miércoles, 23 de marzo de 2011

Sábado 29. ¡Lo conseguí!

Llevo despierto desde las seis. Estoy nervioso. Nervioso y feliz. Se me vienen a la mente distintas imágenes que resumen lo que ha sido para mí hacer el Camino de Santiago. Los lugares donde he estado, las personas que he conocido, los buenos momentos que he pasado, los no tan buenos... En definitiva, recordar un poco todo lo acontecido desde que cogí aquel avión en Alicante hace seis días.
Está lloviendo con fuerza. Oigo el agua golpear contra el doble cristal de la ventana. Mis camaradas coreanos duermen profundamente y mi compañero de al lado acaba de regresar del baño.
Son las siete y media y voy a ponerme en marcha. Tengo muchas ganas de entrar en Santiago, de ver la catedral y de poder decir que he completado mi aventura.
En menos de media hora me aseo y preparo el equipo. Sigue lloviendo y la verdad es que lo agradezco porque me hacía especial ilusión entrar a Santiago y terminar el Camino con lluvia.
Me dirijo a una de las salidas que tiene el complejo de Monte do Gozo. Aún no asoma la luz del día pero es mucha la iluminación artificial en esta zona. Sigue lloviendo pero con menos fuerza que hace un rato. No llevo puesta la capa, tan solo la capucha del chaquetón. En poco menos de veinte minutos ya he bajado hasta las afueras de Santiago. Estoy entrando en un polígono industrial que hay junto a una autovía. Que diferente es todo. Coches, bullicio, edificios. El paisaje ha cambiado radicalmente. Lejos quedan ahora aquellos prados verdes y llanos, los bosques frondosos de hoja rojiza, los ríos y riachuelos con ese sonido relajante del agua corriente abajo.
Es temprano, concretamente las ocho y veinte. Ya estoy dentro de la ciudad de Santiago. Me gusta ver despertar una ciudad en sábado. Las escenas siempre son las mismas sea donde sea. Los camiones de reparto en tiendas y supermercados, los establecimientos más madrugadores abriendo sus persianas, no mucha gente por las calles entremezclándose los que acuden a sus trabajos con los que han salido temprano a pasear o a hacer ejercicio. Si a todas estas escenas le añades un suelo mojado, una fina lluvia que apenas moja y la imagen, allá a lo lejos, de las torres de la catedral que acabo de encontrarme al torcer esta esquina hacen que el momento sea muy especial.
Ya estoy callejeando por el casco histórico de la ciudad. Prácticamente desde cualquier punto puedes ver las torres, cada vez más cerca, al alcance de mi mano. Mires donde mires ves palacios, monumentos, iglesias y, sobre todo, tiendas de regalos. Muchísimas tiendas donde poder comprar recuerdos de esta majestuosa ciudad.
Ya estoy aquí. Justo en el centro de la Plaza del Obradoiro. Mirando de frente la catedral de Santiago de Compostela. Una semana después y con ciento y pico kilómetros andados he conseguido mi meta. Estoy…orgulloso. Sí, creo que esa es la palabra que mejor define como me siento ahora mismo. Cuando hace más o menos un mes decidí que iba a iniciar esta aventura en solitario muchos me tacharon de loco, temerario, imprudente y un largo etcétera más de calificativos de ese estilo. Yo mismo llegué a dudar de que realmente fuera a meterme en un avión yo solo, cruzar el país, caminar ciento quince kilómetros, en pleno mes de enero y con una ola de frío en ciernes. Pero lo hice. Me lo propuse y lo terminé así que es orgullo lo que siento en estos momentos por encima de otras sensaciones.
Lo primero que me llama la atención es la gente. Yo ya he estado aquí en Santiago tres veces, siempre en verano, y esta plaza y sus calles adyacentes son como una colmena donde se agrupan miles, miles y miles de personas por todas partes. En estos momentos, cuando son las nueve menos cuarto de la mañana no hay prácticamente nadie en toda la plaza. Estoy solo, aquí, en medio de este monumental cuadrado. En una esquina se ve a un mendigo sentado en el suelo, en la otra una pareja cruza por un lateral. Hay tres o cuatro personas a los pies de la escalinata de la puerta principal
y en el centro de la plaza tan solo un servidor, con su mochila a la espalda, su inseparable bastón, ahora plegado y colgado de mi muñeca derecha, con mi barba de una semana y con un cansancio acumulado de muchas horas de duro caminar.
Por una de las calles veo asomar a un policía local así que me aproximo a él y le pregunto dónde está la casa del peregrino, que es el lugar donde se recoge el certificado que acredita que has realizado el Camino. Me indica que está aquí enfrente pero que no abre hasta las diez así que, como tengo tiempo, decido entrar a la catedral.
Otro detalle que vuelve a resultarme curioso. Las tres veces anteriores que visité Santiago entrar en la catedral resultó toda una odisea, y ya si hablamos de visitar la tumba del apóstol, subir sobre el altar a darle el tradicional abrazo o sentarte en uno de los bancos a admirar este edificio ya tendríamos que hablar de utopías o imposibles. Pues bien, la catedral esta completamente vacía, sin turistas y sin peregrinos. No hay nadie. He podido bajar a ver la tumba de Santiago, incluso he echado una foto a pesar de que creo que está prohibido.
También he subido a la parte alta del altar y he tocado la imagen del apóstol, si bien he de reconocer que no lo he abrazado. Ha sido una ligera collejilla mientras le decía –¿qué pasa Santi, cómo lo llevas?- Ha sido emocionante estar arriba, en la parte alta donde se encuentra la imponente figura y ver la perspectiva que desde allí hay del resto de la iglesia.
Ahora estoy sentado en uno de los bancos cercanos al altar mayor. En el claustro hay sentados una docena de sacerdotes que están entonando cánticos tipo gregoriano y la verdad es que suena muy bien. Supongo que es el conjunto de los cánticos, el silencio, tanto arte e historia que contemplar en estos muros y la satisfacción del deber cumplido lo que hace que me sienta tan tranquilo y relajado en estos momentos. Tengo la sensación de que el tiempo está parado. Si cierro los ojos podría imaginar que he retrocedido varios siglos y que cuando salga a la calle abandonando estos muros veré elegantes caballeros a lomos de sus corceles, carretas de suministro tiradas por bueyes y un bullicioso mercado donde confluyen gentes salidas de todos los rincones de la ciudad. Y todo bajo la imponente sombra de esta catedral.

