Llevo despierto desde las seis. Estoy nervioso. Nervioso y feliz. Se me vienen a la mente distintas imágenes que resumen lo que ha sido para mí hacer el Camino de Santiago. Los lugares donde he estado, las personas que he conocido, los buenos momentos que he pasado, los no tan buenos... En definitiva, recordar un poco todo lo acontecido desde que cogí aquel avión en Alicante hace seis días.
Está lloviendo con fuerza. Oigo el agua golpear contra el doble cristal de la ventana. Mis camaradas coreanos duermen profundamente y mi compañero de al lado acaba de regresar del baño.
Son las siete y media y voy a ponerme en marcha. Tengo muchas ganas de entrar en Santiago, de ver la catedral y de poder decir que he completado mi aventura.
En menos de media hora me aseo y preparo el equipo. Sigue lloviendo y la verdad es que lo agradezco porque me hacía especial ilusión entrar a Santiago y terminar el Camino con lluvia.
Me dirijo a una de las salidas que tiene el complejo de Monte do Gozo. Aún no asoma la luz del día pero es mucha la iluminación artificial en esta zona. Sigue lloviendo pero con menos fuerza que hace un rato. No llevo puesta la capa, tan solo la capucha del chaquetón. En poco menos de veinte minutos ya he bajado hasta las afueras de Santiago. Estoy entrando en un polígono industrial que hay junto a una autovía. Que diferente es todo. Coches, bullicio, edificios. El paisaje ha cambiado radicalmente. Lejos quedan ahora aquellos prados verdes y llanos, los bosques frondosos de hoja rojiza, los ríos y riachuelos con ese sonido relajante del agua corriente abajo.
Es temprano, concretamente las ocho y veinte. Ya estoy dentro de la ciudad de Santiago. Me gusta ver despertar una ciudad en sábado. Las escenas siempre son las mismas sea donde sea. Los camiones de reparto en tiendas y supermercados, los establecimientos más madrugadores abriendo sus persianas, no mucha gente por las calles entremezclándose los que acuden a sus trabajos con los que han salido temprano a pasear o a hacer ejercicio. Si a todas estas escenas le añades un suelo mojado, una fina lluvia que apenas moja y la imagen, allá a lo lejos, de las torres de la catedral que acabo de encontrarme al torcer esta esquina hacen que el momento sea muy especial.
Ya estoy callejeando por el casco histórico de la ciudad. Prácticamente desde cualquier punto puedes ver las torres, cada vez más cerca, al alcance de mi mano. Mires donde mires ves palacios, monumentos, iglesias y, sobre todo, tiendas de regalos. Muchísimas tiendas donde poder comprar recuerdos de esta majestuosa ciudad.
Ya estoy aquí. Justo en el centro de la Plaza del Obradoiro. Mirando de frente la catedral de Santiago de Compostela. Una semana después y con ciento y pico kilómetros andados he conseguido mi meta. Estoy…orgulloso. Sí, creo que esa es la palabra que mejor define como me siento ahora mismo. Cuando hace más o menos un mes decidí que iba a iniciar esta aventura en solitario muchos me tacharon de loco, temerario, imprudente y un largo etcétera más de calificativos de ese estilo. Yo mismo llegué a dudar de que realmente fuera a meterme en un avión yo solo, cruzar el país, caminar ciento quince kilómetros, en pleno mes de enero y con una ola de frío en ciernes. Pero lo hice. Me lo propuse y lo terminé así que es orgullo lo que siento en estos momentos por encima de otras sensaciones.
Lo primero que me llama la atención es la gente. Yo ya he estado aquí en Santiago tres veces, siempre en verano, y esta plaza y sus calles adyacentes son como una colmena donde se agrupan miles, miles y miles de personas por todas partes. En estos momentos, cuando son las nueve menos cuarto de la mañana no hay prácticamente nadie en toda la plaza. Estoy solo, aquí, en medio de este monumental cuadrado. En una esquina se ve a un mendigo sentado en el suelo, en la otra una pareja cruza por un lateral. Hay tres o cuatro personas a los pies de la escalinata de la puerta principal
y en el centro de la plaza tan solo un servidor, con su mochila a la espalda, su inseparable bastón, ahora plegado y colgado de mi muñeca derecha, con mi barba de una semana y con un cansancio acumulado de muchas horas de duro caminar.
