jueves, 28 de abril de 2011

1º Premio relato corto


Ayer, miércoles 27, y coincidiendo con el día del libro, puse rumbo a Cilleros, provincia de Cáceres, en la lejana Extremadura, para asistir a la ceremonia de entrega de los premios del III Certamen nacional literario Villa de Cilleros.



A pesar de las ocho horas de viaje de ida, y otras tantas de vuelta, estoy muy feliz de haber podido asistir. El trato que nos dieron fue inmejorable. Nos hicieron sentir, a Mar y a mí, como si estuviéramos en casa.
Victoria, la alcaldesa de la localidad, estuvo en todo momento pendiente de que no nos faltase nada, al igual que Jesús, encargado de la biblioteca y alma mater de este certamen.



Al acto acudieron alrededor de cien personas, entre autoridades, participantes, vecinos y responsables del evento. En la introducción, Jesús explicó que en esta tercera edición habían llegado relatos de muchas partes de España. Más tarde la alcaldesa me agradeció públicamente el haber hecho tan largo viaje para estar presente en la entrega.



Quizás el momento en el que más nervios pasé fue cuando me pidieron que leyese parte de mi relato. Accedí encantado, pero al ponerme delante de aquel auditorio comencé a ponerme nervioso, cosa rara en mí, y al final recuerdo que hasta me temblaban las rodillas.
El aplauso del respetable hizo que los nervios pasarán rápidamente.



Cuando terminó el acto, nos invitaron a una degustación de productos de la tierra en la que estuvimos acompañados de muchos de los vecinos de la villa y pudimos cambiar impresiones y comentarles lo mucho que nos había sorprendido el paisaje de su tierra y, sobre todo, su pueblo, Cilleros. Un lugar ideal para gozar de unos días de descanso y tranquilidad junto a la frontera de Portugal, admirando unos bellos paisajes y disfrutando de la amabilidad y hospitalidad de sus gentes. Sin duda me he traído un pedacito de aquel pueblo conmigo y, como les prometí, volveré a visitarlos con más tiempo.

domingo, 24 de abril de 2011

Otro par de microrrelatos

Empiezo a aficionarme al tema de los microrrelatos. Esta vez la frase con la que debía empezar el relato era todos apretujados en aquel enorme congelador. Envié estos dos textos.


Nueva vida

Todos apretujados en aquel enorme congelador escuchábamos el silencio. Por sus miradas podía adivinar qué pensaba cada uno. El más pequeño de mis hijos anhelaba regresar a Barcelona con su padre. El mayor meditaba la manera de volver a los brazos de su gran amor, el fútbol. La preocupación de mi hija era que aquí no podría lucir ni sus tacones ni sus minifaldas. Mi madre observaba boquiabierta el techo esférico de nuestra nueva casa y el perro, el perro me miraba pensando:
- ¿Por qué se habrá tenido que casar con un esquimal?




La huida


Todos apretujados en aquel enorme congelador ansiamos el momento de escapar.
Me introdujeron a la fuerza, tambaleante e inseguro. El frío y el paso de los días me endurecieron hasta volverme insensible. Ahora espero que el destino haga su trabajo.
Hoy es sábado y hay rumores de fiesta. Estoy nervioso, la semana pasada me quedé en ciernes. Algunos de mis camaradas lo consiguieron.
Un brusco empujón hace que nos amontonemos unos sobre otros. Se dirige hacia mi grupo pero una pizza le impide el paso. Finalmente se decanta por los corazones.
Imposible competir con una bandeja de IKEA.