He estado casi veinte minutos sentado en aquel banco en el interior de la catedral. Me ha gustado. La verdad es que en momentos como este uno lamenta no ser muy creyente porque tanto misticismo es digno de ser contemplado y disfrutado. Ahora estoy en la calle, junto a la puerta de la casa del peregrino esperando que abran. Sigo estando solo, se ven algunas personas más por la calle pero poquitas y peregrinos aún no he visto ninguno. ¿Qué habrá sido de mis compañeros? ¿Los veré hoy? Me gustaría poderme despedir de ellos ya que, con casi total seguridad, nunca más los voy a volver a ver.

Después de tanto debate sobre si pedir o no la Compostela resulta que me la han dado casi por obligación. La Compostela es la acreditación o diploma oficial y religioso de que has realizado el camino. Si no eres creyente no eres digno de que te la den y entonces te dan un diploma que viene a poner lo mismo que la Compostela pero en castellano en vez de en latín y con letras normalitas en vez de tipo barroco.
Yo tenía claro que iba a pedir el diploma pero muy a mi sorpresa no ha sido así. Una vez abierta la oficina del peregrino me encamino a uno de los mostradores y pido mi acreditación como que he realizado el Camino. Me piden mi pasaporte de peregrino donde vienen todos los sellos de los lugares por donde he pasado y una vez comprobada la veracidad del tramo que he hecho me dan una hoja para rellenar. Es el típico formulario donde pones tus datos personales, lugar donde empezaste, etc, y hay un apartado donde te preguntan por qué has realizado el Camino. Las opciones a responder son tres; por motivos religiosos, por motivos religiosos u otros y por motivos no religiosos.
Obviamente, y fiel a mis creencias, marqué los motivos no religiosos y cuando entrego el formulario me dice el hombre que me atendía

- He visto que has marcado motivos no religiosos…
- Pues sí, contesto yo
- Ya, es que verás, no sé si sabrás que la Compostela es más bonita que el diploma y además viene en latín y con letra de grabado barroco.
- Sí, si, lo sé, pero es que yo no he hecho el camino por devoción.
- Ya, ya, si te entiendo, pero no sé si habrás visto que hay una opción que pone “religiosos u otros” y tal vez podríamos incluirte ahí y así darte la Compostela en vez del diploma.
- Pero es que le repito que……
- Sí, sí, ya,ya, si te entiendo, pero es que la Compostela...
- Venga, lo que usted prefiera. De me la Compostela y listo.
Así que aquí estoy, con mi Compostela bajo el brazo, con sus letras barrocas escritas en latín que, por cierto, no tengo ni idea de lo que dice.
Pero esto no ha sido lo único curioso que me ha pasado en el interior de la oficina.
Mientras esperaba que me atendieran me puse a leer todos los trípticos y panfletos informativos que tenían sobre el mostrador y uno de ellos hacía referencia al ofrecimiento que el Parador de los Reyes Católicos hacía a los diez primeros peregrinos que llegaban cada día a Santiago de darles de desayunar, comer y cenar el día de su llegada y los dos días siguientes.
El Parador de Los Reyes Católicos es un hotel de cinco estrellas situado en la Plaza del Obradoiro junto a la catedral. Es uno de esos sitios que uno siempre mira desde fuera porque alojarse allí una noche no debe bajar de los trescientos euros...y resulta que me invitan a comer.