Por una de las calles veo asomar a un policía local así que me aproximo a él y le pregunto dónde está la casa del peregrino, que es el lugar donde se recoge el certificado que acredita que has realizado el Camino. Me indica que está aquí enfrente pero que no abre hasta las diez así que, como tengo tiempo, decido entrar a la catedral.
Otro detalle que vuelve a resultarme curioso. Las tres veces anteriores que visité Santiago entrar en la catedral resultó toda una odisea, y ya si hablamos de visitar la tumba del apóstol, subir sobre el altar a darle el tradicional abrazo o sentarte en uno de los bancos a admirar este edificio ya tendríamos que hablar de utopías o imposibles. Pues bien, la catedral esta completamente vacía, sin turistas y sin peregrinos. No hay nadie. He podido bajar a ver la tumba de Santiago, incluso he echado una foto a pesar de que creo que está prohibido.
También he subido a la parte alta del altar y he tocado la imagen del apóstol, si bien he de reconocer que no lo he abrazado. Ha sido una ligera collejilla mientras le decía –¿qué pasa Santi, cómo lo llevas?- Ha sido emocionante estar arriba, en la parte alta donde se encuentra la imponente figura y ver la perspectiva que desde allí hay del resto de la iglesia.
Ahora estoy sentado en uno de los bancos cercanos al altar mayor. En el claustro hay sentados una docena de sacerdotes que están entonando cánticos tipo gregoriano y la verdad es que suena muy bien. Supongo que es el conjunto de los cánticos, el silencio, tanto arte e historia que contemplar en estos muros y la satisfacción del deber cumplido lo que hace que me sienta tan tranquilo y relajado en estos momentos. Tengo la sensación de que el tiempo está parado. Si cierro los ojos podría imaginar que he retrocedido varios siglos y que cuando salga a la calle abandonando estos muros veré elegantes caballeros a lomos de sus corceles, carretas de suministro tiradas por bueyes y un bullicioso mercado donde confluyen gentes salidas de todos los rincones de la ciudad. Y todo bajo la imponente sombra de esta catedral.
He estado casi veinte minutos sentado en aquel banco en el interior de la catedral. Me ha gustado. La verdad es que en momentos como este uno lamenta no ser muy creyente porque tanto misticismo es digno de ser contemplado y disfrutado. Ahora estoy en la calle, junto a la puerta de la casa del peregrino esperando que abran. Sigo estando solo, se ven algunas personas más por la calle pero poquitas y peregrinos aún no he visto ninguno. ¿Qué habrá sido de mis compañeros? ¿Los veré hoy? Me gustaría poderme despedir de ellos ya que, con casi total seguridad, nunca más los voy a volver a ver.
Después de tanto debate sobre si pedir o no la Compostela resulta que me la han dado casi por obligación. La Compostela es la acreditación o diploma oficial y religioso de que has realizado el camino. Si no eres creyente no eres digno de que te la den y entonces te dan un diploma que viene a poner lo mismo que la Compostela pero en castellano en vez de en latín y con letras normalitas en vez de tipo barroco.
Yo tenía claro que iba a pedir el diploma pero muy a mi sorpresa no ha sido así. Una vez abierta la oficina del peregrino me encamino a uno de los mostradores y pido mi acreditación como que he realizado el Camino. Me piden mi pasaporte de peregrino donde vienen todos los sellos de los lugares por donde he pasado y una vez comprobada la veracidad del tramo que he hecho me dan una hoja para rellenar. Es el típico formulario donde pones tus datos personales, lugar donde empezaste, etc, y hay un apartado donde te preguntan por qué has realizado el Camino. Las opciones a responder son tres; por motivos religiosos, por motivos religiosos u otros y por motivos no religiosos.
Obviamente, y fiel a mis creencias, marqué los motivos no religiosos y cuando entrego el formulario me dice el hombre que me atendía
- He visto que has marcado motivos no religiosos…
- Pues sí, contesto yo
- Ya, es que verás, no sé si sabrás que la Compostela es más bonita que el diploma y además viene en latín y con letra de grabado barroco.
