El ruido de la lluvia golpeando contra los cristales del dormitorio me ha despertado varias veces a lo largo de la noche. Deben ser sobre las siete de la mañana, a ver si alcanzo el móvil que está en la riñonera y lo miro. Sí, las siete menos diez, buena hora para empezar a moverse. Dirijo el foco de mi linterna contra la pared creando un entorno iluminado suficientemente grande para ver mis cosas y lo bastante corto para no despertar a los demás aunque ya hay algunos que se han puesto en marcha también.
Vuelvo del baño y ya están casi todos levantados. Hay expectación por empezar esta etapa ya que la lluvia hace que el día vaya a ser diferente de los anteriores. Arreglo la mochila y reviso que no me dejo nada. Soy el primero en salir del albergue. Me despido de los demás y quedamos en vernos en Arzúa que es donde vamos a dormir esta noche. Por delante 30 kilómetros de monte, bosque y carreteras.
Bueno, ya es la hora, vamos allá. Por fin voy a estrenar la capa impermeable que compré. Me la coloco cubriendo mi chaquetón y tapando bien la mochila y salgo a la calle. Está cayendo aguanieve, se ven los pequeños copos caer pero no llegan a cuajar en el suelo. Hace menos frío que otros días, calculo que habrá unos 0 grados más o menos. Me dirijo al restaurante que hay a unos cien metros del albergue. No es incómodo caminar lloviendo, al contrario, es relajante oír la lluvia caer sobre la capa.
Acabo de tomarme una tostada de tomate y un zumo de melocotón y cuando son exactamente las ocho menos cinco, por supuesto noche cerrada, salgo del restaurante y comienzo a caminar.
En menos de diez minutos llego a Palas de Rei. El pueblo es grande y está iluminado así que no me es difícil buscar y seguir las señales. Acabo de adelantar a la pareja de coreanos que debieron salir mientras yo estaba desayunando. Les deseo “buen Camino” y continuo a mi ritmo adentrándome ya en el bosque. Me temo que hoy también caminaré solo todo el trayecto ya que la siguiente parada obligada es Arzúa y por lo que sé no llevo a ningún peregrino delante, a no ser que alguno hiciera noche en Melide, y suelo caminar a un ritmo rápido como para que me adelanten a mí, no sé, ya veremos como va evolucionando el día.
Me encanta la lluvia, ahora sí que tengo sensación completa de estar en Galicia. No llueve mucho pero sí lo suficiente para tener que llevar la capucha puesta. Llevaré unas dos horas caminando y no ha dejado en ningún momento de llover. Acabo de hacer mi primera parada, aquí, en medio de un bosque de altos eucaliptos. Es difícil describir lo reconfortante que es esto. Estoy sentado en una piedra bastante grande, escuchando como la lluvia cae sobre los árboles y como va mojando la alfombra de hojas que cubre el Camino. Y el olor, ese olor a tierra mojada, a fresco, a verde, a limpio, a serenidad….sí, es curioso pero aquí y ahora soy capaz de sacarle aroma a la serenidad. Me quedaría aquí sentado horas y horas pero aún tengo 20 kilómetros por delante así que me abrocho las cordoneras de las botas, me cargo la mochila a la espalda y pongo rumbo a Melide que es donde quiero hacer mi próxima parada.
Melide es un pueblo grande, de 8000 habitantes. Vive por y para el camino de Santiago. Mire a donde mire sólo veo restaurantes, bares, cafeterías, panaderías, hostales, hoteles, pensiones, etc…..Acabo de ver una panadería al otro lado de la calle con un escaparate lleno de empanadas, las deliciosas empanadas gallegas que aún no he probado desde que llegué. –Buenos días peregrino-, me saluda la panadera. –¿Qué te apetece tomar?-, Estoy absorto mirando el mostrador con tantas empanadas diferentes. De jamón, atún, pescado, carne, queso, berberechos.…no tienen la de pulpo, mi preferida.
