.
-Claro, yo también.
Pero si es que a día de hoy quien no tiene una foto con algún miembro del rodaje de la película del cartagenero Alex. Que sí, hacedme caso. Posiblemente él aún no lo sepa pero nosotros ya lo tenemos como un cartagenero más.
¡Alcaldesa! Un monumento ya mismo para este hombre.
Es lunes y la ciudad está triste.
Nos hemos quedado sin chispa desde que se marcharon los de la chispa.
La ciudad está triste. Es lunes. Bueno, sí, también está triste porque es lunes, pero sobre todo por ser el primer día laboral desde que nos abandonó el equipo de rodaje de la chispa de la vida.
¿Qué va a ser ahora de nosotros? ¿Qué será de nuestro teatro romano sin Alex?
El teatro romano vuelve a ser un lugar simplón con sólo un par de miles de años de historia. Ya no será conocido por ser la obra romana de la que más materiales originales se han encontrado en España, ni por formar, junto al museo y la catedral vieja, uno de los conjuntos históricos más impresionantes que hay sobre nuestro país.
No, de eso nada, ahora será conocido por ser el teatro de Alex.
¿Cómo dices? ¿Qué fue construido en honor a Lucio y Cayo Cesar? ¿Pero esos quienes son? ¿Qué películas han rodado? Nada de eso. Es el teatro de Alex, de nuestro Alex De La Iglesia. De la persona que lo va a hacer famoso, al teatro y a la ciudad. Ya me puedo imaginar a las miles y miles de personas, que digo miles, millones, que suelen llenar las salas de cine cuando se proyecta una película española y cuando vean las escenas, nocturnas, rodadas en el teatro gritarán al unísono – Mira, el teatro romano de Cartagena.
¿Y el resto de la ciudad? ¿De que vamos a hablar ahora los cartageneros?
Durante semanas no hemos hablado de otra cosa:
- Pues yo me encontré a Salma Hayek tomando un café.
- Uy, eso no es nada. Yo estuve con José Mota y Alex en el Pub de la esquina.
- Ja, os gano a todos, me tomé un Asiático con Alex y además me hice una foto con él.
- Anda, yo también tengo una foto con ellos.
- Y yo.
-Claro, yo también.
Pero si es que a día de hoy quien no tiene una foto con algún miembro del rodaje de la película del cartagenero Alex. Que sí, hacedme caso. Posiblemente él aún no lo sepa pero nosotros ya lo tenemos como un cartagenero más.
¡Alcaldesa! Un monumento ya mismo para este hombre.
Es lunes y la ciudad está triste.
Nos hemos quedado sin chispa desde que se marcharon los de la chispa.
miércoles, 23 de marzo de 2011
Sábado 29. ¡Lo conseguí!
Llevo despierto desde las seis. Estoy nervioso. Nervioso y feliz. Se me vienen a la mente distintas imágenes que resumen lo que ha sido para mí hacer el Camino de Santiago. Los lugares donde he estado, las personas que he conocido, los buenos momentos que he pasado, los no tan buenos... En definitiva, recordar un poco todo lo acontecido desde que cogí aquel avión en Alicante hace seis días.
Está lloviendo con fuerza. Oigo el agua golpear contra el doble cristal de la ventana. Mis camaradas coreanos duermen profundamente y mi compañero de al lado acaba de regresar del baño.
Son las siete y media y voy a ponerme en marcha. Tengo muchas ganas de entrar en Santiago, de ver la catedral y de poder decir que he completado mi aventura.
En menos de media hora me aseo y preparo el equipo. Sigue lloviendo y la verdad es que lo agradezco porque me hacía especial ilusión entrar a Santiago y terminar el Camino con lluvia.
Me dirijo a una de las salidas que tiene el complejo de Monte do Gozo. Aún no asoma la luz del día pero es mucha la iluminación artificial en esta zona. Sigue lloviendo pero con menos fuerza que hace un rato. No llevo puesta la capa, tan solo la capucha del chaquetón. En poco menos de veinte minutos ya he bajado hasta las afueras de Santiago. Estoy entrando en un polígono industrial que hay junto a una autovía. Que diferente es todo. Coches, bullicio, edificios. El paisaje ha cambiado radicalmente. Lejos quedan ahora aquellos prados verdes y llanos, los bosques frondosos de hoja rojiza, los ríos y riachuelos con ese sonido relajante del agua corriente abajo.
Es temprano, concretamente las ocho y veinte. Ya estoy dentro de la ciudad de Santiago. Me gusta ver despertar una ciudad en sábado. Las escenas siempre son las mismas sea donde sea. Los camiones de reparto en tiendas y supermercados, los establecimientos más madrugadores abriendo sus persianas, no mucha gente por las calles entremezclándose los que acuden a sus trabajos con los que han salido temprano a pasear o a hacer ejercicio. Si a todas estas escenas le añades un suelo mojado, una fina lluvia que apenas moja y la imagen, allá a lo lejos, de las torres de la catedral que acabo de encontrarme al torcer esta esquina hacen que el momento sea muy especial.
Ya estoy callejeando por el casco histórico de la ciudad. Prácticamente desde cualquier punto puedes ver las torres, cada vez más cerca, al alcance de mi mano. Mires donde mires ves palacios, monumentos, iglesias y, sobre todo, tiendas de regalos. Muchísimas tiendas donde poder comprar recuerdos de esta majestuosa ciudad.
Ya estoy aquí. Justo en el centro de la Plaza del Obradoiro. Mirando de frente la catedral de Santiago de Compostela. Una semana después y con ciento y pico kilómetros andados he conseguido mi meta. Estoy…orgulloso. Sí, creo que esa es la palabra que mejor define como me siento ahora mismo. Cuando hace más o menos un mes decidí que iba a iniciar esta aventura en solitario muchos me tacharon de loco, temerario, imprudente y un largo etcétera más de calificativos de ese estilo. Yo mismo llegué a dudar de que realmente fuera a meterme en un avión yo solo, cruzar el país, caminar ciento quince kilómetros, en pleno mes de enero y con una ola de frío en ciernes. Pero lo hice. Me lo propuse y lo terminé así que es orgullo lo que siento en estos momentos por encima de otras sensaciones.
Lo primero que me llama la atención es la gente. Yo ya he estado aquí en Santiago tres veces, siempre en verano, y esta plaza y sus calles adyacentes son como una colmena donde se agrupan miles, miles y miles de personas por todas partes. En estos momentos, cuando son las nueve menos cuarto de la mañana no hay prácticamente nadie en toda la plaza. Estoy solo, aquí, en medio de este monumental cuadrado. En una esquina se ve a un mendigo sentado en el suelo, en la otra una pareja cruza por un lateral. Hay tres o cuatro personas a los pies de la escalinata de la puerta principal
y en el centro de la plaza tan solo un servidor, con su mochila a la espalda, su inseparable bastón, ahora plegado y colgado de mi muñeca derecha, con mi barba de una semana y con un cansancio acumulado de muchas horas de duro caminar.
Por una de las calles veo asomar a un policía local así que me aproximo a él y le pregunto dónde está la casa del peregrino, que es el lugar donde se recoge el certificado que acredita que has realizado el Camino. Me indica que está aquí enfrente pero que no abre hasta las diez así que, como tengo tiempo, decido entrar a la catedral.
Otro detalle que vuelve a resultarme curioso. Las tres veces anteriores que visité Santiago entrar en la catedral resultó toda una odisea, y ya si hablamos de visitar la tumba del apóstol, subir sobre el altar a darle el tradicional abrazo o sentarte en uno de los bancos a admirar este edificio ya tendríamos que hablar de utopías o imposibles. Pues bien, la catedral esta completamente vacía, sin turistas y sin peregrinos. No hay nadie. He podido bajar a ver la tumba de Santiago, incluso he echado una foto a pesar de que creo que está prohibido.
También he subido a la parte alta del altar y he tocado la imagen del apóstol, si bien he de reconocer que no lo he abrazado. Ha sido una ligera collejilla mientras le decía –¿qué pasa Santi, cómo lo llevas?- Ha sido emocionante estar arriba, en la parte alta donde se encuentra la imponente figura y ver la perspectiva que desde allí hay del resto de la iglesia.
Ahora estoy sentado en uno de los bancos cercanos al altar mayor. En el claustro hay sentados una docena de sacerdotes que están entonando cánticos tipo gregoriano y la verdad es que suena muy bien. Supongo que es el conjunto de los cánticos, el silencio, tanto arte e historia que contemplar en estos muros y la satisfacción del deber cumplido lo que hace que me sienta tan tranquilo y relajado en estos momentos. Tengo la sensación de que el tiempo está parado. Si cierro los ojos podría imaginar que he retrocedido varios siglos y que cuando salga a la calle abandonando estos muros veré elegantes caballeros a lomos de sus corceles, carretas de suministro tiradas por bueyes y un bullicioso mercado donde confluyen gentes salidas de todos los rincones de la ciudad. Y todo bajo la imponente sombra de esta catedral.
He estado casi veinte minutos sentado en aquel banco en el interior de la catedral. Me ha gustado. La verdad es que en momentos como este uno lamenta no ser muy creyente porque tanto misticismo es digno de ser contemplado y disfrutado. Ahora estoy en la calle, junto a la puerta de la casa del peregrino esperando que abran. Sigo estando solo, se ven algunas personas más por la calle pero poquitas y peregrinos aún no he visto ninguno. ¿Qué habrá sido de mis compañeros? ¿Los veré hoy? Me gustaría poderme despedir de ellos ya que, con casi total seguridad, nunca más los voy a volver a ver.
Después de tanto debate sobre si pedir o no la Compostela resulta que me la han dado casi por obligación. La Compostela es la acreditación o diploma oficial y religioso de que has realizado el camino. Si no eres creyente no eres digno de que te la den y entonces te dan un diploma que viene a poner lo mismo que la Compostela pero en castellano en vez de en latín y con letras normalitas en vez de tipo barroco.