- Sí, si, lo sé, pero es que yo no he hecho el camino por devoción.
- Ya, ya, si te entiendo, pero no sé si habrás visto que hay una opción que pone “religiosos u otros” y tal vez podríamos incluirte ahí y así darte la Compostela en vez del diploma.
- Pero es que le repito que……
- Sí, sí, ya,ya, si te entiendo, pero es que la Compostela...
- Venga, lo que usted prefiera. De me la Compostela y listo.
Así que aquí estoy, con mi Compostela bajo el brazo, con sus letras barrocas escritas en latín que, por cierto, no tengo ni idea de lo que dice.
Pero esto no ha sido lo único curioso que me ha pasado en el interior de la oficina.
Mientras esperaba que me atendieran me puse a leer todos los trípticos y panfletos informativos que tenían sobre el mostrador y uno de ellos hacía referencia al ofrecimiento que el Parador de los Reyes Católicos hacía a los diez primeros peregrinos que llegaban cada día a Santiago de darles de desayunar, comer y cenar el día de su llegada y los dos días siguientes.
El Parador de Los Reyes Católicos es un hotel de cinco estrellas situado en la Plaza del Obradoiro junto a la catedral. Es uno de esos sitios que uno siempre mira desde fuera porque alojarse allí una noche no debe bajar de los trescientos euros...y resulta que me invitan a comer.
Me dirigí al Parador y pregunté en la puerta que tenía que hacer. Me explicaron que debía bajar al piso de abajo y entregar allí una fotocopia de la Compostela . Así lo hice y me informaron de que la comida sería entre la una y la una y media .Como tenía tiempo me dirigí a buscar mi hostal para dejar la mochila y asearme un poco.
Para este último día he decidido coger un hostal y pasar del albergue. Necesito descansar, ducharme y dormir en condiciones después de una semana haciéndolo de cualquier forma. Ayer me reservaron desde Cartagena un hostal muy cerquita de la catedral y por sólo veinticuatro euros. No es nada del otro mundo pero tiene una cama grande y un baño para mi solo con lo que me doy por satisfecho.
Son la una en punto y acabo de llegar al Parador. En la puerta me encuentro con dos peregrinos más. Uno de ellos es mi amigo Nicola, el italiano introvertido. Nos fundimos en un abrazo. ¡Qué alegría me ha dado verlo! El otro compañero es un barcelonés afincado en A Coruña y que lleva ya un par de días comiendo y cenando aquí por lo que ha hecho de anfitrión llevándonos hasta el comedor de peregrinos y luego hasta la sala donde se encontraba el buffet.
Comida de verda...y mucha. Uno de los cocineros nos explica que podemos comer cuanto queramos y repetir las veces que lo deseemos así que comienzo a llenar la bandeja. Todo tiene una pinta exquisita.
A ver, llevo tres trozos diferentes de empanada, dátiles con bacon, un plato de patatas con trozos de jamón y huevo frito, un trozo de pastel de puerros y queso, una cacerolita con un guiso de carne que huele de maravilla, una botella de agua y de postre un arroz con leche con virutas de chocolate y naranja rallada.
Mis compañeros han cogido muchos más platos que yo. Lo que no se comen luego se lo llevan para comer a lo largo de la tarde o de la noche.
Todo estaba delicioso. Hemos comido los tres solos en un pequeño comedor muy acogedor decorado con motivos del Camino. Al acabar hemos dejado las bandejas y los platos en su sitio y hemos salido hacia la plaza.
Acabo de despedirme de Nicola. Es muy triste despedirte de alguien con quien has compartido experiencias estos últimos días y que sabes que no vas a volver a ver nunca más. Durante la comida me ha estado contando que esta es la quinta vez que hace el Camino. Tiene una empresa agrícola en el norte de Italia y sus vacaciones anuales las emplea haciendo este viaje, para él, espiritual y religioso.
Voy a irme al hostal a descansar un rato ya que a las cinco he quedado para salir con Conchi, Toño y Brais . A ver si consigo que me enseñen un poco esta ciudad y luego picamos algo por ahí. Me niego a regresar a casa sin haber comido pulpo.