Me dirigí al Parador y pregunté en la puerta que tenía que hacer. Me explicaron que debía bajar al piso de abajo y entregar allí una fotocopia de la Compostela . Así lo hice y me informaron de que la comida sería entre la una y la una y media .Como tenía tiempo me dirigí a buscar mi hostal para dejar la mochila y asearme un poco.
Para este último día he decidido coger un hostal y pasar del albergue. Necesito descansar, ducharme y dormir en condiciones después de una semana haciéndolo de cualquier forma. Ayer me reservaron desde Cartagena un hostal muy cerquita de la catedral y por sólo veinticuatro euros. No es nada del otro mundo pero tiene una cama grande y un baño para mi solo con lo que me doy por satisfecho.
Son la una en punto y acabo de llegar al Parador. En la puerta me encuentro con dos peregrinos más. Uno de ellos es mi amigo Nicola, el italiano introvertido. Nos fundimos en un abrazo. ¡Qué alegría me ha dado verlo! El otro compañero es un barcelonés afincado en A Coruña y que lleva ya un par de días comiendo y cenando aquí por lo que ha hecho de anfitrión llevándonos hasta el comedor de peregrinos y luego hasta la sala donde se encontraba el buffet.
Comida de verda...y mucha. Uno de los cocineros nos explica que podemos comer cuanto queramos y repetir las veces que lo deseemos así que comienzo a llenar la bandeja. Todo tiene una pinta exquisita.
A ver, llevo tres trozos diferentes de empanada, dátiles con bacon, un plato de patatas con trozos de jamón y huevo frito, un trozo de pastel de puerros y queso, una cacerolita con un guiso de carne que huele de maravilla, una botella de agua y de postre un arroz con leche con virutas de chocolate y naranja rallada.
Mis compañeros han cogido muchos más platos que yo. Lo que no se comen luego se lo llevan para comer a lo largo de la tarde o de la noche.
Todo estaba delicioso. Hemos comido los tres solos en un pequeño comedor muy acogedor decorado con motivos del Camino. Al acabar hemos dejado las bandejas y los platos en su sitio y hemos salido hacia la plaza.
Acabo de despedirme de Nicola. Es muy triste despedirte de alguien con quien has compartido experiencias estos últimos días y que sabes que no vas a volver a ver nunca más. Durante la comida me ha estado contando que esta es la quinta vez que hace el Camino. Tiene una empresa agrícola en el norte de Italia y sus vacaciones anuales las emplea haciendo este viaje, para él, espiritual y religioso.
Voy a irme al hostal a descansar un rato ya que a las cinco he quedado para salir con Conchi, Toño y Brais . A ver si consigo que me enseñen un poco esta ciudad y luego picamos algo por ahí. Me niego a regresar a casa sin haber comido pulpo.
¡Qué bien lo he pasado! Hemos estado recorriendo Santiago, arriba y abajo, y la verdad es que es una ciudad maravillosa. Hemos acabado cenando unas tapas y por supuesto, por fin, he comido pulpo. La casualidad ha hecho que en diferentes calles me haya ido encontrando a muchos de mis compañeros de viaje. Por una calle y a lo lejos ví como venían hacia mí, cantando y bailando, Alberto y Marta. Allí nos abrazamos y nos resumimos rápidamente lo que habíamos hecho el último día. Luego tristemente pasamos a despedirnos. Lo mismo pasó cuando tropecé con Raúl. Ya empezó con lágrimas en los ojos cuando me vio y por supuesto cuando nos despedimos. Las despedidas son recuerdos tristes pero reflejan que los encuentros valieron la pena.
Ahora son las diez y media de la noche y mis amigos gallegos ya se fueron. Estoy solo. Me he venido a echar un vistazo a la catedral iluminada. A pesar del frío que hace estoy sentado en uno de los bancos de piedra que hay frente al Parador. La imagen de la catedral es preciosa. La visión de la plaza del Obradoiro es impresionante. Mi viaje ha sido sin duda una de las experiencias más gratificantes que he vivido nunca.
Tengo ganas de volver a casa y a la vez me da miedo. Aquí dicen que el verdadero Camino empieza cuando uno abandona Santiago así que me voy al hostal a descansar ya que a las siete de la mañana cojo el avión que me llevará hasta el inicio del resto de mi Camino.
¡Hasta luego Santiago!
¡Hasta pronto Galicia!
¡Hasta siempre compañeros!

domingo, 13 de marzo de 2011

Mi primer relato

El relato corto es un género que siempre me ha gustado. En muchas ocasiones se me han pasado por la cabeza muchas historias que contar pero nunca llegué a plasmarlas en papel. Esta mañana me he levantado con ganas de escribir así que me he puesto a ello y el resultado es lo que vais a poder leer ahora. Es la primera vez que publico un relato así que espero que seais benévolos.