Yo tenía claro que iba a pedir el diploma pero muy a mi sorpresa no ha sido así. Una vez abierta la oficina del peregrino me encamino a uno de los mostradores y pido mi acreditación como que he realizado el Camino. Me piden mi pasaporte de peregrino donde vienen todos los sellos de los lugares por donde he pasado y una vez comprobada la veracidad del tramo que he hecho me dan una hoja para rellenar. Es el típico formulario donde pones tus datos personales, lugar donde empezaste, etc, y hay un apartado donde te preguntan por qué has realizado el Camino. Las opciones a responder son tres; por motivos religiosos, por motivos religiosos u otros y por motivos no religiosos.
Obviamente, y fiel a mis creencias, marqué los motivos no religiosos y cuando entrego el formulario me dice el hombre que me atendía
- He visto que has marcado motivos no religiosos…
- Pues sí, contesto yo
- Ya, es que verás, no sé si sabrás que la Compostela es más bonita que el diploma y además viene en latín y con letra de grabado barroco.
- Sí, si, lo sé, pero es que yo no he hecho el camino por devoción.
- Ya, ya, si te entiendo, pero no sé si habrás visto que hay una opción que pone “religiosos u otros” y tal vez podríamos incluirte ahí y así darte la Compostela en vez del diploma.
- Pero es que le repito que……
- Sí, sí, ya,ya, si te entiendo, pero es que la Compostela...
- Venga, lo que usted prefiera. De me la Compostela y listo.
Así que aquí estoy, con mi Compostela bajo el brazo, con sus letras barrocas escritas en latín que, por cierto, no tengo ni idea de lo que dice.
Pero esto no ha sido lo único curioso que me ha pasado en el interior de la oficina.
Mientras esperaba que me atendieran me puse a leer todos los trípticos y panfletos informativos que tenían sobre el mostrador y uno de ellos hacía referencia al ofrecimiento que el Parador de los Reyes Católicos hacía a los diez primeros peregrinos que llegaban cada día a Santiago de darles de desayunar, comer y cenar el día de su llegada y los dos días siguientes.
El Parador de Los Reyes Católicos es un hotel de cinco estrellas situado en la Plaza del Obradoiro junto a la catedral. Es uno de esos sitios que uno siempre mira desde fuera porque alojarse allí una noche no debe bajar de los trescientos euros...y resulta que me invitan a comer.
Me dirigí al Parador y pregunté en la puerta que tenía que hacer. Me explicaron que debía bajar al piso de abajo y entregar allí una fotocopia de la Compostela . Así lo hice y me informaron de que la comida sería entre la una y la una y media .Como tenía tiempo me dirigí a buscar mi hostal para dejar la mochila y asearme un poco.
Para este último día he decidido coger un hostal y pasar del albergue. Necesito descansar, ducharme y dormir en condiciones después de una semana haciéndolo de cualquier forma. Ayer me reservaron desde Cartagena un hostal muy cerquita de la catedral y por sólo veinticuatro euros. No es nada del otro mundo pero tiene una cama grande y un baño para mi solo con lo que me doy por satisfecho.
Son la una en punto y acabo de llegar al Parador. En la puerta me encuentro con dos peregrinos más. Uno de ellos es mi amigo Nicola, el italiano introvertido. Nos fundimos en un abrazo. ¡Qué alegría me ha dado verlo! El otro compañero es un barcelonés afincado en A Coruña y que lleva ya un par de días comiendo y cenando aquí por lo que ha hecho de anfitrión llevándonos hasta el comedor de peregrinos y luego hasta la sala donde se encontraba el buffet.
Comida de verda...y mucha. Uno de los cocineros nos explica que podemos comer cuanto queramos y repetir las veces que lo deseemos así que comienzo a llenar la bandeja. Todo tiene una pinta exquisita.
A ver, llevo tres trozos diferentes de empanada, dátiles con bacon, un plato de patatas con trozos de jamón y huevo frito, un trozo de pastel de puerros y queso, una cacerolita con un guiso de carne que huele de maravilla, una botella de agua y de postre un arroz con leche con virutas de chocolate y naranja rallada.
Mis compañeros han cogido muchos más platos que yo. Lo que no se comen luego se lo llevan para comer a lo largo de la tarde o de la noche.
Todo estaba delicioso. Hemos comido los tres solos en un pequeño comedor muy acogedor decorado con motivos del Camino. Al acabar hemos dejado las bandejas y los platos en su sitio y hemos salido hacia la plaza.
Acabo de despedirme de Nicola. Es muy triste despedirte de alguien con quien has compartido experiencias estos últimos días y que sabes que no vas a volver a ver nunca más. Durante la comida me ha estado contando que esta es la quinta vez que hace el Camino. Tiene una empresa agrícola en el norte de Italia y sus vacaciones anuales las emplea haciendo este viaje, para él, espiritual y religioso.
Voy a irme al hostal a descansar un rato ya que a las cinco he quedado para salir con Conchi, Toño y Brais . A ver si consigo que me enseñen un poco esta ciudad y luego picamos algo por ahí. Me niego a regresar a casa sin haber comido pulpo.
¡Qué bien lo he pasado! Hemos estado recorriendo Santiago, arriba y abajo, y la verdad es que es una ciudad maravillosa. Hemos acabado cenando unas tapas y por supuesto, por fin, he comido pulpo. La casualidad ha hecho que en diferentes calles me haya ido encontrando a muchos de mis compañeros de viaje. Por una calle y a lo lejos ví como venían hacia mí, cantando y bailando, Alberto y Marta. Allí nos abrazamos y nos resumimos rápidamente lo que habíamos hecho el último día. Luego tristemente pasamos a despedirnos. Lo mismo pasó cuando tropecé con Raúl. Ya empezó con lágrimas en los ojos cuando me vio y por supuesto cuando nos despedimos. Las despedidas son recuerdos tristes pero reflejan que los encuentros valieron la pena.
Ahora son las diez y media de la noche y mis amigos gallegos ya se fueron. Estoy solo. Me he venido a echar un vistazo a la catedral iluminada. A pesar del frío que hace estoy sentado en uno de los bancos de piedra que hay frente al Parador. La imagen de la catedral es preciosa. La visión de la plaza del Obradoiro es impresionante. Mi viaje ha sido sin duda una de las experiencias más gratificantes que he vivido nunca.
Tengo ganas de volver a casa y a la vez me da miedo. Aquí dicen que el verdadero Camino empieza cuando uno abandona Santiago así que me voy al hostal a descansar ya que a las siete de la mañana cojo el avión que me llevará hasta el inicio del resto de mi Camino.
¡Hasta luego Santiago!
¡Hasta pronto Galicia!
¡Hasta siempre compañeros!
Está lloviendo con fuerza. Oigo el agua golpear contra el doble cristal de la ventana. Mis camaradas coreanos duermen profundamente y mi compañero de al lado acaba de regresar del baño.
Son las siete y media y voy a ponerme en marcha. Tengo muchas ganas de entrar en Santiago, de ver la catedral y de poder decir que he completado mi aventura.
En menos de media hora me aseo y preparo el equipo. Sigue lloviendo y la verdad es que lo agradezco porque me hacía especial ilusión entrar a Santiago y terminar el Camino con lluvia.
Me dirijo a una de las salidas que tiene el complejo de Monte do Gozo. Aún no asoma la luz del día pero es mucha la iluminación artificial en esta zona. Sigue lloviendo pero con menos fuerza que hace un rato. No llevo puesta la capa, tan solo la capucha del chaquetón. En poco menos de veinte minutos ya he bajado hasta las afueras de Santiago. Estoy entrando en un polígono industrial que hay junto a una autovía. Que diferente es todo. Coches, bullicio, edificios. El paisaje ha cambiado radicalmente. Lejos quedan ahora aquellos prados verdes y llanos, los bosques frondosos de hoja rojiza, los ríos y riachuelos con ese sonido relajante del agua corriente abajo.
Es temprano, concretamente las ocho y veinte. Ya estoy dentro de la ciudad de Santiago. Me gusta ver despertar una ciudad en sábado. Las escenas siempre son las mismas sea donde sea. Los camiones de reparto en tiendas y supermercados, los establecimientos más madrugadores abriendo sus persianas, no mucha gente por las calles entremezclándose los que acuden a sus trabajos con los que han salido temprano a pasear o a hacer ejercicio. Si a todas estas escenas le añades un suelo mojado, una fina lluvia que apenas moja y la imagen, allá a lo lejos, de las torres de la catedral que acabo de encontrarme al torcer esta esquina hacen que el momento sea muy especial.
Ya estoy callejeando por el casco histórico de la ciudad. Prácticamente desde cualquier punto puedes ver las torres, cada vez más cerca, al alcance de mi mano. Mires donde mires ves palacios, monumentos, iglesias y, sobre todo, tiendas de regalos. Muchísimas tiendas donde poder comprar recuerdos de esta majestuosa ciudad.
Ya estoy aquí. Justo en el centro de la Plaza del Obradoiro. Mirando de frente la catedral de Santiago de Compostela. Una semana después y con ciento y pico kilómetros andados he conseguido mi meta. Estoy…orgulloso. Sí, creo que esa es la palabra que mejor define como me siento ahora mismo. Cuando hace más o menos un mes decidí que iba a iniciar esta aventura en solitario muchos me tacharon de loco, temerario, imprudente y un largo etcétera más de calificativos de ese estilo. Yo mismo llegué a dudar de que realmente fuera a meterme en un avión yo solo, cruzar el país, caminar ciento quince kilómetros, en pleno mes de enero y con una ola de frío en ciernes. Pero lo hice. Me lo propuse y lo terminé así que es orgullo lo que siento en estos momentos por encima de otras sensaciones.