Me decanto por una porción de bacalao con pasas y otra de ternera con cebolla. Me llevaré también dos botellas de agua de medio litro ya que me quedé sin una gota. Me despido de la panadera la cual me desea el ya cotidiano –“buen Camino”-, y me dirijo a la salida del pueblo siguiendo las flechas amarillas.
Nada más salir del pueblo, un poco antes de adentrarme en un prado que queda en medio del Camino me siento apoyado en una roca y sin quitarme siquiera la mochila o desabrocharme las botas, error que pagaré más adelante, comienzo a comerme las deliciosas empanadas. Al fin y al cabo son las doce de la mañana y es una estupenda hora para almorzar algo.
Sigue lloviendo, no ha parado todavía desde que empecé a caminar esta mañana pero me gusta, de hecho, me encanta. Termino mi aperitivo y prosigo camino. Se camina mejor con el estómago lleno. Lo malo es que entre el cansancio y lo seco de las empanadas me he bebido casi toda el agua, en el próximo mesón que encuentre compraré más. No es buena idea caminar sin agua para beber. Mi idea es intentar llegar a Arzúa de un tirón. Me restan unos 12 kilómetros y aunque ya voy notando el cansancio veo factible intentarlo.
Acaba de ocurrirme algo que seguro quedará en una de las primeras posiciones en el anecdotario de este viaje. Llevaba tiempo caminando absorto en mis pensamientos, relajado con el ruido de la lluvia y escuchando música suave en mi mp3. El caso es que en algún momento me he tenido que pasar una de las señales y me he equivocado de ruta. ¿Qué cómo me he dado cuenta? Hace unos minutos he llegado a un enorme prado verde donde había unas vacas pastando. El camino bordeaba el prado separándolo por una valla. Apoyado sobre esa valla había un buen hombre que al pasar junto a su lado me ha saludo diciendo
- Buenos días peregrino- . –Buenos días-, contesto educadamente. -¿A dónde vas por este camino?- , -pues voy dirección Arzúa- -¿A Arzúa?, ¿Por aquí? Pues creo que te has equivocado de camino-. –Voy siguiendo el Camino de Santiago-, le digo. Y me contesta, -pues Santiago por aquí no pasó-
Dos kilómetros más o menos es lo que me dice el aldeano que me he alejado de mi ruta. Qué buena persona. Me ha indicado un atajo atravesando un pequeño pinar para llegar de nuevo al Camino así que aquí estoy, atravesando una pinada sin señalizar y campo a través, fiándome de este buen hombre y en teoría, si he entendido bien lo que me ha dicho, tras ese puente que tengo delante debería volver al Camino otra vez. Me paro sobre el puente, miro a un sitio y a otro y efectivamente, ahí veo una flecha amarilla sobre una roca. He vuelto por el buen Camino!!!!!
Hoy se me está haciendo más duro que ningún día hasta ahora. Voy muy cansado. Me duelen las piernas y sobre todo los hombros. Ya no sé como ponerme la mochila para que no se me clave. Llevo caminados más de siete kilómetros desde que salí de Melide, bueno, nueve si contamos los dos de más que me hice al desviarme, y no he encontrado ni un solo sitio abierto donde poder comprar agua. Si en la siguiente aldea no hay mesón o taberna pediré agua en alguna casa porque estoy muerto de sed.
Se acabó, a esa señora que hay en la puerta le voy a pedir un vaso de agua. Por el mareo que llevo no me extrañaría que fuera medio deshidratado. Qué amable ha sido, me ha sacado un vaso y una jarra de agua fresquita. Me he bebido dos vasos aunque me hubiera bebido toda la jarra. Le he agradecido mil veces la gentileza y ella me ha dicho que siguiera con Fe y esperanza que a quien Santiago va de Santiago recibe. En ese momento me ha sonado a paliza eso de recibir pero se lo he agradecido con una sonrisa y he proseguido mi camino.