LLEGO TARDE

Llego tarde, muy tarde. Sara me va a matar. Ayer celebramos nuestro aniversario, diez años. Es una mujer maravillosa y yo soy muy afortunado de poder estar junto a ella. Recuerdo la primera vez que la ví en aquel centro comercial sentada en una cafetería con unas amigas, alegre, divertida, morena de pelo largo, unos ojos verdes que hacían que pudieras perder horas mirándolos fijamente y una sonrisa capaz de animar el día a cualquiera por muy duro que este hubiera sido. Y diez años después sigue igual. No hay día que pase que no me repita varias veces que tengo que cuidarla, que mimarla y que quererla porque sin duda alguna es lo mejor que me ha pasado nunca; aunque hoy se va a enfadar bastante porque llego tarde.
Llego tarde y mi hija Irene se estará preguntando dónde estoy. Sin duda es un reflejo de su madre, sus ojos, su pelo, su sonrisa. Desde que nació, hace ya cinco años, no pasa un día sin que le diga cuanto la quiero. Es mi bebé, mi pequeñaja, mi niña, mi vida. En este último mes, cuando regreso de trabajar, no hay día que no se esconda tras la puerta de la calle cuando oye el coche llegar y cuando asomo por la puerta me engancha la pierna por detrás y me dice –eres mi prisionero-. Luego me toca arrastrarla cinco minutos por toda la casa enganchada a mi pierna implorando que me suelte y que no me meta en la mazmorra del castillo. Sólo por eso merece la pena no retrasarme nunca pero hoy llego tarde.
Llego tarde y aún no he felicitado a mi madre por su cumpleaños. Desde que mi padre falleció hace dos años estoy muy pendiente de ella. Intento visitarla a diario y procurar que no le falte nada. Es una mujer con un carácter muy fuerte y suele sonreír poco pero derrocha bondad y dulzura. La muerte de mi padre nos unió más aún de lo que estábamos. Hoy comemos en su casa y Sara e Irene le están haciendo un pastel. Yo he parado a comprar dos velas, un seis y un ocho, y le haremos pedir un deseo antes de soplarlas, aunque supongo que dejará que su nieta la ayude en tal cometido. Y, precisamente hoy, llego tarde.
Llego tarde y Felipe debe estar disgustado. Le dije que pasaría a recogerlo para llevarlo al gimnasio ya que tiene su coche en el taller. El deporte lo es todo para él. Nunca fue un deportista destacado pero desde que murió nuestro padre empezó a practicar atletismo, luego ciclismo, fútbol, artes marciales....A sus veinticinco años tiene un cuerpo que ya lo quisiera yo para mí. Es alto, guapo, con los músculos bien marcados pero sin llegar a ser desproporcionados, es simpático y muy atento con los demás y sí, por supuesto, tiene a todas las solteras del barrio revoloteando a su alrededor. Su clase de taekwondo tiene que haber empezado y yo llego tarde.
Llego tarde y mis amigos tienen que estar acordándose de mí. Todos los jueves por la tarde nos vemos para jugar nuestro partido de tenis semanal. Lo cierto es que lo de darle a la raqueta durante un par de horas es solo la excusa para juntarnos los cuatro todas las semanas, descargar adrenalina, reírnos un rato y luego tomarnos unas cervezas. A Juan y a Luís los conozco desde que éramos niños. A lo largo de los años nos hemos esforzado por no perder nunca el contacto y me reconforta mucho poder pasar con ellos estos buenos momentos. A Pedro lo conocí en la universidad y desde entonces no nos hemos separado. Juntos terminamos la carrera y juntos montamos nuestra pequeña empresa de telecomunicaciones. Es mi socio, mi compañero, mi amigo y mi confidente. Normalmente soy el primero en llegar al club pero casualmente este jueves tengo la sensación de que voy a llegar tarde.
Por fin llego. Entro lo más rápido que puedo en casa. El salón está lleno de gente. Echo un vistazo rápido y veo que están todos. Sara, mi peque, mi madre, Felipe, Juan, Luís, Pedro, también están sus respectivas parejas...Bien, perfecto, así me puedo disculpar con todos a la vez. –Buenas tardes-, digo con voz suave y entrecortada. –Siento mucho el retraso- Nadie me contesta. Esta vez si la he hecho buena. He conseguido que todos se enfaden conmigo. – Venga, no es para tanto, ya he pedido perdón-. Del final de la habitación veo que una figura se dirige hacia mí pasando entre el resto de la gente. En ese momento me invade una sensación de paz y tranquilidad que nunca antes había experimentado. Cuando llega a mi lado me sonríe y entonces le digo susurrando –Lo siento papá, llego tarde-.

sábado, 5 de marzo de 2011

Viernes 28. De la pesadilla del oso a la satisfacción del objetivo cumplido.