Lo primero que me llama la atención es la gente. Yo ya he estado aquí en Santiago tres veces, siempre en verano, y esta plaza y sus calles adyacentes son como una colmena donde se agrupan miles, miles y miles de personas por todas partes. En estos momentos, cuando son las nueve menos cuarto de la mañana no hay prácticamente nadie en toda la plaza. Estoy solo, aquí, en medio de este monumental cuadrado. En una esquina se ve a un mendigo sentado en el suelo, en la otra una pareja cruza por un lateral. Hay tres o cuatro personas a los pies de la escalinata de la puerta principal
y en el centro de la plaza tan solo un servidor, con su mochila a la espalda, su inseparable bastón, ahora plegado y colgado de mi muñeca derecha, con mi barba de una semana y con un cansancio acumulado de muchas horas de duro caminar.
Por una de las calles veo asomar a un policía local así que me aproximo a él y le pregunto dónde está la casa del peregrino, que es el lugar donde se recoge el certificado que acredita que has realizado el Camino. Me indica que está aquí enfrente pero que no abre hasta las diez así que, como tengo tiempo, decido entrar a la catedral.
Otro detalle que vuelve a resultarme curioso. Las tres veces anteriores que visité Santiago entrar en la catedral resultó toda una odisea, y ya si hablamos de visitar la tumba del apóstol, subir sobre el altar a darle el tradicional abrazo o sentarte en uno de los bancos a admirar este edificio ya tendríamos que hablar de utopías o imposibles. Pues bien, la catedral esta completamente vacía, sin turistas y sin peregrinos. No hay nadie. He podido bajar a ver la tumba de Santiago, incluso he echado una foto a pesar de que creo que está prohibido.
También he subido a la parte alta del altar y he tocado la imagen del apóstol, si bien he de reconocer que no lo he abrazado. Ha sido una ligera collejilla mientras le decía –¿qué pasa Santi, cómo lo llevas?- Ha sido emocionante estar arriba, en la parte alta donde se encuentra la imponente figura y ver la perspectiva que desde allí hay del resto de la iglesia.
Ahora estoy sentado en uno de los bancos cercanos al altar mayor. En el claustro hay sentados una docena de sacerdotes que están entonando cánticos tipo gregoriano y la verdad es que suena muy bien. Supongo que es el conjunto de los cánticos, el silencio, tanto arte e historia que contemplar en estos muros y la satisfacción del deber cumplido lo que hace que me sienta tan tranquilo y relajado en estos momentos. Tengo la sensación de que el tiempo está parado. Si cierro los ojos podría imaginar que he retrocedido varios siglos y que cuando salga a la calle abandonando estos muros veré elegantes caballeros a lomos de sus corceles, carretas de suministro tiradas por bueyes y un bullicioso mercado donde confluyen gentes salidas de todos los rincones de la ciudad. Y todo bajo la imponente sombra de esta catedral.
He estado casi veinte minutos sentado en aquel banco en el interior de la catedral. Me ha gustado. La verdad es que en momentos como este uno lamenta no ser muy creyente porque tanto misticismo es digno de ser contemplado y disfrutado. Ahora estoy en la calle, junto a la puerta de la casa del peregrino esperando que abran. Sigo estando solo, se ven algunas personas más por la calle pero poquitas y peregrinos aún no he visto ninguno. ¿Qué habrá sido de mis compañeros? ¿Los veré hoy? Me gustaría poderme despedir de ellos ya que, con casi total seguridad, nunca más los voy a volver a ver.
Después de tanto debate sobre si pedir o no la Compostela resulta que me la han dado casi por obligación. La Compostela es la acreditación o diploma oficial y religioso de que has realizado el camino. Si no eres creyente no eres digno de que te la den y entonces te dan un diploma que viene a poner lo mismo que la Compostela pero en castellano en vez de en latín y con letras normalitas en vez de tipo barroco.
Yo tenía claro que iba a pedir el diploma pero muy a mi sorpresa no ha sido así. Una vez abierta la oficina del peregrino me encamino a uno de los mostradores y pido mi acreditación como que he realizado el Camino. Me piden mi pasaporte de peregrino donde vienen todos los sellos de los lugares por donde he pasado y una vez comprobada la veracidad del tramo que he hecho me dan una hoja para rellenar. Es el típico formulario donde pones tus datos personales, lugar donde empezaste, etc, y hay un apartado donde te preguntan por qué has realizado el Camino. Las opciones a responder son tres; por motivos religiosos, por motivos religiosos u otros y por motivos no religiosos.
Obviamente, y fiel a mis creencias, marqué los motivos no religiosos y cuando entrego el formulario me dice el hombre que me atendía
- He visto que has marcado motivos no religiosos…
- Pues sí, contesto yo
- Ya, es que verás, no sé si sabrás que la Compostela es más bonita que el diploma y además viene en latín y con letra de grabado barroco.
- Sí, si, lo sé, pero es que yo no he hecho el camino por devoción.
- Ya, ya, si te entiendo, pero no sé si habrás visto que hay una opción que pone “religiosos u otros” y tal vez podríamos incluirte ahí y así darte la Compostela en vez del diploma.
- Pero es que le repito que……
- Sí, sí, ya,ya, si te entiendo, pero es que la Compostela...
- Venga, lo que usted prefiera. De me la Compostela y listo.
Así que aquí estoy, con mi Compostela bajo el brazo, con sus letras barrocas escritas en latín que, por cierto, no tengo ni idea de lo que dice.
Pero esto no ha sido lo único curioso que me ha pasado en el interior de la oficina.
Mientras esperaba que me atendieran me puse a leer todos los trípticos y panfletos informativos que tenían sobre el mostrador y uno de ellos hacía referencia al ofrecimiento que el Parador de los Reyes Católicos hacía a los diez primeros peregrinos que llegaban cada día a Santiago de darles de desayunar, comer y cenar el día de su llegada y los dos días siguientes.
El Parador de Los Reyes Católicos es un hotel de cinco estrellas situado en la Plaza del Obradoiro junto a la catedral. Es uno de esos sitios que uno siempre mira desde fuera porque alojarse allí una noche no debe bajar de los trescientos euros...y resulta que me invitan a comer.
Me dirigí al Parador y pregunté en la puerta que tenía que hacer. Me explicaron que debía bajar al piso de abajo y entregar allí una fotocopia de la Compostela . Así lo hice y me informaron de que la comida sería entre la una y la una y media .Como tenía tiempo me dirigí a buscar mi hostal para dejar la mochila y asearme un poco.
Para este último día he decidido coger un hostal y pasar del albergue. Necesito descansar, ducharme y dormir en condiciones después de una semana haciéndolo de cualquier forma. Ayer me reservaron desde Cartagena un hostal muy cerquita de la catedral y por sólo veinticuatro euros. No es nada del otro mundo pero tiene una cama grande y un baño para mi solo con lo que me doy por satisfecho.
Son la una en punto y acabo de llegar al Parador. En la puerta me encuentro con dos peregrinos más. Uno de ellos es mi amigo Nicola, el italiano introvertido. Nos fundimos en un abrazo. ¡Qué alegría me ha dado verlo! El otro compañero es un barcelonés afincado en A Coruña y que lleva ya un par de días comiendo y cenando aquí por lo que ha hecho de anfitrión llevándonos hasta el comedor de peregrinos y luego hasta la sala donde se encontraba el buffet.
Comida de verda...y mucha. Uno de los cocineros nos explica que podemos comer cuanto queramos y repetir las veces que lo deseemos así que comienzo a llenar la bandeja. Todo tiene una pinta exquisita.
A ver, llevo tres trozos diferentes de empanada, dátiles con bacon, un plato de patatas con trozos de jamón y huevo frito, un trozo de pastel de puerros y queso, una cacerolita con un guiso de carne que huele de maravilla, una botella de agua y de postre un arroz con leche con virutas de chocolate y naranja rallada.
Mis compañeros han cogido muchos más platos que yo. Lo que no se comen luego se lo llevan para comer a lo largo de la tarde o de la noche.
Todo estaba delicioso. Hemos comido los tres solos en un pequeño comedor muy acogedor decorado con motivos del Camino. Al acabar hemos dejado las bandejas y los platos en su sitio y hemos salido hacia la plaza.
Acabo de despedirme de Nicola. Es muy triste despedirte de alguien con quien has compartido experiencias estos últimos días y que sabes que no vas a volver a ver nunca más. Durante la comida me ha estado contando que esta es la quinta vez que hace el Camino. Tiene una empresa agrícola en el norte de Italia y sus vacaciones anuales las emplea haciendo este viaje, para él, espiritual y religioso.
Voy a irme al hostal a descansar un rato ya que a las cinco he quedado para salir con Conchi, Toño y Brais . A ver si consigo que me enseñen un poco esta ciudad y luego picamos algo por ahí. Me niego a regresar a casa sin haber comido pulpo.
¡Qué bien lo he pasado! Hemos estado recorriendo Santiago, arriba y abajo, y la verdad es que es una ciudad maravillosa. Hemos acabado cenando unas tapas y por supuesto, por fin, he comido pulpo. La casualidad ha hecho que en diferentes calles me haya ido encontrando a muchos de mis compañeros de viaje. Por una calle y a lo lejos ví como venían hacia mí, cantando y bailando, Alberto y Marta. Allí nos abrazamos y nos resumimos rápidamente lo que habíamos hecho el último día. Luego tristemente pasamos a despedirnos. Lo mismo pasó cuando tropecé con Raúl. Ya empezó con lágrimas en los ojos cuando me vio y por supuesto cuando nos despedimos. Las despedidas son recuerdos tristes pero reflejan que los encuentros valieron la pena.