sábado, 16 de abril de 2011

Desde mi ventana

Desde mi ventana espío como la ciudad cambia. Las calles son un hervidero de gentes que van y vienen de un lado a otro. Posiblemente sean las mismas personas que a diario recorren estas rúas pero en estos días caminan diferente, hablan diferente y crean un ambiente, sobre todo en el centro de la ciudad, diferente al del resto del año.
Es Semana Santa.
Desde mi ventana veo los bares y restaurantes a rebosar. Los camareros no dan abasto para atender todas las mesas que inundan las terrazas. Desayunos, comidas, cenas. Los cartageneros viven en la calle durante estos diez días recreando estampas de Cartagena que nunca se darán el resto de los meses.
Desde mi ventana contemplo como procesionan las diferentes cofradías. Californios, marrajos, también los del Socorro y Resucitado. Las calles se llenan de colorido. Rojo, morado, blanco, todos desfilando al ritmo del mismo redoble. Superándose cada año por hacer más grandes sus respectivas hermandades y trabajando unidos en la exaltación de nuestra ciudad y de su Semana Santa.
Desde mi ventana observo el paso de los tronos. Imágenes que invitan al recogimiento, a la reflexión y a la devoción. Capaces de lograr que el que llora, calle, y el que grita, enmudezca.
Desde mi ventana descubro a miles de cartageneros reunidos en los alrededores de Santa María para entonar con una sola voz la salve. Nuestro cántico a la Soledad, a la pequeñica, a la Dolorosa, a la Esperanza, Rosario, Piedad y Amor Hermoso…a la Caridad.
Este año serán muchos los cartageneros que verán la Semana Santa desde sus ventanas. La crisis, el desempleo, el desánimo y la frustración se convierten en esas cofradías a las que nadie quiere pertenecer pero que, desgraciadamente, forman parte de la procesión que muchos llevan por dentro.



miércoles, 13 de abril de 2011

Otro concurso de Microrrelatos

En esta ocasión se trata del concurso semanal de La Cadena Ser. Los requisitos son que el el relato no debe contener más de 100 palabras y que debe empezar obligatoriamente por una frase que cada semana cambia.
Llevo dos semanas participando, con los dos textos que aquí publico, y de momento ninguno de mis dos relatos ha sido seleccionado entre los tres finalistas semanales. ¡Lo conseguiré!


El viaje imposible


-Ella sabrá lo que hace.
- ¿Cómo puedes decir eso?-, respondí. – Jamás he conocido a nadie tan petulante.
- No sé, quizás lo consiga.
- ¡Imposible! Según cuenta, quiere salir de Paris con el niño recién nacido. Cruzar dos mil kilómetros sin apenas descansar. Alimentarse de lo que encuentre a su paso por las diferentes localidades donde haga escala. Luego, al llegar a su destino, debe encontrar la dirección y entregar al pequeño.
Tú dirás lo que quieras pero es una temeridad. Yo sería incapaz de hacerlo.
- Claro, pero eso es porque tú y yo somos urracas, y ella, una cigüeña.


El beso

Un apuesto joven al que besó en los labios con dulzura fue su objetivo. El muchacho permanecía rígido, sin pestañear. Forzando su mente para razonar si aquel beso había sido real. Nunca imaginó una situación como aquella.
Estaba en una esquina del bulevar, apoyado en la fachada de una tienda de ultramarinos. Se agachó a recoger algo del suelo. Al levantarse ella se acopló a su cuello y, manteniéndose de puntillas, lo besó. Su viejo bolso negro colgaba de su brazo derecho mientras que con la mano izquierda apretaba las nalgas del joven.
Me quedé atónito y, tras unos segundos de pánico, sólo pude balbucear:
- ¡Abuela, ¡¿qué estás haciendo?!

viernes, 8 de abril de 2011

Confesiones desde el interior de un macrobotellón

Aquí dejo el original del artículo que me ha publicado el diario La Opinión en el día de hoy. Hay algunas palabras y frases que no han salido en el periódico por motivos de espacio.