Yo a este tío me lo cargo!!!!!! Son las dos de la madrugada y no puedo pegar ojo con sus ronquidos. No he visto en mi vida a alguien que ruja, porque esto no es roncar, es rugir, como el hombre este que tengo durmiendo conmigo, y digo conmigo porque su litera está completamente pegada a la mía, como si de una cama de matrimonio se tratara, vamos, que solo le falta darse la vuelta y abrazarme. Me he puesto los cascos y tengo el mp3 al máximo de su volumen y aún así oigo al oso en mi oído.
Desde la otra punta del dormitorio, que es muy grande, oigo a alguien susurrar, - ¡que alguien calle a ese tío! A ese le molesta y está a unos treinta metros……… y yo lo tengo pegadito a mí. He conseguido echar una cabezadita pero aún así son sólo las cuatro y media.
El mp3 se ha quedado sin pilas y ahora solo se oyen los tremendos ronquidos. Me coloco la almohada sobre la cabeza y la aprieto fuerte contra mis oídos a ver si así dejo de escucharlo...nada, ni por esas y encima me estoy ahogando. Saco una pierna de dentro del saco y le arreo una patadita suave sobre su espinilla...como el que oye llover, ni se ha inmutado ni ha variado el nivel del ronquido. El chaval de la cama de enfrente ha visto mi jugada y me hace signos con la mano para que lo intente de nuevo pero esta vez le meta la patada en la boca. Con ganas me quedo aunque no quedaría muy bien visto dentro del ambiente de camaradería que siempre existe entre los peregrinos.
En fin, ya son las seis y no aguanto más así que voy a levantarme y a prepararlo todo. Cojo la mochila, lo meto todo dentro de cualquier forma, deshago la cama y me bajo a la sala de estar a estudiarme y prepararme la dura etapa que voy a iniciar hoy. Por lo menos aquí no oigo roncar al tiparraco ese.
En teoría para llegar a Santiago quedan dos etapas, una que sale de aquí, Arzúa, y llega hasta Pedrouzo de unos veinte kilómetros y la otra que iría desde Pedrouzo hasta el mismo Santiago, de otros veinte kilómetros más o menos. Algunos peregrinos, los más osados, intentan doblar la etapa de hoy haciendo desde aquí un recorrido de unos treinta y ocho kilómetros y llegando hasta el Monte Do Gozo, que queda tan solo a cuatro kilómetros de la ciudad del apóstol, de esta forma el último día tan solo tienen que recorrer un corto paseo y entran en Santiago tempranito, limpios y frescos.
Pues ahí que voy yo. Voy a intentarlo, por qué no. Vale que son muchos kilómetros, vale que no he pegado ojo en toda la noche y vale que la etapa de ayer me dejó muy tocado físicamente pero precisamente por eso, porque ya he aprendido de mis errores de ayer y porque me apetece llegar a Santiago descansado y fresco voy a intentarlo. Todo puede ser que cuando llegue a Pedrouzo no me encuentre con fuerzas y decida quedarme allí a pasar la noche.

