
Ayer, miércoles 27, y coincidiendo con el día del libro, puse rumbo a Cilleros, provincia de Cáceres, en la lejana Extremadura, para asistir a la ceremonia de entrega de los premios del III Certamen nacional literario Villa de Cilleros.

A pesar de las ocho horas de viaje de ida, y otras tantas de vuelta, estoy muy feliz de haber podido asistir. El trato que nos dieron fue inmejorable. Nos hicieron sentir, a Mar y a mí, como si estuviéramos en casa.
Victoria, la alcaldesa de la localidad, estuvo en todo momento pendiente de que no nos faltase nada, al igual que Jesús, encargado de la biblioteca y alma mater de este certamen.
Al acto acudieron alrededor de cien personas, entre autoridades, participantes, vecinos y responsables del evento. En la introducción, Jesús explicó que en esta tercera edición habían llegado relatos de muchas partes de España. Más tarde la alcaldesa me agradeció públicamente el haber hecho tan largo viaje para estar presente en la entrega.
Quizás el momento en el que más nervios pasé fue cuando me pidieron que leyese parte de mi relato. Accedí encantado, pero al ponerme delante de aquel auditorio comencé a ponerme nervioso, cosa rara en mí, y al final recuerdo que hasta me temblaban las rodillas.
El aplauso del respetable hizo que los nervios pasarán rápidamente.
Cuando terminó el acto, nos invitaron a una degustación de productos de la tierra en la que estuvimos acompañados de muchos de los vecinos de la villa y pudimos cambiar impresiones y comentarles lo mucho que nos había sorprendido el paisaje de su tierra y, sobre todo, su pueblo, Cilleros. Un lugar ideal para gozar de unos días de descanso y tranquilidad junto a la frontera de Portugal, admirando unos bellos paisajes y disfrutando de la amabilidad y hospitalidad de sus gentes. Sin duda me he traído un pedacito de aquel pueblo conmigo y, como les prometí, volveré a visitarlos con más tiempo.