Ahora son las diez y media de la noche y mis amigos gallegos ya se fueron. Estoy solo. Me he venido a echar un vistazo a la catedral iluminada. A pesar del frío que hace estoy sentado en uno de los bancos de piedra que hay frente al Parador. La imagen de la catedral es preciosa. La visión de la plaza del Obradoiro es impresionante. Mi viaje ha sido sin duda una de las experiencias más gratificantes que he vivido nunca.
Tengo ganas de volver a casa y a la vez me da miedo. Aquí dicen que el verdadero Camino empieza cuando uno abandona Santiago así que me voy al hostal a descansar ya que a las siete de la mañana cojo el avión que me llevará hasta el inicio del resto de mi Camino.
¡Hasta luego Santiago!
¡Hasta pronto Galicia!
¡Hasta siempre compañeros!
domingo, 13 de marzo de 2011
Mi primer relato
El relato corto es un género que siempre me ha gustado. En muchas ocasiones se me han pasado por la cabeza muchas historias que contar pero nunca llegué a plasmarlas en papel. Esta mañana me he levantado con ganas de escribir así que me he puesto a ello y el resultado es lo que vais a poder leer ahora. Es la primera vez que publico un relato así que espero que seais benévolos.
LLEGO TARDE
Llego tarde, muy tarde. Sara me va a matar. Ayer celebramos nuestro aniversario, diez años. Es una mujer maravillosa y yo soy muy afortunado de poder estar junto a ella. Recuerdo la primera vez que la ví en aquel centro comercial sentada en una cafetería con unas amigas, alegre, divertida, morena de pelo largo, unos ojos verdes que hacían que pudieras perder horas mirándolos fijamente y una sonrisa capaz de animar el día a cualquiera por muy duro que este hubiera sido. Y diez años después sigue igual. No hay día que pase que no me repita varias veces que tengo que cuidarla, que mimarla y que quererla porque sin duda alguna es lo mejor que me ha pasado nunca; aunque hoy se va a enfadar bastante porque llego tarde.
Llego tarde y mi hija Irene se estará preguntando dónde estoy. Sin duda es un reflejo de su madre, sus ojos, su pelo, su sonrisa. Desde que nació, hace ya cinco años, no pasa un día sin que le diga cuanto la quiero. Es mi bebé, mi pequeñaja, mi niña, mi vida. En este último mes, cuando regreso de trabajar, no hay día que no se esconda tras la puerta de la calle cuando oye el coche llegar y cuando asomo por la puerta me engancha la pierna por detrás y me dice –eres mi prisionero-. Luego me toca arrastrarla cinco minutos por toda la casa enganchada a mi pierna implorando que me suelte y que no me meta en la mazmorra del castillo. Sólo por eso merece la pena no retrasarme nunca pero hoy llego tarde.
Llego tarde y aún no he felicitado a mi madre por su cumpleaños. Desde que mi padre falleció hace dos años estoy muy pendiente de ella. Intento visitarla a diario y procurar que no le falte nada. Es una mujer con un carácter muy fuerte y suele sonreír poco pero derrocha bondad y dulzura. La muerte de mi padre nos unió más aún de lo que estábamos. Hoy comemos en su casa y Sara e Irene le están haciendo un pastel. Yo he parado a comprar dos velas, un seis y un ocho, y le haremos pedir un deseo antes de soplarlas, aunque supongo que dejará que su nieta la ayude en tal cometido. Y, precisamente hoy, llego tarde.
Llego tarde y Felipe debe estar disgustado. Le dije que pasaría a recogerlo para llevarlo al gimnasio ya que tiene su coche en el taller. El deporte lo es todo para él. Nunca fue un deportista destacado pero desde que murió nuestro padre empezó a practicar atletismo, luego ciclismo, fútbol, artes marciales....A sus veinticinco años tiene un cuerpo que ya lo quisiera yo para mí. Es alto, guapo, con los músculos bien marcados pero sin llegar a ser desproporcionados, es simpático y muy atento con los demás y sí, por supuesto, tiene a todas las solteras del barrio revoloteando a su alrededor. Su clase de taekwondo tiene que haber empezado y yo llego tarde.
Llego tarde y mis amigos tienen que estar acordándose de mí. Todos los jueves por la tarde nos vemos para jugar nuestro partido de tenis semanal. Lo cierto es que lo de darle a la raqueta durante un par de horas es solo la excusa para juntarnos los cuatro todas las semanas, descargar adrenalina, reírnos un rato y luego tomarnos unas cervezas. A Juan y a Luís los conozco desde que éramos niños. A lo largo de los años nos hemos esforzado por no perder nunca el contacto y me reconforta mucho poder pasar con ellos estos buenos momentos. A Pedro lo conocí en la universidad y desde entonces no nos hemos separado. Juntos terminamos la carrera y juntos montamos nuestra pequeña empresa de telecomunicaciones. Es mi socio, mi compañero, mi amigo y mi confidente. Normalmente soy el primero en llegar al club pero casualmente este jueves tengo la sensación de que voy a llegar tarde.
Por fin llego. Entro lo más rápido que puedo en casa. El salón está lleno de gente. Echo un vistazo rápido y veo que están todos. Sara, mi peque, mi madre, Felipe, Juan, Luís, Pedro, también están sus respectivas parejas...Bien, perfecto, así me puedo disculpar con todos a la vez. –Buenas tardes-, digo con voz suave y entrecortada. –Siento mucho el retraso- Nadie me contesta. Esta vez si la he hecho buena. He conseguido que todos se enfaden conmigo. – Venga, no es para tanto, ya he pedido perdón-. Del final de la habitación veo que una figura se dirige hacia mí pasando entre el resto de la gente. En ese momento me invade una sensación de paz y tranquilidad que nunca antes había experimentado. Cuando llega a mi lado me sonríe y entonces le digo susurrando –Lo siento papá, llego tarde-.
LLEGO TARDE
Llego tarde, muy tarde. Sara me va a matar. Ayer celebramos nuestro aniversario, diez años. Es una mujer maravillosa y yo soy muy afortunado de poder estar junto a ella. Recuerdo la primera vez que la ví en aquel centro comercial sentada en una cafetería con unas amigas, alegre, divertida, morena de pelo largo, unos ojos verdes que hacían que pudieras perder horas mirándolos fijamente y una sonrisa capaz de animar el día a cualquiera por muy duro que este hubiera sido. Y diez años después sigue igual. No hay día que pase que no me repita varias veces que tengo que cuidarla, que mimarla y que quererla porque sin duda alguna es lo mejor que me ha pasado nunca; aunque hoy se va a enfadar bastante porque llego tarde.
Llego tarde y mi hija Irene se estará preguntando dónde estoy. Sin duda es un reflejo de su madre, sus ojos, su pelo, su sonrisa. Desde que nació, hace ya cinco años, no pasa un día sin que le diga cuanto la quiero. Es mi bebé, mi pequeñaja, mi niña, mi vida. En este último mes, cuando regreso de trabajar, no hay día que no se esconda tras la puerta de la calle cuando oye el coche llegar y cuando asomo por la puerta me engancha la pierna por detrás y me dice –eres mi prisionero-. Luego me toca arrastrarla cinco minutos por toda la casa enganchada a mi pierna implorando que me suelte y que no me meta en la mazmorra del castillo. Sólo por eso merece la pena no retrasarme nunca pero hoy llego tarde.
Llego tarde y aún no he felicitado a mi madre por su cumpleaños. Desde que mi padre falleció hace dos años estoy muy pendiente de ella. Intento visitarla a diario y procurar que no le falte nada. Es una mujer con un carácter muy fuerte y suele sonreír poco pero derrocha bondad y dulzura. La muerte de mi padre nos unió más aún de lo que estábamos. Hoy comemos en su casa y Sara e Irene le están haciendo un pastel. Yo he parado a comprar dos velas, un seis y un ocho, y le haremos pedir un deseo antes de soplarlas, aunque supongo que dejará que su nieta la ayude en tal cometido. Y, precisamente hoy, llego tarde.
Llego tarde y Felipe debe estar disgustado. Le dije que pasaría a recogerlo para llevarlo al gimnasio ya que tiene su coche en el taller. El deporte lo es todo para él. Nunca fue un deportista destacado pero desde que murió nuestro padre empezó a practicar atletismo, luego ciclismo, fútbol, artes marciales....A sus veinticinco años tiene un cuerpo que ya lo quisiera yo para mí. Es alto, guapo, con los músculos bien marcados pero sin llegar a ser desproporcionados, es simpático y muy atento con los demás y sí, por supuesto, tiene a todas las solteras del barrio revoloteando a su alrededor. Su clase de taekwondo tiene que haber empezado y yo llego tarde.
Llego tarde y mis amigos tienen que estar acordándose de mí. Todos los jueves por la tarde nos vemos para jugar nuestro partido de tenis semanal. Lo cierto es que lo de darle a la raqueta durante un par de horas es solo la excusa para juntarnos los cuatro todas las semanas, descargar adrenalina, reírnos un rato y luego tomarnos unas cervezas. A Juan y a Luís los conozco desde que éramos niños. A lo largo de los años nos hemos esforzado por no perder nunca el contacto y me reconforta mucho poder pasar con ellos estos buenos momentos. A Pedro lo conocí en la universidad y desde entonces no nos hemos separado. Juntos terminamos la carrera y juntos montamos nuestra pequeña empresa de telecomunicaciones. Es mi socio, mi compañero, mi amigo y mi confidente. Normalmente soy el primero en llegar al club pero casualmente este jueves tengo la sensación de que voy a llegar tarde.