Ya son varios los compañeros que se encuentran conmigo en la sala común. Unos desayunan, otros preparan sus etapas de hoy mapa en mano y otros simplemente comentan como ha ido la noche. Por supuesto los ronquidos de mi compañero de litera son lo más comentado y cuando les digo que el que ha pasado la noche a su lado era yo todos me preguntan que como he podido dormir…-¿Dormir?, contesto yo…..-¿qué es eso?. Al parecer vamos a ser tres los que intentaremos llegar a Monte Do Gozo en la jornada de hoy. Nicola, el italiano introvertido, un camarada ya mayorcito con el que he coincidido un par de veces pero que sigo sin saber su nombre y un servidor. El resto de compañeros caminarán hasta Pedrouzo y harán noche allí, que es lo lógico.
Ha llegado el momento, son las siete y media y aunque aún queda una hora más o menos de oscuridad decido comenzar. Hoy el día se va a hacer muy cuesta arriba así que cuanto antes empiece mejor. Creo que voy bien preparado. Llevo cinco botellas de agua de medio litro, dos manzanas, un paquete con cuatro bollicaos y un zumo de melocotón. Lo único malo es que he incrementado el peso de la mochila unos tres kilos con todos estos suministros. Me despido de los compañeros que estaban allí deseándoles buen Camino y emplazándolos a vernos el sábado en Santiago. Todos me desean suerte en la hazaña que voy a intentar. Le digo a Nicola que nos vemos esta noche en el Monte Do Gozo y me contesta con una media sonrisa, como diciendo - tío, tenemos por delante treinta y ocho kilómetros de los cuales los últimos cinco son subiendo monte…. Salgo por la puerta del albergue y oigo tras de mí a alguien que me grita –Buen Camino peregrino-, me giro y veo bajando por las escaleras al oso que no me ha dejado dormir en toda la noche. Me quedo mirándolo y, a pesar de tener ganas de comentarle mis respetos sobre sus difuntos y recordar a su santa madre, me resigno a responder –gracias compañero, buen Camino a ti también-
No llueve y tampoco hace demasiado frío. Lo que si hay es una niebla muy espesa que a duras penas me deja ver la pared de enfrente. Salir de Arzúa me resulta fácil y rápido ya que el albergue está enclavado dentro del Camino y las señales son muy visibles. En poco más de 10 minutos he dejado atrás las últimas casas a las afuera del pueblo y ya estoy en medio de un frondoso bosque. La verdad es que si llego a ser una persona miedosa este sería el momento ideal para tener miedo. Aún no son las ocho de la mañana, es noche cerrada, no hay luna y además hay una niebla densa que me rodea. Estoy en medio de un bosque siguiendo un camino de hojas, tierra y piedras por el que me guío gracias a una linterna y por si el entorno fuera ya poco tétrico me he parado a hacer unas fotos e intentar captar lo que me rodea. Cuando he mirado la pantalla de la cámara a ver que tal había salido la foto lo único que aparece es una nubecilla que yo no puedo ver delante mía pero que la cámara si refleja cuando echo la foto…lo dicho, porque no soy miedoso por que si no estaría acojonadito vivo ya que he tardado unos veinte segundos en razonar que esa nube que aparece es la propia niebla que me envuelve y que ,aunque yo no la veo, al salir el flash de la cámara sí se refleja.
Poco a poco va amaneciendo y la niebla levantando. El día aparece despejado aunque hay algunas nubes allí a lo lejos, hacia donde me dirijo, que puede que traigan agua más adelante. Ahora ya puedo caminar más rápido. El Camino va intercalando trozos de bosque, prado y la carretera nacional que llega a Santiago. Cuentan que muchos peregrinos se meten en esta carretera y caminando por el arcén ya no paran hasta llegar a Santiago pero yo no le encuentro la gracia ya que lo bonito del Camino es precisamente esa parte en la que caminas por en medio de bosques y prados, atravesando aldeas rurales, ríos...en fin, cada uno es libre en su caminar.
Calculo que llevaré unos diez kilómetros caminados así que es hora de hacer la primera parada. Acabo de dejar la carretera y me he adentrado de nuevo en un bosque. Aprovecho que hay un par de piedras grandes y planas y descanso aquí.
Me descuelgo la mochila y aprovecho para preparar la cámara en automático para hacerme una foto en este entorno. Después guardo los guantes y la braga del cuello, no hace frío como para llevarlos, me desabrocho y me quito también las botas. Voy a comerme una manzana, un bollicao y el zumo de melocotón.
Bueno, estómago lleno, hombros y pies descansados, sed saciada…hora de proseguir.
Qué maravilla, habré descansado poco más de un cuarto de hora pero me encuentro fresco, como nuevo y con el ánimo en lo más alto. Ahora mismo sería capaz de llegar a Santiago de un tirón.
Tal y como supuse ha comenzado a llover. Es una lluvia fina y suave. Apenas empapa por lo que no voy a sacar la capa. Con la capucha del chaquetón es suficiente de momento. Si veo que aprieta sacaré la capa para cubrir, sobre todo, la mochila.
Hace un par de minutos casi soy atropellado por una manada de vacas corriendo por un camino rural. Iba tranquilamente inmerso en mis pensamientos y con la música suave de Enya envolviéndome cuando al torcer un recodo he visto delante de mí un grupo de vacas que corrían en mi dirección. Me ha dado tiempo a saltar a la cuneta y verlas pasar mientras sacaba la cámara del bolsillo para retratar la escena. En medio de la manada iba una mujer con un paraguas en una mano y una caña en la otra con la que golpeaba el suelo mientras gritaba a las vacas. Estas cosas sólo se ven aquí.