Unos cinco kilómetros para llegar a Arzúa y no puedo más. Acabo de entrar en una pequeña parcela de descanso a la orilla de un riachuelo y me he quedado tirado en un banco de madera. Al quitarme la mochila tengo la sensación de que mi cuerpo pierde gravedad y durante unos segundos la sensación es de estar volando. Me he quitado las botas y los calcetines y no sigo quitándome cosas por si pasa alguien y me acusa de exhibicionismo. En estos momentos me da igual que llueva, que haga frío, que por cierto no lo hace, o que me vea alguien, que para variar no se ve un alma por ninguna parte. Estoy muy cansado, me siento incapaz de seguir y aún me queda al menos hora y media de camino. Si no fuera por mi bordón (bastón) me habría caído más de una vez. Y pensar que me planteé no traerlo.
En fin, ya está bien de quejarse, he venido a hacer esto así que vamos a terminar. Me coloco unos calcetines secos, me ato fuerte las botas, mochila sobre los hombros y atada también a la cintura y a seguir.
Arzúa. Nunca pensé que leer un letrero a la entrada de un pueblo con ese nombre me iba a hacer tanta ilusión. Estoy entrando en el pueblo y lo primero que he hecho es meterme en una gasolinera y comprar una botella de agua de litro y medio. Creo que me he bebido hasta el tapón porque no logro encontrarlo. Es difícil narrar lo mal que lo he pasado esta última hora. Me fallaban las fuerzas y mentalmente no conseguía razonar demasiado. Sólo era capaz de andar, andar y andar como si fuera un robot al que han programado. Que nadie me pregunte qué paisajes he visto, si me he cruzado con alguien o qué tipo de señales había porque no lo sé. Tan sólo he seguido andando.
El albergue está en el centro del pueblo y es bastante grande. Al llegar había allí dos peregrinos más. En este albergue, al contrario de los anteriores, te asignan la cama al hacerte la inscripción. El dormitorio es enorme, unas 50 literas y me ha tocado una en una esquina, bueno, es la que hubiera elegido. Voy cojeando totalmente de la pierna derecha y tengo una pequeña distensión en el hombro izquierdo. Bajo como puedo las escaleras que llevan a las duchas y abro el grifo del agua caliente todo lo que da de sí. Después me rocío en reflex, hoy más que nunca, e intento darme un masaje sobre los hombros a ver si consigo destensarlos un poco. Me echo sobre la cama, encima del saco, y cierro los ojos. Son las cuatro de la tarde y tengo cualquier cosa menos hambre.
Me encantaría haber podido dormir algo pero no ha sido así. He estado tumbado un par de horas en la cama, pensando, leyendo, escuchando música. Ahora estoy dando una vuelta por el pueblo. Aún me cuesta mover las piernas pero me encuentro mucho mejor. He comprado algo de fruta, agua y chocolatinas. Ahora me vuelvo hacia el albergue ya que cuando salía estaban empezando a llegar algunos de los compañeros con los que estuve la noche anterior y me apetece saber qué tal les ha ido.
La mayoría han llegado muy cansados pero creo que menos de lo que llegué yo. No me he sabido planificar bien esta etapa. Anduve muy rápido y paré muy poco. Me quedé sin agua y comí mal. De estos errores se aprende. No me volverá a pasar.
Después de hablar con unos y con otros decido irme con Roberto, mi compañero brasileño, a cenar algo por el pueblo. El resto prefieren quedarse en el albergue y organizar allí una cena común. Hemos terminado en un restaurante cercano tomando el menú del peregrino, en todos sitios hay menú del peregrino, es decir, el menú del día que allí le añaden lo del peregrino. Durante la cena Roberto me hace la pregunta del millón. -¿ Y tú, Miguel, por qué estás haciendo el Camino?.......
He pasado un rato muy agradable. Estuvimos más de dos horas hablando mientras degustábamos unos spaguetti a la boloñesa, unos calamares a la plancha y un pan de Calatrava.