Por fin llego. Entro lo más rápido que puedo en casa. El salón está lleno de gente. Echo un vistazo rápido y veo que están todos. Sara, mi peque, mi madre, Felipe, Juan, Luís, Pedro, también están sus respectivas parejas...Bien, perfecto, así me puedo disculpar con todos a la vez. –Buenas tardes-, digo con voz suave y entrecortada. –Siento mucho el retraso- Nadie me contesta. Esta vez si la he hecho buena. He conseguido que todos se enfaden conmigo. – Venga, no es para tanto, ya he pedido perdón-. Del final de la habitación veo que una figura se dirige hacia mí pasando entre el resto de la gente. En ese momento me invade una sensación de paz y tranquilidad que nunca antes había experimentado. Cuando llega a mi lado me sonríe y entonces le digo susurrando –Lo siento papá, llego tarde-.
sábado, 5 de marzo de 2011
Viernes 28. De la pesadilla del oso a la satisfacción del objetivo cumplido.
Yo a este tío me lo cargo!!!!!! Son las dos de la madrugada y no puedo pegar ojo con sus ronquidos. No he visto en mi vida a alguien que ruja, porque esto no es roncar, es rugir, como el hombre este que tengo durmiendo conmigo, y digo conmigo porque su litera está completamente pegada a la mía, como si de una cama de matrimonio se tratara, vamos, que solo le falta darse la vuelta y abrazarme. Me he puesto los cascos y tengo el mp3 al máximo de su volumen y aún así oigo al oso en mi oído.
Desde la otra punta del dormitorio, que es muy grande, oigo a alguien susurrar, - ¡que alguien calle a ese tío! A ese le molesta y está a unos treinta metros……… y yo lo tengo pegadito a mí. He conseguido echar una cabezadita pero aún así son sólo las cuatro y media.
El mp3 se ha quedado sin pilas y ahora solo se oyen los tremendos ronquidos. Me coloco la almohada sobre la cabeza y la aprieto fuerte contra mis oídos a ver si así dejo de escucharlo...nada, ni por esas y encima me estoy ahogando. Saco una pierna de dentro del saco y le arreo una patadita suave sobre su espinilla...como el que oye llover, ni se ha inmutado ni ha variado el nivel del ronquido. El chaval de la cama de enfrente ha visto mi jugada y me hace signos con la mano para que lo intente de nuevo pero esta vez le meta la patada en la boca. Con ganas me quedo aunque no quedaría muy bien visto dentro del ambiente de camaradería que siempre existe entre los peregrinos.
En fin, ya son las seis y no aguanto más así que voy a levantarme y a prepararlo todo. Cojo la mochila, lo meto todo dentro de cualquier forma, deshago la cama y me bajo a la sala de estar a estudiarme y prepararme la dura etapa que voy a iniciar hoy. Por lo menos aquí no oigo roncar al tiparraco ese.
En teoría para llegar a Santiago quedan dos etapas, una que sale de aquí, Arzúa, y llega hasta Pedrouzo de unos veinte kilómetros y la otra que iría desde Pedrouzo hasta el mismo Santiago, de otros veinte kilómetros más o menos. Algunos peregrinos, los más osados, intentan doblar la etapa de hoy haciendo desde aquí un recorrido de unos treinta y ocho kilómetros y llegando hasta el Monte Do Gozo, que queda tan solo a cuatro kilómetros de la ciudad del apóstol, de esta forma el último día tan solo tienen que recorrer un corto paseo y entran en Santiago tempranito, limpios y frescos.
Pues ahí que voy yo. Voy a intentarlo, por qué no. Vale que son muchos kilómetros, vale que no he pegado ojo en toda la noche y vale que la etapa de ayer me dejó muy tocado físicamente pero precisamente por eso, porque ya he aprendido de mis errores de ayer y porque me apetece llegar a Santiago descansado y fresco voy a intentarlo. Todo puede ser que cuando llegue a Pedrouzo no me encuentre con fuerzas y decida quedarme allí a pasar la noche.
Ya son varios los compañeros que se encuentran conmigo en la sala común. Unos desayunan, otros preparan sus etapas de hoy mapa en mano y otros simplemente comentan como ha ido la noche. Por supuesto los ronquidos de mi compañero de litera son lo más comentado y cuando les digo que el que ha pasado la noche a su lado era yo todos me preguntan que como he podido dormir…-¿Dormir?, contesto yo…..-¿qué es eso?. Al parecer vamos a ser tres los que intentaremos llegar a Monte Do Gozo en la jornada de hoy. Nicola, el italiano introvertido, un camarada ya mayorcito con el que he coincidido un par de veces pero que sigo sin saber su nombre y un servidor. El resto de compañeros caminarán hasta Pedrouzo y harán noche allí, que es lo lógico.
Ha llegado el momento, son las siete y media y aunque aún queda una hora más o menos de oscuridad decido comenzar. Hoy el día se va a hacer muy cuesta arriba así que cuanto antes empiece mejor. Creo que voy bien preparado. Llevo cinco botellas de agua de medio litro, dos manzanas, un paquete con cuatro bollicaos y un zumo de melocotón. Lo único malo es que he incrementado el peso de la mochila unos tres kilos con todos estos suministros. Me despido de los compañeros que estaban allí deseándoles buen Camino y emplazándolos a vernos el sábado en Santiago. Todos me desean suerte en la hazaña que voy a intentar. Le digo a Nicola que nos vemos esta noche en el Monte Do Gozo y me contesta con una media sonrisa, como diciendo - tío, tenemos por delante treinta y ocho kilómetros de los cuales los últimos cinco son subiendo monte…. Salgo por la puerta del albergue y oigo tras de mí a alguien que me grita –Buen Camino peregrino-, me giro y veo bajando por las escaleras al oso que no me ha dejado dormir en toda la noche. Me quedo mirándolo y, a pesar de tener ganas de comentarle mis respetos sobre sus difuntos y recordar a su santa madre, me resigno a responder –gracias compañero, buen Camino a ti también-
No llueve y tampoco hace demasiado frío. Lo que si hay es una niebla muy espesa que a duras penas me deja ver la pared de enfrente. Salir de Arzúa me resulta fácil y rápido ya que el albergue está enclavado dentro del Camino y las señales son muy visibles. En poco más de 10 minutos he dejado atrás las últimas casas a las afuera del pueblo y ya estoy en medio de un frondoso bosque. La verdad es que si llego a ser una persona miedosa este sería el momento ideal para tener miedo. Aún no son las ocho de la mañana, es noche cerrada, no hay luna y además hay una niebla densa que me rodea. Estoy en medio de un bosque siguiendo un camino de hojas, tierra y piedras por el que me guío gracias a una linterna y por si el entorno fuera ya poco tétrico me he parado a hacer unas fotos e intentar captar lo que me rodea. Cuando he mirado la pantalla de la cámara a ver que tal había salido la foto lo único que aparece es una nubecilla que yo no puedo ver delante mía pero que la cámara si refleja cuando echo la foto…lo dicho, porque no soy miedoso por que si no estaría acojonadito vivo ya que he tardado unos veinte segundos en razonar que esa nube que aparece es la propia niebla que me envuelve y que ,aunque yo no la veo, al salir el flash de la cámara sí se refleja.
Poco a poco va amaneciendo y la niebla levantando. El día aparece despejado aunque hay algunas nubes allí a lo lejos, hacia donde me dirijo, que puede que traigan agua más adelante. Ahora ya puedo caminar más rápido. El Camino va intercalando trozos de bosque, prado y la carretera nacional que llega a Santiago. Cuentan que muchos peregrinos se meten en esta carretera y caminando por el arcén ya no paran hasta llegar a Santiago pero yo no le encuentro la gracia ya que lo bonito del Camino es precisamente esa parte en la que caminas por en medio de bosques y prados, atravesando aldeas rurales, ríos...en fin, cada uno es libre en su caminar.
Calculo que llevaré unos diez kilómetros caminados así que es hora de hacer la primera parada. Acabo de dejar la carretera y me he adentrado de nuevo en un bosque. Aprovecho que hay un par de piedras grandes y planas y descanso aquí.
Me descuelgo la mochila y aprovecho para preparar la cámara en automático para hacerme una foto en este entorno. Después guardo los guantes y la braga del cuello, no hace frío como para llevarlos, me desabrocho y me quito también las botas. Voy a comerme una manzana, un bollicao y el zumo de melocotón.
Bueno, estómago lleno, hombros y pies descansados, sed saciada…hora de proseguir.
Qué maravilla, habré descansado poco más de un cuarto de hora pero me encuentro fresco, como nuevo y con el ánimo en lo más alto. Ahora mismo sería capaz de llegar a Santiago de un tirón.
Tal y como supuse ha comenzado a llover. Es una lluvia fina y suave. Apenas empapa por lo que no voy a sacar la capa. Con la capucha del chaquetón es suficiente de momento. Si veo que aprieta sacaré la capa para cubrir, sobre todo, la mochila.
Hace un par de minutos casi soy atropellado por una manada de vacas corriendo por un camino rural. Iba tranquilamente inmerso en mis pensamientos y con la música suave de Enya envolviéndome cuando al torcer un recodo he visto delante de mí un grupo de vacas que corrían en mi dirección. Me ha dado tiempo a saltar a la cuneta y verlas pasar mientras sacaba la cámara del bolsillo para retratar la escena. En medio de la manada iba una mujer con un paraguas en una mano y una caña en la otra con la que golpeaba el suelo mientras gritaba a las vacas. Estas cosas sólo se ven aquí.
Son las doce y acabo cruzar Pedrouzo así que me faltan veintidós kilómetros para llegar a Santiago. Eso quiere decir que me restan dieciocho para llegar al Monte Do Gozo y que, por lo tanto, ya llevo caminados veinte desde que salí esta mañana de Arzúa. Voy a un ritmo muy bueno y llevo bastante controlado el tema de la sed y el cansancio así que….. decidido, voy a terminar la etapa en el Monte do Gozo.
