jueves, 26 de mayo de 2011

El abuelo

- Vamos, deprisa.
- Espérame, Jaime, no puedo seguirte.
- Venga, corre o cuando lleguemos se habrá ido.
Cruzamos el viejo puente de piedra y bajamos al río.
Allí estaba, dentro del Narcea, con el agua por las rodillas. Llevaba puesto su uniforme de pesca. Un chaleco verde, su camisa a cuadros, el pantalón impermeable y la gorra marrón descolorida por el sol.
- ¡Abuelo!-, gritamos mientras levantamos nuestras manos.
Corrimos hacia él y nos sentamos sobre las piedras de la orilla viendo como lanzaba repetidamente su caña y como la mosca rebotaba sobre el agua de un lado a otro.
Los viernes tarde nos venimos al pueblo. Para mi hermano, Andrés, y para mí es el mejor momento de la semana. Mis abuelos, las montañas, los bosques, los ríos…
Mi abuelo pasa los días pescando. Es su pasión. Le gusta salir temprano con su caña y su caja de aparejos. Mi abuela suele ir tras él gritándole que vuelva a por su almuerzo que, como siempre, olvidó coger.
Cuando éramos más pequeños y regresaba con alguna captura, corría tras nosotros con el pez en la mano moviéndole la boca mientras nos decía:
- Venid aquí nanos, que os voy a comer.

El momento de la comida es especial. Todos escuchamos sus historias alrededor de la mesa sobre sus combates contra truchas y salmones.
En la de hoy, un enorme salmón tiró del anzuelo haciéndole perder el equilibrio y caer. El animal se escapó pero el abuelo vio como dos más venían corriente abajo así que se incorporó a tiempo de coger la caña y arrastrar el anzuelo hasta que uno de los peces quedó enganchado.
Todos reímos escuchando sus relatos mientras degustamos el delicioso salmón cocinado por mi abuela.
Nunca me cansaré de venir al pueblo a ver a mi abuelo.

1 comentario:

  1. Me encantan las historias de los abuelos. Son únicas. Ojalá todo el mundo supiera valorarlas y disfrutarlas porque es la mejor forma de conocer quiénes somos y de dónde venimos.

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