¡Qué bien lo he pasado! Hemos estado recorriendo Santiago, arriba y abajo, y la verdad es que es una ciudad maravillosa. Hemos acabado cenando unas tapas y por supuesto, por fin, he comido pulpo. La casualidad ha hecho que en diferentes calles me haya ido encontrando a muchos de mis compañeros de viaje. Por una calle y a lo lejos ví como venían hacia mí, cantando y bailando, Alberto y Marta. Allí nos abrazamos y nos resumimos rápidamente lo que habíamos hecho el último día. Luego tristemente pasamos a despedirnos. Lo mismo pasó cuando tropecé con Raúl. Ya empezó con lágrimas en los ojos cuando me vio y por supuesto cuando nos despedimos. Las despedidas son recuerdos tristes pero reflejan que los encuentros valieron la pena.
Ahora son las diez y media de la noche y mis amigos gallegos ya se fueron. Estoy solo. Me he venido a echar un vistazo a la catedral iluminada. A pesar del frío que hace estoy sentado en uno de los bancos de piedra que hay frente al Parador. La imagen de la catedral es preciosa. La visión de la plaza del Obradoiro es impresionante. Mi viaje ha sido sin duda una de las experiencias más gratificantes que he vivido nunca.
Tengo ganas de volver a casa y a la vez me da miedo. Aquí dicen que el verdadero Camino empieza cuando uno abandona Santiago así que me voy al hostal a descansar ya que a las siete de la mañana cojo el avión que me llevará hasta el inicio del resto de mi Camino.
¡Hasta luego Santiago!
¡Hasta pronto Galicia!
¡Hasta siempre compañeros!
Este blog es mi forma de compartir con todos vosotros mi día a día. Gracias a él sabréis de mis inquietudes, de mis alegrías, de mis tristezas...Es un blog en el que iré escribiendo todo aquello que considere merecedor de ser compartido y esperaré ansioso a leer vuestros comentarios. Porque lo más importante de este blog sois vosotros, mis amigos, mi familia y, en definitiva,todos aquellos que os molestais en leer lo que expone este humilde aprendiz de escritor. Va por vosotros.
Conchi dijo...
ResponderEliminarComo siempre... precioso. Coincido contigo en que la catedral de Santiago tiene algo especial que nada tiene que ver con la fe. A mí también me pasa lo de sentarme en un banco y sentir que podría quedarme ahí tiempo y tiempo.
Y dicen que lo bueno dura poco... esa tarde que pasamos contigo fue genial aunque cortita, eh? sobre todo lo de beber agua con el pulpo, vaya tela, jajajajaja
23 de marzo de 2011 20:25
Enhorabuena.
ResponderEliminarPorque lo hiciste.
Porque nos has permitido caminar a tu lado a través de tus narraciones.
Porque nos has emocionado y nos has hecho sentir la lluvia en el rostro, el cansancio de los kilómetros andados y la emoción de contemplar la catedral.
Porque has exprimido al máximo la experiencia.
Enhorabuena por un gran Camino y por una narración directa,sencilla, víva y emotiva.
Lo único que me fastidia es que me has acercado a ese delicioso pulpo y no puedo probarlo porque está demasiado lejos... Aunque eso sí, yo nunca cometería el sacrilegio de acompañarlo con agua... jejeje
Un relato emocionante. En este año "medio sabático" que decidí coger tenía como uno de mis objetivos hacer el camino. Tus relatos me han ayudado a decidirme.
ResponderEliminarCoincido contigo en la sensacion de "orgullo". Yo senti lo mismo al llegar a Caravaca. Por otro lado, se echa de menos una foto tuya con la barba de una semana! (Jo, y que suerte con lo del parador, no?). Muchas gracias por compartir con nosotros tu Camino.
ResponderEliminar¡Enhorabuena Miki! ¿Qué tal ha sido la experiencia? Te animo a compartirla en nuestros foros con otros peregrinos http://camino.xacobeo.es/es/comunidad-peregrinos/foro.
ResponderEliminarUn saludo.