Voy a aprovechar este mini túnel que hay por debajo de la carretera y voy a descansar aquí. En la planificación que me he hecho del día me marqué como objetivo descansar cada diez kilómetros. Vuelvo a soltarme la mochila y saco de ella las chanclas. Voy a quitarme las botas y los calcetines y así dar un poco de descanso a los pies. También aprovecho para echarme un poco de reflex en los gemelos porque los tengo un poco cargados. Saco una manzana, otro bollicao y una botellita de agua y me siento en el suelo, con la espalda apoyada en la pared del túnel. Lo cierto es que no es un túnel propiamente dicho sino uno de esos pasos subterráneos que se construyen bajo las carreteras y autovías para que la gente pase por ellos y no cruce el asfalto.
No llevo ni diez minutos sentado cuando oigo el ruido de algo metálico golpeando contra el suelo en la bajada hacia el túnel. Suena como un bastón así que supongo que serán Nicola o el otro compañero peregrino que salió tras de mí. Cual es mi sorpresa cuando aparece ante mí una anciana vestida completamente de negro, pañuelo en la cabeza incluido, con un delantal blanco y azul, unas zapatillas de andar por casa, unas grandes gafas que cubrían no sólo sus ojos sino también parte de su muy arrugada cara y un bastón en su mano derecha con el que iba apoyándose. Al llegar a mi altura la buena mujer para y yo me incorporo rápido diciéndole –Buenos días señora.
–Buenos días peregrino, contestó ella, -te quedan dieciocho kilómetros para Santiago.
–Lo sé señora, ya me queda poquito para terminar. En ese momento me extiende su mano izquierda y coge la mía apretándomela con fuerza y me dice –quien a Santiago va con devoción del patrón consigue su perdón. Mucho ánimo hijo mío y que Santiago te proteja. Entonces se acercó a mí y me dio un par de besos. Allí estaba yo, con una manzana a medio comer en una de mis manos, con la mujer cogiéndome la otra, con las chanclas puestas, y dándole un par de besos a una anciana que acababa de aparecer de la nada delante de mí.
Me despido de la mujer la cual sigue con su lento caminar apoyando su bastón y vuelvo a sentarme en el suelo. Mientras se aleja pienso que nunca olvidaré esa cara tan bondadosa, amable, familiar…. En los tres o cuatro minutos que ha estado conmigo me ha contagiado de optimismo y de ánimo a la vez que me ha transmitido tranquilidad…lo dicho, nunca olvidaré este momento.
El cansancio ya es notable. Me duele todo, hombros, piernas, pies…Hace ya un par de horas que hice mi última parada en aquel túnel, diez kilómetros atrás. He caminado casi todo el tiempo por el arcén de la carretera e incluso he cruzado un par de autovías. Nada destacable ya que el ruido de los coches, camiones, motos y demás ha hecho que este último tramo no tenga nada de especial. Ni paisajes, ni aldeas, ni bosques….Se nota que me voy aproximando a Santiago y el entorno rural va desapareciendo poco a poco. Ahora mismo estoy pasando junto a Lavacolla, el aeropuerto internacional de Santiago de Compostela. Es hora de hacer el último descanso del día aprovechando un pequeño espacio en el camino por donde pasa un riachuelo. Parece una especie de oasis a los pies de las inmensas pistas e instalaciones del aeropuerto.
Voy a beberme la poca agua que me queda, a comerme el último de los bollicaos, último cambio de calcetines, más reflex, ahora sobre los hombros y diez o quince minutos sentado sobre esta fría y enmohecida piedra. Calculo que me quedan unos ocho kilómetros para el Monte Do Gozo. Puede parecer que no es demasiado, sobre todo si pensamos que ya llevo treinta caminados, pero precisamente por ese cansancio acumulado empiezo a pensar que no tenía que haberlo intentado y haberme quedado en Pedrouzo....treinta y ocho kilómetros son demasiados.
Un avión de Ryanair despegando del aeropuerto y pasando a muy baja altura por donde me encuentro me hace reaccionar. El ruido es ensordecedor. Casi puedo ver a los pasajeros asomándose a través de las ventanillas. Me quedo contemplando como el avión se va elevando y lo sigo con la mirada hasta que desaparece entre las nubes grisáceas.
Si me quedo más tiempo aquí sentado ya no va a haber quien me mueva así que venga, a continuar y a terminar lo que he empezado.
El camino vuelve a adentrarse en zona de campo y se aleja de la carretera y de la autovía. Estoy empezando a subir la sierra donde se encuentra el Monte Do Gozo. Es la parte más alta de este grupo de montañas así que todo lo que me queda va a ser cuesta arriba. Ya camino por instinto, apenas voy pendiente de los paisajes y no veo señales por ningún lado. Me he dado cuenta de que estoy caminando muy deprisa. Hace unos minutos he adelantado a una pareja de peregrinos, los primeros que me he encontrado en todo el día, seguramente saldrían desde Pedrouzo, es decir, llevan caminando unos doce kilómetros y los he pasado como si yo fuera corriendo y ellos a paso de tortuga. Hace unos momentos he pasado por delante de las instalaciones de TVG, la televisión de Galicia, y ahora mismo estoy pasando por RTVE, que son las instalaciones y estudios que tiene televisión española en esta comunidad autónoma. En condiciones normales me pararía a echar unas fotos a ambos complejos ya que impresiona la cantidad de enormes antenas que tienen por todas partes pero no tengo fuerzas para parar. Bueno, para parar sí pero tengo la sensación de que si lo hago no podré volver a reiniciar la marcha.
A cada giro de curva que hago espero encontrarme el complejo vacacional de Monte Do Gozo pero no es así, sigo, y sigo y sigo caminando y no llego. Hace unos diez minutos un hombre me dijo que me quedaban unos dos kilómetros, sin duda están siendo los más largos que he recorrido nunca.
Sí, por fin, ahí está, delante de mí, el monumento al peregrino que marca la entrada a este complejo vacacional. He llegado. Lo he conseguido. Lo he hecho. Estoy feliz, estoy contento, estoy….cansado, muy cansado.
El Monte Do Gozo es una ciudad de vacaciones a cuatro kilómetros de Santiago de Compostela. Sus instalaciones me recuerdan a un campo de concentración ya que son una serie de barracones colocados en hilera de norte a sur y de este a oeste y separados por una zona mediana donde hay una cafetería, un restaurante, lavandería, tienda, y otros establecimientos. También hay alrededor de los barracones piscina, parques, auditorio, zonas de acampada, hotel, enfermería…en definitiva, casi de todo. Eso sí, a excepción del restaurante y la cafetería todo está cerrado ya que, como ha sido costumbre a lo largo del Camino, a penas hay nada abierto este mes de enero.
Dos de los barracones, los únicos abiertos, han sido habilitados para los peregrinos que hacen el Camino de Santiago. Supongo que en los meses cálidos, cuando la afluencia de visitantes es mayor, destinarán a peregrinos más barracones aunque no quiero imaginarme lo que será esto en pleno verano, cuando a los cientos de peregrinos se les unan los colectivos, colegios, asociaciones y demás que utilicen este complejo como centro vacacional..
Por dentro los barracones son muy simétricos. Un pasillo central con habitaciones a derecha y a izquierda con dos cuartos de baño, una sala de estar y el resto dormitorios. Estos últimos son pequeños, con cuatro literas cada uno, es decir, para ocho personas por habitación. Todo está muy nuevo y en muy buen estado.
Después de darme una ducha eterna me he puesto el chándal, un polo y el chaquetón y voy a ver si pillo algo de comida porque entre unas cosas y otras ya son las seis de la tarde y ya hace horas que comí por última vez. Voy caminando con las chanclas puestas, no me he puesto ni calcetines. Cojeo por turnos ya que como me duelen las dos piernas voy cojo un rato de una y después de la otra. Está chispeando, no ha dejado de hacerlo desde hace horas y aquí arriba si que hace frío. De camino al restaurante me paro en un mirador y contemplo la ciudad de Santiago allí abajo, a mi alcance, a tan solo un paseo de distancia. Un sentimiento de orgullo sustituye por un momento al insoportable dolor de piernas. Me acuerdo de Roberto, mi amigo brasileño que lleva caminando un mes y medio. Si para mí, que he caminado durante una semana, me reconforta tanto el haberlo conseguido para él tiene que ser algo que supera cualquier sensación conocida. Creo que es necesario haber hecho el Camino para entender de lo que estoy hablando.
En la cafetería me dicen que hasta las siete no abren el servicio de cocina y que hasta esa hora no me pueden preparar ni un bocadillo. Indignante…..pero no tengo ganas de discutir así que como tienen terminal con conexión a internet decido esperar poniéndome al día de todo lo que ha acontecido esta última semana que he estado desconectado de todo.
Es curioso, al final, después de tanta espera me ha apetecido, por encima de menú, de bocatas y otras opciones que tenía, una hamburguesa. Además no ha sido de esas tipo McDonalds, sino una de las caseras, con pan redondo de panadería, con la hoja de lechuga entera, la rodaja de tomate y de cebolla y un tranchete. Me ha sabido a gloria.
Ahora he salido del restaurante. - Qué frío hace!!!! La temperatura ha bajado un disparate en esta hora y media que llevaré dentro de la cafetería. Ya es de noche y estoy tiritando. Habrá uno o dos grados como mucho….y yo en chanclas. Recorro los doscientos metros que hay hasta mi barracón lo más rápido que puedo teniendo en cuenta que apenas puedo mover las piernas, que estoy tiritando de frío, medio descalzo y que está lloviendo con fuerza.
Que reconfortante es cerrar tras de mí la puerta del barracón y que te envuelva la calidez de una estancia con la calefacción bien alta.