Son las doce y acabo cruzar Pedrouzo así que me faltan veintidós kilómetros para llegar a Santiago. Eso quiere decir que me restan dieciocho para llegar al Monte Do Gozo y que, por lo tanto, ya llevo caminados veinte desde que salí esta mañana de Arzúa. Voy a un ritmo muy bueno y llevo bastante controlado el tema de la sed y el cansancio así que….. decidido, voy a terminar la etapa en el Monte do Gozo.
Voy a aprovechar este mini túnel que hay por debajo de la carretera y voy a descansar aquí. En la planificación que me he hecho del día me marqué como objetivo descansar cada diez kilómetros. Vuelvo a soltarme la mochila y saco de ella las chanclas. Voy a quitarme las botas y los calcetines y así dar un poco de descanso a los pies. También aprovecho para echarme un poco de reflex en los gemelos porque los tengo un poco cargados. Saco una manzana, otro bollicao y una botellita de agua y me siento en el suelo, con la espalda apoyada en la pared del túnel. Lo cierto es que no es un túnel propiamente dicho sino uno de esos pasos subterráneos que se construyen bajo las carreteras y autovías para que la gente pase por ellos y no cruce el asfalto.
No llevo ni diez minutos sentado cuando oigo el ruido de algo metálico golpeando contra el suelo en la bajada hacia el túnel. Suena como un bastón así que supongo que serán Nicola o el otro compañero peregrino que salió tras de mí. Cual es mi sorpresa cuando aparece ante mí una anciana vestida completamente de negro, pañuelo en la cabeza incluido, con un delantal blanco y azul, unas zapatillas de andar por casa, unas grandes gafas que cubrían no sólo sus ojos sino también parte de su muy arrugada cara y un bastón en su mano derecha con el que iba apoyándose. Al llegar a mi altura la buena mujer para y yo me incorporo rápido diciéndole –Buenos días señora.
–Buenos días peregrino, contestó ella, -te quedan dieciocho kilómetros para Santiago.
–Lo sé señora, ya me queda poquito para terminar. En ese momento me extiende su mano izquierda y coge la mía apretándomela con fuerza y me dice –quien a Santiago va con devoción del patrón consigue su perdón. Mucho ánimo hijo mío y que Santiago te proteja. Entonces se acercó a mí y me dio un par de besos. Allí estaba yo, con una manzana a medio comer en una de mis manos, con la mujer cogiéndome la otra, con las chanclas puestas, y dándole un par de besos a una anciana que acababa de aparecer de la nada delante de mí.
Me despido de la mujer la cual sigue con su lento caminar apoyando su bastón y vuelvo a sentarme en el suelo. Mientras se aleja pienso que nunca olvidaré esa cara tan bondadosa, amable, familiar…. En los tres o cuatro minutos que ha estado conmigo me ha contagiado de optimismo y de ánimo a la vez que me ha transmitido tranquilidad…lo dicho, nunca olvidaré este momento.
El cansancio ya es notable. Me duele todo, hombros, piernas, pies…Hace ya un par de horas que hice mi última parada en aquel túnel, diez kilómetros atrás. He caminado casi todo el tiempo por el arcén de la carretera e incluso he cruzado un par de autovías. Nada destacable ya que el ruido de los coches, camiones, motos y demás ha hecho que este último tramo no tenga nada de especial. Ni paisajes, ni aldeas, ni bosques….Se nota que me voy aproximando a Santiago y el entorno rural va desapareciendo poco a poco. Ahora mismo estoy pasando junto a Lavacolla, el aeropuerto internacional de Santiago de Compostela. Es hora de hacer el último descanso del día aprovechando un pequeño espacio en el camino por donde pasa un riachuelo. Parece una especie de oasis a los pies de las inmensas pistas e instalaciones del aeropuerto.
Voy a beberme la poca agua que me queda, a comerme el último de los bollicaos, último cambio de calcetines, más reflex, ahora sobre los hombros y diez o quince minutos sentado sobre esta fría y enmohecida piedra. Calculo que me quedan unos ocho kilómetros para el Monte Do Gozo. Puede parecer que no es demasiado, sobre todo si pensamos que ya llevo treinta caminados, pero precisamente por ese cansancio acumulado empiezo a pensar que no tenía que haberlo intentado y haberme quedado en Pedrouzo....treinta y ocho kilómetros son demasiados.
Un avión de Ryanair despegando del aeropuerto y pasando a muy baja altura por donde me encuentro me hace reaccionar. El ruido es ensordecedor. Casi puedo ver a los pasajeros asomándose a través de las ventanillas. Me quedo contemplando como el avión se va elevando y lo sigo con la mirada hasta que desaparece entre las nubes grisáceas.
Si me quedo más tiempo aquí sentado ya no va a haber quien me mueva así que venga, a continuar y a terminar lo que he empezado.
El camino vuelve a adentrarse en zona de campo y se aleja de la carretera y de la autovía. Estoy empezando a subir la sierra donde se encuentra el Monte Do Gozo. Es la parte más alta de este grupo de montañas así que todo lo que me queda va a ser cuesta arriba. Ya camino por instinto, apenas voy pendiente de los paisajes y no veo señales por ningún lado. Me he dado cuenta de que estoy caminando muy deprisa. Hace unos minutos he adelantado a una pareja de peregrinos, los primeros que me he encontrado en todo el día, seguramente saldrían desde Pedrouzo, es decir, llevan caminando unos doce kilómetros y los he pasado como si yo fuera corriendo y ellos a paso de tortuga. Hace unos momentos he pasado por delante de las instalaciones de TVG, la televisión de Galicia, y ahora mismo estoy pasando por RTVE, que son las instalaciones y estudios que tiene televisión española en esta comunidad autónoma. En condiciones normales me pararía a echar unas fotos a ambos complejos ya que impresiona la cantidad de enormes antenas que tienen por todas partes pero no tengo fuerzas para parar. Bueno, para parar sí pero tengo la sensación de que si lo hago no podré volver a reiniciar la marcha.
