lunes, 31 de enero de 2011

Lunes 24. De A Coruña a mi primera noche en un albergue

Son las siete y diez de la tarde y acabo de meterme en un tren dirección Sarria para comenzar mi aventura en el Camino de Santiago. He pasado un fenomenal día en A Coruña en compañía de Conchi. He visitado lugares en los que nunca antes había estado en esta ciudad e incluso he comido en un restaurante japonés y, quitando mi poca práctica con los palillos que me llevó a pedir cubiertos, me ha encantado.
En principio iba a coger un tren que salía a las seis de la tarde desde la estación de A Coruña pero el billete costaba 35 euros y una hora más tarde salía otro tren que costaba tan sólo 11 euros así que esperamos una hora más en la estación y me ahorro un dinerillo.

La idea era quedarme en el albergue de Sarria esta primera noche así que llamo por teléfono desde el tren para confirmar que está abierto y a qué hora cierra. Efectivamente el albergue se encuentra abierto ya que es de la Xunta y son los únicos que abren todo el año. La hospitalaria me dice que cerrarán las puertas y apagarán las luces a las diez de la noche……problema, el tren llegará a la estación de Sarria a las nueve y media así que tengo solo media hora para buscar el albergue y alojarme. Sarria es un pueblecito de unos 7000 habitantes, el más grande de toda esa zona, y yo jamás había estado allí. Le he pedido al revisor que me avise cuando fuéramos a llegar a la estación ya que no conocía esa zona y una chica que iba sentada detrás mía me ha dicho que no me preocupe que ella era de allí y cuando llegáramos me avisaría.

A las nueve y media, puntualidad británica, llego a la estación de tren de Sarria. Bajo junto a esta chica y me indica más o menos cómo llegar al albergue. No pilla muy cerca así que empiezo a caminar todo lo deprisa que puedo teniendo en cuenta que llevo la mochila cargadísima, que la temperatura es de uno o dos grados y que llevo puesto aún los vaqueros y la ropa de poco abrigo con la que he salido de Cartagena esta misma mañana. Tras preguntar a una par de personas, las únicas que me tropecé en todo el trayecto, he conseguido llegar al albergue; son las diez menos cuarto.
La hospitalaria me ha hecho el ingreso, me ha dado una funda de tela blanca para el colchón y otra para la almohada y me ha puesto mi primer sello en la credencial del Camino. Me comenta que hay unas 15 personas en el albergue y que suba y coja una cama libre en una de las dos habitaciones que hay disponibles. Subo por las lúgubres escaleras y me dirijo primero a la habitación que queda a mi izquierda. Hay ocho literas puestas en dos filas de cuatro, unas enfrente de otras. Todas las camas de la parte baja están ocupadas y solo hay libres las camas superiores así que me voy hacia la otra habitación ya que no me apetece dormir en alto. En la otra habitación hay el mismo número de literas y quedan un par de camas libres de las inferiores así que con mucho cuidado, esquivando ropa y mochilas, y sin hacer apenas ruido ya que hay gente que ya está durmiendo, me dirijo a una de esas camas.

Debo confesar que estoy un poco agobiado, esto no es como yo me esperaba, duermes pegado a la gente, apenas tienes sitio para moverte o dejar las cosas y, por supuesto, nada de intimidad. Coloco la tela en el colchón y en la almohada y extiendo el saco de dormir sobre la cama. Al quedar el saco desplegado aparecen tres folios que estaban dentro. Son dibujos que me han hecho mis hijas con sendas cartas, escritas por Mar pero utilizando sus expresiones. Me siento en la cama y las leo detenidamente. Me dicen que me van a echar mucho de menos, que me quieren mucho y que quieren que les compre un disfraz de princesa para carnaval. Como siga leyéndolas me voy terminar emocionando de verdad así que dejo de leerlas ya que encima de mí hay un tío muy grande durmiendo que parece extranjero y no quiero despertarlo.
Agarro el neceser con las cosas de aseo y me dirijo a los baños a darme una ducha. El agua no está muy caliente porque el calentador eléctrico ya ha sido agotado prácticamente, es lo que pasa cuando llegas el último al albergue. Salgo del baño y han apagado todas las luces de las habitaciones así que me dirijo hasta mi cama utilizando una mini linterna que llevo, qué buena idea fue traerla.
Me meto en el saco y me tumbo en la cama. Apenas se oye nada, tan solo un par de respiraciones fuertes que se convertirán en ronquidos en pocos minutos. Enchufo la linterna hacia la parte alta de mi cama o lo que es lo mismo, la parte de abajo de la cama superior, y leo cantidad de inscripciones y frases escritas sobre las tablas de la cama de peregrinos que allí han dormido. Me impresiona mucho una que reza - “De Lourdes a Santiago por la muerte de mi hijo Marco en el 2007” – Pensando en el sentimiento reflejado en esa frase cierro los ojos e intento dormirme. No va a ser fácil. Ya se empiezan a oír los primeros ronquidos, sigo agobiado y acabo de darme cuenta de que no he comido nada desde mediodía en aquel japonés….