Son sólo las nueve de la noche pero me voy a acostar ya. Me meto en mi saco de dormir, me coloco mis cascos con la música muy suave y cierro los ojos. Tengo otros tres compañeros más de habitación, dos coreanos y un español y los tres están ya durmiendo. Me pongo a recordar cómo ha transcurrido la etapa, todo lo que ha dado de sí, todo lo que me ha sucedido y lo mal que lo he pasado en el tramo final...pero aquí estoy, a cuatro kilómetros de Compostela. Casi puedo gritar eso de – misión cumplida- Como diría un amigo mío, -Bien trabajao-
Me quito los cascos de las orejas porque tengo la sensación de que en cualquier momento me voy a quedar durm…………
Desde la otra punta del dormitorio, que es muy grande, oigo a alguien susurrar, - ¡que alguien calle a ese tío! A ese le molesta y está a unos treinta metros……… y yo lo tengo pegadito a mí. He conseguido echar una cabezadita pero aún así son sólo las cuatro y media.
El mp3 se ha quedado sin pilas y ahora solo se oyen los tremendos ronquidos. Me coloco la almohada sobre la cabeza y la aprieto fuerte contra mis oídos a ver si así dejo de escucharlo...nada, ni por esas y encima me estoy ahogando. Saco una pierna de dentro del saco y le arreo una patadita suave sobre su espinilla...como el que oye llover, ni se ha inmutado ni ha variado el nivel del ronquido. El chaval de la cama de enfrente ha visto mi jugada y me hace signos con la mano para que lo intente de nuevo pero esta vez le meta la patada en la boca. Con ganas me quedo aunque no quedaría muy bien visto dentro del ambiente de camaradería que siempre existe entre los peregrinos.
En fin, ya son las seis y no aguanto más así que voy a levantarme y a prepararlo todo. Cojo la mochila, lo meto todo dentro de cualquier forma, deshago la cama y me bajo a la sala de estar a estudiarme y prepararme la dura etapa que voy a iniciar hoy. Por lo menos aquí no oigo roncar al tiparraco ese.
En teoría para llegar a Santiago quedan dos etapas, una que sale de aquí, Arzúa, y llega hasta Pedrouzo de unos veinte kilómetros y la otra que iría desde Pedrouzo hasta el mismo Santiago, de otros veinte kilómetros más o menos. Algunos peregrinos, los más osados, intentan doblar la etapa de hoy haciendo desde aquí un recorrido de unos treinta y ocho kilómetros y llegando hasta el Monte Do Gozo, que queda tan solo a cuatro kilómetros de la ciudad del apóstol, de esta forma el último día tan solo tienen que recorrer un corto paseo y entran en Santiago tempranito, limpios y frescos.
Pues ahí que voy yo. Voy a intentarlo, por qué no. Vale que son muchos kilómetros, vale que no he pegado ojo en toda la noche y vale que la etapa de ayer me dejó muy tocado físicamente pero precisamente por eso, porque ya he aprendido de mis errores de ayer y porque me apetece llegar a Santiago descansado y fresco voy a intentarlo. Todo puede ser que cuando llegue a Pedrouzo no me encuentre con fuerzas y decida quedarme allí a pasar la noche.
Ya son varios los compañeros que se encuentran conmigo en la sala común. Unos desayunan, otros preparan sus etapas de hoy mapa en mano y otros simplemente comentan como ha ido la noche. Por supuesto los ronquidos de mi compañero de litera son lo más comentado y cuando les digo que el que ha pasado la noche a su lado era yo todos me preguntan que como he podido dormir…-¿Dormir?, contesto yo…..-¿qué es eso?. Al parecer vamos a ser tres los que intentaremos llegar a Monte Do Gozo en la jornada de hoy. Nicola, el italiano introvertido, un camarada ya mayorcito con el que he coincidido un par de veces pero que sigo sin saber su nombre y un servidor. El resto de compañeros caminarán hasta Pedrouzo y harán noche allí, que es lo lógico.
Ha llegado el momento, son las siete y media y aunque aún queda una hora más o menos de oscuridad decido comenzar. Hoy el día se va a hacer muy cuesta arriba así que cuanto antes empiece mejor. Creo que voy bien preparado. Llevo cinco botellas de agua de medio litro, dos manzanas, un paquete con cuatro bollicaos y un zumo de melocotón. Lo único malo es que he incrementado el peso de la mochila unos tres kilos con todos estos suministros. Me despido de los compañeros que estaban allí deseándoles buen Camino y emplazándolos a vernos el sábado en Santiago. Todos me desean suerte en la hazaña que voy a intentar. Le digo a Nicola que nos vemos esta noche en el Monte Do Gozo y me contesta con una media sonrisa, como diciendo - tío, tenemos por delante treinta y ocho kilómetros de los cuales los últimos cinco son subiendo monte…. Salgo por la puerta del albergue y oigo tras de mí a alguien que me grita –Buen Camino peregrino-, me giro y veo bajando por las escaleras al oso que no me ha dejado dormir en toda la noche. Me quedo mirándolo y, a pesar de tener ganas de comentarle mis respetos sobre sus difuntos y recordar a su santa madre, me resigno a responder –gracias compañero, buen Camino a ti también-
No llueve y tampoco hace demasiado frío. Lo que si hay es una niebla muy espesa que a duras penas me deja ver la pared de enfrente. Salir de Arzúa me resulta fácil y rápido ya que el albergue está enclavado dentro del Camino y las señales son muy visibles. En poco más de 10 minutos he dejado atrás las últimas casas a las afuera del pueblo y ya estoy en medio de un frondoso bosque. La verdad es que si llego a ser una persona miedosa este sería el momento ideal para tener miedo. Aún no son las ocho de la mañana, es noche cerrada, no hay luna y además hay una niebla densa que me rodea. Estoy en medio de un bosque siguiendo un camino de hojas, tierra y piedras por el que me guío gracias a una linterna y por si el entorno fuera ya poco tétrico me he parado a hacer unas fotos e intentar captar lo que me rodea. Cuando he mirado la pantalla de la cámara a ver que tal había salido la foto lo único que aparece es una nubecilla que yo no puedo ver delante mía pero que la cámara si refleja cuando echo la foto…lo dicho, porque no soy miedoso por que si no estaría acojonadito vivo ya que he tardado unos veinte segundos en razonar que esa nube que aparece es la propia niebla que me envuelve y que ,aunque yo no la veo, al salir el flash de la cámara sí se refleja.
Poco a poco va amaneciendo y la niebla levantando. El día aparece despejado aunque hay algunas nubes allí a lo lejos, hacia donde me dirijo, que puede que traigan agua más adelante. Ahora ya puedo caminar más rápido. El Camino va intercalando trozos de bosque, prado y la carretera nacional que llega a Santiago. Cuentan que muchos peregrinos se meten en esta carretera y caminando por el arcén ya no paran hasta llegar a Santiago pero yo no le encuentro la gracia ya que lo bonito del Camino es precisamente esa parte en la que caminas por en medio de bosques y prados, atravesando aldeas rurales, ríos...en fin, cada uno es libre en su caminar.
Calculo que llevaré unos diez kilómetros caminados así que es hora de hacer la primera parada. Acabo de dejar la carretera y me he adentrado de nuevo en un bosque. Aprovecho que hay un par de piedras grandes y planas y descanso aquí.
Me descuelgo la mochila y aprovecho para preparar la cámara en automático para hacerme una foto en este entorno. Después guardo los guantes y la braga del cuello, no hace frío como para llevarlos, me desabrocho y me quito también las botas. Voy a comerme una manzana, un bollicao y el zumo de melocotón.
Bueno, estómago lleno, hombros y pies descansados, sed saciada…hora de proseguir.
Qué maravilla, habré descansado poco más de un cuarto de hora pero me encuentro fresco, como nuevo y con el ánimo en lo más alto. Ahora mismo sería capaz de llegar a Santiago de un tirón.
Tal y como supuse ha comenzado a llover. Es una lluvia fina y suave. Apenas empapa por lo que no voy a sacar la capa. Con la capucha del chaquetón es suficiente de momento. Si veo que aprieta sacaré la capa para cubrir, sobre todo, la mochila.
Hace un par de minutos casi soy atropellado por una manada de vacas corriendo por un camino rural. Iba tranquilamente inmerso en mis pensamientos y con la música suave de Enya envolviéndome cuando al torcer un recodo he visto delante de mí un grupo de vacas que corrían en mi dirección. Me ha dado tiempo a saltar a la cuneta y verlas pasar mientras sacaba la cámara del bolsillo para retratar la escena. En medio de la manada iba una mujer con un paraguas en una mano y una caña en la otra con la que golpeaba el suelo mientras gritaba a las vacas. Estas cosas sólo se ven aquí.
Son las doce y acabo cruzar Pedrouzo así que me faltan veintidós kilómetros para llegar a Santiago. Eso quiere decir que me restan dieciocho para llegar al Monte Do Gozo y que, por lo tanto, ya llevo caminados veinte desde que salí esta mañana de Arzúa. Voy a un ritmo muy bueno y llevo bastante controlado el tema de la sed y el cansancio así que….. decidido, voy a terminar la etapa en el Monte do Gozo.
Voy a aprovechar este mini túnel que hay por debajo de la carretera y voy a descansar aquí. En la planificación que me he hecho del día me marqué como objetivo descansar cada diez kilómetros. Vuelvo a soltarme la mochila y saco de ella las chanclas. Voy a quitarme las botas y los calcetines y así dar un poco de descanso a los pies. También aprovecho para echarme un poco de reflex en los gemelos porque los tengo un poco cargados. Saco una manzana, otro bollicao y una botellita de agua y me siento en el suelo, con la espalda apoyada en la pared del túnel. Lo cierto es que no es un túnel propiamente dicho sino uno de esos pasos subterráneos que se construyen bajo las carreteras y autovías para que la gente pase por ellos y no cruce el asfalto.
