viernes, 3 de junio de 2011

Mi cine

Me gusta el cine. Disfruto de cualquier género que el séptimo arte sea capaz de inventar. Tengo cientos de actores y actrices favoritos. Me apasiona el cine americano, y el europeo, y el oriental. Soy un enamorado del cine español, el de mi tierra, el de mi país.
Soy consciente de que formo parte de una especie en peligro de extinción. Sé que pertenezco a ese grupo cada vez más reducido de personas que acudimos a ver películas a las salas de proyección. A esa clase de seres que necesitan del cine para sobrevivir.
Sí, me gusta acudir a los cines, pero a los tradicionales, a los de toda la vida. Me gustan las grandes salas situadas en el centro de las ciudades, rodeadas de edificios a través de cuyas ventanas se asoman seres de otras especies a contemplar como los raros hacemos cola para sacar una entrada.
Me gusta mi cine. De butacas aterciopeladas, rústicas, de estrechos reposabrazos. Con asientos abatibles en los que resulta habitual encontrar algún agujero. Me gusta sentarme en ellas, acomodarme y mirar alrededor mientras espero que apaguen las luces. Soy de los que aún siente un cosquilleo en el estómago cuando la sala queda a oscuras y se abren las cortinas que cubren la pantalla. Porque mi cine tiene cortinaje. Dos grandes puertas de terciopelo rojo que se separan dejando paso a un universo de fantasía, épica e imaginación.
Nunca he sido de los que se incomoda cuando, una vez empezada la proyección, aparece el acomodador con su pequeña linterna guiando entre la oscuridad de la sala a un par de rezagados de última hora. Mi cine también tiene acomodador, Antonio. Siempre uniformado con su impecable traje gris y a punto de cumplir los sesenta. Este cine perdería parte de su esencia si él no estuviera.
En mi cine aplaudimos al acabar la película. De esta manera descargamos la tensión y recompensamos el mérito de quien nos arrancó unas risas o unas lágrimas. O simplemente reconocemos la labor de ese equipo de cientos de personas que han hecho posible que durante un par de horas logremos evadirnos de la monotonía cotidiana y del estrés diario.

Mi cine ha cerrado. Al parecer alguien llegó con varias hojas de números imposibles y dijo que no era rentable. Antonio, mi acomodador, me dijo con los ojos llenos de lágrimas que lo veían venir. Cada vez éramos menos los raros que hacíamos cola en las taquillas y más los que asomaban por las ventanas de los edificios cercanos.
Las grandes cortinas de la imaginación se han cerrado.

5 comentarios:

  1. ¡Qué añoranza! Recuerdo una época en la que iba al cine todos los miércoles del año con una gran amiga. Había semanas en las que ni siquiera sabíamos qué película nos íbamos a encontrar. Nos lanzábamos a la aventura porque de esta forma aprendíamos a ser más crítica y descubríamos películas a las que nunca les hubiéramos dado una oportunidad si no hubiese sido de esta forma. Me encantaba sentarse en esas butacas, con las palomitas y la coca cola a disfrutar de un millón de mundos diferentes. Todos mágicos y espectaculares...

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  2. Describes muy bien lo que sentíamos al ir al cine de verdad, y no a los adosados en que se ha convertido. Recuerdo el Cineclub de mi colegio, cuando al acabar la película teníamos una pequeña charla sobre algún aspecto del cine. Ahí aprendí a entender lo que veía en la pantalla.

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  3. Muy bonito! Me ha gustado mucho. Seguro que a todos los que nos encanta el cine también. Como echo en falta esos cines de los que hablas, y esas sesaciones. En Cartagena, la única vez al año que vuelvo a esos momentos es cuando puedo disfrutar del Festival Internacional de Cine de Cartagena por diciembre, que es en el Teatro Circo. Y además muchas veces vas a la aventura a ver que peli ponen, y como ha comentado Mar, la mayoría de las veces te llevas gratas y emocionantes sorpresas.

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  4. me ha gustado mucho. Como se echan en falta esos cines antiguos, y que pena que haya que catalogarlos como antiguos.

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  5. El cine como lo conocimos, al igual que tantas cosas...murio tan triste como olvidado. Tiempos impersonales certificaron su defuncion, saludando a modernos minicines donde su mayor negocio son las palomitas y chuche varias. Con eso todo queda dicho

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