No sabría decir a qué hora llegué a la zona cero. Sé que era de noche y que apenas se veían luces en las ventanas de los edificios por lo que deduzco que era tarde. Iba con un grupo de unos diez chavales aunque a lo largo de la velada unos iban y otros venían. Al principio todo fue bien. Estábamos en la calle, sentados en el rellano del portal de un edificio y apoyados contra la puerta del mismo. Había gente por todos lados y muchas compañeras mías iban de un lado a otro descontroladas. Un par de chicos de mi grupo se levantaron y empezaron a tocar los fonoportas que había sobre nosotros. Cuando los adormilados vecinos contestaban alarmados, les dedicaban dulzuras como:
- ¿Es la pescadería?
- ¡Por supuesto que no!-, contestaba el vecino indignado.
- Entonces, ¿quién es el besugo que está hablando?-, gritaban mientras se burlaban los angelitos. Luego salimos de allí corriendo y riendo no fuera a ser que el malhumorado inquilino bajara a visitarnos.
Los minutos pasaban. Uno de los jóvenes me llevaba fuertemente agarrada. Al principio de la noche dijo que yo era suya y que no me pensaba compartir con nadie. Bueno, supongo que mejor pasar la noche con uno que con varios.
Luego llegó el turno de los aullidos y los cánticos. Era divertido. Se trataba de ir por la zona cero y las calles colindantes cantando y vociferando lo más alto que se podía. Desde algún balcón de las viviendas de la zona se asomaban vecinos recriminando la actitud de nuestro grupo pero raudos los chavales empezaban a insultarlos y a mandarlos callar:
- ¡Cállate ya, vejestorio! ¡Anda y vete a dormir de una vez!
Después de eso llegaba el turno de los espejos de los coches. No creáis que era fácil. Se trataba de ir corriendo paralelo a una fila de coches, aparcados en batería, con el brazo extendido y golpeando hasta partir o arrancar todos los retrovisores que se ponían por delante. Ganó el chico que iba conmigo llegando a romper cuatro seguidos. Lo cierto es que era muy entretenido. Uno de ellos se subió encima de un capó y empezó a saltar una y otra vez gritando que el Barsa era el mejor del mundo. No conozco al tal Barsa, pero seguramente sí que lo será.
El final de la noche acabó para mí como suele acabar para muchas de nosotras. Cuando ya no podía dar más. Cuando todo lo que tenía se lo había entregado. Cuando me quedé vacía, decidieron que ya no era útil y me lanzaron contra la cristalera de un comercio haciéndome estallar en mil trozos y rompiendo el escaparate. A pesar de todo no les echo nada en cara. Pobres chavales. Si es que son unos incomprendidos. Y encima los incontrolados cartageneros no paran de quejarse y de llamar una y otra vez a las fuerzas de seguridad, que por cierto quedaban muy bien como adorno en las esquinas de las bocacalles de la zona cero. En fin, a ver si me reciclan pronto y estoy lista para el siguiente macro.

miércoles, 6 de abril de 2011

Día uno después De La Iglesia.

La semana pasada me pidieron un artículo de opinión para el periódico La Opinión,me gusta el juego de palabras. Aproveché que acababa de terminar el rodaje de la película de Alex De La Iglesia y escribí las siguientes líneas en plan "bordesico".



La ciudad está triste. Es lunes. Bueno, sí, también está triste porque es lunes, pero sobre todo por ser el primer día laboral desde que nos abandonó el equipo de rodaje de la chispa de la vida.
¿Qué va a ser ahora de nosotros? ¿Qué será de nuestro teatro romano sin Alex?
El teatro romano vuelve a ser un lugar simplón con sólo un par de miles de años de historia. Ya no será conocido por ser la obra romana de la que más materiales originales se han encontrado en España, ni por formar, junto al museo y la catedral vieja, uno de los conjuntos históricos más impresionantes que hay sobre nuestro país.
No, de eso nada, ahora será conocido por ser el teatro de Alex.
¿Cómo dices? ¿Qué fue construido en honor a Lucio y Cayo Cesar? ¿Pero esos quienes son? ¿Qué películas han rodado? Nada de eso. Es el teatro de Alex, de nuestro Alex De La Iglesia. De la persona que lo va a hacer famoso, al teatro y a la ciudad. Ya me puedo imaginar a las miles y miles de personas, que digo miles, millones, que suelen llenar las salas de cine cuando se proyecta una película española y cuando vean las escenas, nocturnas, rodadas en el teatro gritarán al unísono – Mira, el teatro romano de Cartagena.
¿Y el resto de la ciudad? ¿De que vamos a hablar ahora los cartageneros?
Durante semanas no hemos hablado de otra cosa:
- Pues yo me encontré a Salma Hayek tomando un café.
- Uy, eso no es nada. Yo estuve con José Mota y Alex en el Pub de la esquina.
- Ja, os gano a todos, me tomé un Asiático con Alex y además me hice una foto con él.
- Anda, yo también tengo una foto con ellos.
- Y yo.
-Claro, yo también.
Pero si es que a día de hoy quien no tiene una foto con algún miembro del rodaje de la película del cartagenero Alex. Que sí, hacedme caso. Posiblemente él aún no lo sepa pero nosotros ya lo tenemos como un cartagenero más.
¡Alcaldesa! Un monumento ya mismo para este hombre.
Es lunes y la ciudad está triste.
Nos hemos quedado sin chispa desde que se marcharon los de la chispa.