No llevo ni diez minutos sentado cuando oigo el ruido de algo metálico golpeando contra el suelo en la bajada hacia el túnel. Suena como un bastón así que supongo que serán Nicola o el otro compañero peregrino que salió tras de mí. Cual es mi sorpresa cuando aparece ante mí una anciana vestida completamente de negro, pañuelo en la cabeza incluido, con un delantal blanco y azul, unas zapatillas de andar por casa, unas grandes gafas que cubrían no sólo sus ojos sino también parte de su muy arrugada cara y un bastón en su mano derecha con el que iba apoyándose. Al llegar a mi altura la buena mujer para y yo me incorporo rápido diciéndole –Buenos días señora.
–Buenos días peregrino, contestó ella, -te quedan dieciocho kilómetros para Santiago.
–Lo sé señora, ya me queda poquito para terminar. En ese momento me extiende su mano izquierda y coge la mía apretándomela con fuerza y me dice –quien a Santiago va con devoción del patrón consigue su perdón. Mucho ánimo hijo mío y que Santiago te proteja. Entonces se acercó a mí y me dio un par de besos. Allí estaba yo, con una manzana a medio comer en una de mis manos, con la mujer cogiéndome la otra, con las chanclas puestas, y dándole un par de besos a una anciana que acababa de aparecer de la nada delante de mí.
Me despido de la mujer la cual sigue con su lento caminar apoyando su bastón y vuelvo a sentarme en el suelo. Mientras se aleja pienso que nunca olvidaré esa cara tan bondadosa, amable, familiar…. En los tres o cuatro minutos que ha estado conmigo me ha contagiado de optimismo y de ánimo a la vez que me ha transmitido tranquilidad…lo dicho, nunca olvidaré este momento.
El cansancio ya es notable. Me duele todo, hombros, piernas, pies…Hace ya un par de horas que hice mi última parada en aquel túnel, diez kilómetros atrás. He caminado casi todo el tiempo por el arcén de la carretera e incluso he cruzado un par de autovías. Nada destacable ya que el ruido de los coches, camiones, motos y demás ha hecho que este último tramo no tenga nada de especial. Ni paisajes, ni aldeas, ni bosques….Se nota que me voy aproximando a Santiago y el entorno rural va desapareciendo poco a poco. Ahora mismo estoy pasando junto a Lavacolla, el aeropuerto internacional de Santiago de Compostela. Es hora de hacer el último descanso del día aprovechando un pequeño espacio en el camino por donde pasa un riachuelo. Parece una especie de oasis a los pies de las inmensas pistas e instalaciones del aeropuerto.
Voy a beberme la poca agua que me queda, a comerme el último de los bollicaos, último cambio de calcetines, más reflex, ahora sobre los hombros y diez o quince minutos sentado sobre esta fría y enmohecida piedra. Calculo que me quedan unos ocho kilómetros para el Monte Do Gozo. Puede parecer que no es demasiado, sobre todo si pensamos que ya llevo treinta caminados, pero precisamente por ese cansancio acumulado empiezo a pensar que no tenía que haberlo intentado y haberme quedado en Pedrouzo....treinta y ocho kilómetros son demasiados.
Un avión de Ryanair despegando del aeropuerto y pasando a muy baja altura por donde me encuentro me hace reaccionar. El ruido es ensordecedor. Casi puedo ver a los pasajeros asomándose a través de las ventanillas. Me quedo contemplando como el avión se va elevando y lo sigo con la mirada hasta que desaparece entre las nubes grisáceas.
Si me quedo más tiempo aquí sentado ya no va a haber quien me mueva así que venga, a continuar y a terminar lo que he empezado.
El camino vuelve a adentrarse en zona de campo y se aleja de la carretera y de la autovía. Estoy empezando a subir la sierra donde se encuentra el Monte Do Gozo. Es la parte más alta de este grupo de montañas así que todo lo que me queda va a ser cuesta arriba. Ya camino por instinto, apenas voy pendiente de los paisajes y no veo señales por ningún lado. Me he dado cuenta de que estoy caminando muy deprisa. Hace unos minutos he adelantado a una pareja de peregrinos, los primeros que me he encontrado en todo el día, seguramente saldrían desde Pedrouzo, es decir, llevan caminando unos doce kilómetros y los he pasado como si yo fuera corriendo y ellos a paso de tortuga. Hace unos momentos he pasado por delante de las instalaciones de TVG, la televisión de Galicia, y ahora mismo estoy pasando por RTVE, que son las instalaciones y estudios que tiene televisión española en esta comunidad autónoma. En condiciones normales me pararía a echar unas fotos a ambos complejos ya que impresiona la cantidad de enormes antenas que tienen por todas partes pero no tengo fuerzas para parar. Bueno, para parar sí pero tengo la sensación de que si lo hago no podré volver a reiniciar la marcha.
A cada giro de curva que hago espero encontrarme el complejo vacacional de Monte Do Gozo pero no es así, sigo, y sigo y sigo caminando y no llego. Hace unos diez minutos un hombre me dijo que me quedaban unos dos kilómetros, sin duda están siendo los más largos que he recorrido nunca.
Sí, por fin, ahí está, delante de mí, el monumento al peregrino que marca la entrada a este complejo vacacional. He llegado. Lo he conseguido. Lo he hecho. Estoy feliz, estoy contento, estoy….cansado, muy cansado.
El Monte Do Gozo es una ciudad de vacaciones a cuatro kilómetros de Santiago de Compostela. Sus instalaciones me recuerdan a un campo de concentración ya que son una serie de barracones colocados en hilera de norte a sur y de este a oeste y separados por una zona mediana donde hay una cafetería, un restaurante, lavandería, tienda, y otros establecimientos. También hay alrededor de los barracones piscina, parques, auditorio, zonas de acampada, hotel, enfermería…en definitiva, casi de todo. Eso sí, a excepción del restaurante y la cafetería todo está cerrado ya que, como ha sido costumbre a lo largo del Camino, a penas hay nada abierto este mes de enero.
Dos de los barracones, los únicos abiertos, han sido habilitados para los peregrinos que hacen el Camino de Santiago. Supongo que en los meses cálidos, cuando la afluencia de visitantes es mayor, destinarán a peregrinos más barracones aunque no quiero imaginarme lo que será esto en pleno verano, cuando a los cientos de peregrinos se les unan los colectivos, colegios, asociaciones y demás que utilicen este complejo como centro vacacional..
Por dentro los barracones son muy simétricos. Un pasillo central con habitaciones a derecha y a izquierda con dos cuartos de baño, una sala de estar y el resto dormitorios. Estos últimos son pequeños, con cuatro literas cada uno, es decir, para ocho personas por habitación. Todo está muy nuevo y en muy buen estado.
Después de darme una ducha eterna me he puesto el chándal, un polo y el chaquetón y voy a ver si pillo algo de comida porque entre unas cosas y otras ya son las seis de la tarde y ya hace horas que comí por última vez. Voy caminando con las chanclas puestas, no me he puesto ni calcetines. Cojeo por turnos ya que como me duelen las dos piernas voy cojo un rato de una y después de la otra. Está chispeando, no ha dejado de hacerlo desde hace horas y aquí arriba si que hace frío. De camino al restaurante me paro en un mirador y contemplo la ciudad de Santiago allí abajo, a mi alcance, a tan solo un paseo de distancia. Un sentimiento de orgullo sustituye por un momento al insoportable dolor de piernas. Me acuerdo de Roberto, mi amigo brasileño que lleva caminando un mes y medio. Si para mí, que he caminado durante una semana, me reconforta tanto el haberlo conseguido para él tiene que ser algo que supera cualquier sensación conocida. Creo que es necesario haber hecho el Camino para entender de lo que estoy hablando.
En la cafetería me dicen que hasta las siete no abren el servicio de cocina y que hasta esa hora no me pueden preparar ni un bocadillo. Indignante…..pero no tengo ganas de discutir así que como tienen terminal con conexión a internet decido esperar poniéndome al día de todo lo que ha acontecido esta última semana que he estado desconectado de todo.
Es curioso, al final, después de tanta espera me ha apetecido, por encima de menú, de bocatas y otras opciones que tenía, una hamburguesa. Además no ha sido de esas tipo McDonalds, sino una de las caseras, con pan redondo de panadería, con la hoja de lechuga entera, la rodaja de tomate y de cebolla y un tranchete. Me ha sabido a gloria.
Ahora he salido del restaurante. - Qué frío hace!!!! La temperatura ha bajado un disparate en esta hora y media que llevaré dentro de la cafetería. Ya es de noche y estoy tiritando. Habrá uno o dos grados como mucho….y yo en chanclas. Recorro los doscientos metros que hay hasta mi barracón lo más rápido que puedo teniendo en cuenta que apenas puedo mover las piernas, que estoy tiritando de frío, medio descalzo y que está lloviendo con fuerza.
Que reconfortante es cerrar tras de mí la puerta del barracón y que te envuelva la calidez de una estancia con la calefacción bien alta.
Son sólo las nueve de la noche pero me voy a acostar ya. Me meto en mi saco de dormir, me coloco mis cascos con la música muy suave y cierro los ojos. Tengo otros tres compañeros más de habitación, dos coreanos y un español y los tres están ya durmiendo. Me pongo a recordar cómo ha transcurrido la etapa, todo lo que ha dado de sí, todo lo que me ha sucedido y lo mal que lo he pasado en el tramo final...pero aquí estoy, a cuatro kilómetros de Compostela. Casi puedo gritar eso de – misión cumplida- Como diría un amigo mío, -Bien trabajao-
Me quito los cascos de las orejas porque tengo la sensación de que en cualquier momento me voy a quedar durm…………
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