Ahora estamos de vuelta ya en el albergue. El resto de peregrinos están en la sala común. Las risas de oyen en todo el viejo edificio. Yo decido subir directamente al dormitorio, estoy muy cansado y no tengo el cuerpo para mucha fiesta esta noche. Además, he decidido que mañana voy a intentar juntar dos etapas en una y hacer 35 kilómetros de un tirón. Voy a echarme en la cama y a planificarlo todo para que esta vez lo logre sin terminar medio muerto.
Un poco antes de apagar las luces Roberto viene hasta mi litera y me dice que le gustaría darme un regalo para que siempre me acordara de él y para que me ayude de ahora en adelante en la toma de mis decisiones. Me entrega un pequeño rosario de madera tallado a mano. Me comenta que lo compró hace varias semanas, recordemos que Roberto empezó a caminar a finales de Diciembre, y que quiere regalármelo. Sé que es un hombre muy devoto y que para él eso tiene mucho significado.
Quizás sea por el cansancio, quizás por la conversación que habíamos tenido, por el entorno que el Camino supone o simplemente por el detalle, el caso es que estoy bastante emocionado. Nos fundimos en un fuerte abrazo y le doy las gracias. Este hombre transmite paz y tranquilidad. No soy una persona creyente pero este rosario lo tendré siempre como uno de los presentes que más ilusión me ha hecho recibir.
Roberto se baja a la sala con el resto de compañeros y yo me acuesto a dormir. Espero poder descansar esta noche y afrontar el día de mañana repuesto. Ese ha sido mi último pensamiento antes de cerrar los ojos….y aún no ha dejado de llover.
Este blog es mi forma de compartir con todos vosotros mi día a día. Gracias a él sabréis de mis inquietudes, de mis alegrías, de mis tristezas...Es un blog en el que iré escribiendo todo aquello que considere merecedor de ser compartido y esperaré ansioso a leer vuestros comentarios. Porque lo más importante de este blog sois vosotros, mis amigos, mi familia y, en definitiva,todos aquellos que os molestais en leer lo que expone este humilde aprendiz de escritor. Va por vosotros.
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Me he cansado sólo de leerlo, lo tuviste que pasar mal tio, a ver como sigues.
ResponderEliminarSergio
Impresionante!
ResponderEliminarEse no era tu dia, pero al menos acabó bien.
Leyendote me esta entrando ganas de hacer un diario me mis primeras etapas del camino. (Solo lo hice de las ultimas).
Transmites muy bien lo que es el camino.
Animo y sigue asi!
Este es el verdadero camino. LLuvia. frío, empanada gallega, aldeanos encantadores... Me encanta. Sobre todo cómo describes el olor a lluvia, es cómo si estuviera allí...
ResponderEliminarLa verdad es que sí que terminé exhausto Sergio pero, además de por los 32 km que anduve,fue porque no supe marcar bien los tiempos de descanso y no supe calcular las reservas de agua.
ResponderEliminarMariano, anímate a escribir sobre tu experiencia en el Camino de Caravaca. Yo me apunto a seguirlas.
Pues sí Mar, fue el primer día de Galicia auténtica. A pesar del cansancio lo disfruté muchísimo.
Eso de quedarse sin reservas de agua en Galicia... :)
ResponderEliminarNunca hice el camino, pero al leerte, me recuerda muchas veces cuando subía alguna montaña, en solitario. Describes de PM las sensaciones.
Tengo que reconocerte Toño que me llevé un chasco porque en la mayoría de fuentes y arroyos que crucé por el camino estaban con los letreritos de agua no potable y en cambio se veían claras y puras. Vosotros sabréis que le hacéis allí al agua ;)
ResponderEliminarCaminar o subir una montaña con gente es gratificante...hacerlo solo es impresionante y en ocasiones necesario....
Realmente no es que la analizaran, ya que habría que hacerlo periódicamente, sino que para qué van a gastar en analizarla si la bebe todo el mundo y no pasa nada :) Eso sí, hay que fijarse que no haya prados más arriba, por eso del purín...
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