A cada giro de curva que hago espero encontrarme el complejo vacacional de Monte Do Gozo pero no es así, sigo, y sigo y sigo caminando y no llego. Hace unos diez minutos un hombre me dijo que me quedaban unos dos kilómetros, sin duda están siendo los más largos que he recorrido nunca.
Sí, por fin, ahí está, delante de mí, el monumento al peregrino que marca la entrada a este complejo vacacional. He llegado. Lo he conseguido. Lo he hecho. Estoy feliz, estoy contento, estoy….cansado, muy cansado.
El Monte Do Gozo es una ciudad de vacaciones a cuatro kilómetros de Santiago de Compostela. Sus instalaciones me recuerdan a un campo de concentración ya que son una serie de barracones colocados en hilera de norte a sur y de este a oeste y separados por una zona mediana donde hay una cafetería, un restaurante, lavandería, tienda, y otros establecimientos. También hay alrededor de los barracones piscina, parques, auditorio, zonas de acampada, hotel, enfermería…en definitiva, casi de todo. Eso sí, a excepción del restaurante y la cafetería todo está cerrado ya que, como ha sido costumbre a lo largo del Camino, a penas hay nada abierto este mes de enero.
Dos de los barracones, los únicos abiertos, han sido habilitados para los peregrinos que hacen el Camino de Santiago. Supongo que en los meses cálidos, cuando la afluencia de visitantes es mayor, destinarán a peregrinos más barracones aunque no quiero imaginarme lo que será esto en pleno verano, cuando a los cientos de peregrinos se les unan los colectivos, colegios, asociaciones y demás que utilicen este complejo como centro vacacional..
Por dentro los barracones son muy simétricos. Un pasillo central con habitaciones a derecha y a izquierda con dos cuartos de baño, una sala de estar y el resto dormitorios. Estos últimos son pequeños, con cuatro literas cada uno, es decir, para ocho personas por habitación. Todo está muy nuevo y en muy buen estado.
Después de darme una ducha eterna me he puesto el chándal, un polo y el chaquetón y voy a ver si pillo algo de comida porque entre unas cosas y otras ya son las seis de la tarde y ya hace horas que comí por última vez. Voy caminando con las chanclas puestas, no me he puesto ni calcetines. Cojeo por turnos ya que como me duelen las dos piernas voy cojo un rato de una y después de la otra. Está chispeando, no ha dejado de hacerlo desde hace horas y aquí arriba si que hace frío. De camino al restaurante me paro en un mirador y contemplo la ciudad de Santiago allí abajo, a mi alcance, a tan solo un paseo de distancia. Un sentimiento de orgullo sustituye por un momento al insoportable dolor de piernas. Me acuerdo de Roberto, mi amigo brasileño que lleva caminando un mes y medio. Si para mí, que he caminado durante una semana, me reconforta tanto el haberlo conseguido para él tiene que ser algo que supera cualquier sensación conocida. Creo que es necesario haber hecho el Camino para entender de lo que estoy hablando.
En la cafetería me dicen que hasta las siete no abren el servicio de cocina y que hasta esa hora no me pueden preparar ni un bocadillo. Indignante…..pero no tengo ganas de discutir así que como tienen terminal con conexión a internet decido esperar poniéndome al día de todo lo que ha acontecido esta última semana que he estado desconectado de todo.
Es curioso, al final, después de tanta espera me ha apetecido, por encima de menú, de bocatas y otras opciones que tenía, una hamburguesa. Además no ha sido de esas tipo McDonalds, sino una de las caseras, con pan redondo de panadería, con la hoja de lechuga entera, la rodaja de tomate y de cebolla y un tranchete. Me ha sabido a gloria.
Ahora he salido del restaurante. - Qué frío hace!!!! La temperatura ha bajado un disparate en esta hora y media que llevaré dentro de la cafetería. Ya es de noche y estoy tiritando. Habrá uno o dos grados como mucho….y yo en chanclas. Recorro los doscientos metros que hay hasta mi barracón lo más rápido que puedo teniendo en cuenta que apenas puedo mover las piernas, que estoy tiritando de frío, medio descalzo y que está lloviendo con fuerza.
Que reconfortante es cerrar tras de mí la puerta del barracón y que te envuelva la calidez de una estancia con la calefacción bien alta.
Son sólo las nueve de la noche pero me voy a acostar ya. Me meto en mi saco de dormir, me coloco mis cascos con la música muy suave y cierro los ojos. Tengo otros tres compañeros más de habitación, dos coreanos y un español y los tres están ya durmiendo. Me pongo a recordar cómo ha transcurrido la etapa, todo lo que ha dado de sí, todo lo que me ha sucedido y lo mal que lo he pasado en el tramo final...pero aquí estoy, a cuatro kilómetros de Compostela. Casi puedo gritar eso de – misión cumplida- Como diría un amigo mío, -Bien trabajao-
Me quito los cascos de las orejas porque tengo la sensación de que en cualquier momento me voy a quedar durm…………