domingo, 13 de febrero de 2011

Jueves 27. La lluvia, el cansancio y un inesperado regalo

El ruido de la lluvia golpeando contra los cristales del dormitorio me ha despertado varias veces a lo largo de la noche. Deben ser sobre las siete de la mañana, a ver si alcanzo el móvil que está en la riñonera y lo miro. Sí, las siete menos diez, buena hora para empezar a moverse. Dirijo el foco de mi linterna contra la pared creando un entorno iluminado suficientemente grande para ver mis cosas y lo bastante corto para no despertar a los demás aunque ya hay algunos que se han puesto en marcha también.
Vuelvo del baño y ya están casi todos levantados. Hay expectación por empezar esta etapa ya que la lluvia hace que el día vaya a ser diferente de los anteriores. Arreglo la mochila y reviso que no me dejo nada. Soy el primero en salir del albergue. Me despido de los demás y quedamos en vernos en Arzúa que es donde vamos a dormir esta noche. Por delante 30 kilómetros de monte, bosque y carreteras.
Bueno, ya es la hora, vamos allá. Por fin voy a estrenar la capa impermeable que compré. Me la coloco cubriendo mi chaquetón y tapando bien la mochila y salgo a la calle. Está cayendo aguanieve, se ven los pequeños copos caer pero no llegan a cuajar en el suelo. Hace menos frío que otros días, calculo que habrá unos 0 grados más o menos. Me dirijo al restaurante que hay a unos cien metros del albergue. No es incómodo caminar lloviendo, al contrario, es relajante oír la lluvia caer sobre la capa.
Acabo de tomarme una tostada de tomate y un zumo de melocotón y cuando son exactamente las ocho menos cinco, por supuesto noche cerrada, salgo del restaurante y comienzo a caminar.
En menos de diez minutos llego a Palas de Rei. El pueblo es grande y está iluminado así que no me es difícil buscar y seguir las señales. Acabo de adelantar a la pareja de coreanos que debieron salir mientras yo estaba desayunando. Les deseo “buen Camino” y continuo a mi ritmo adentrándome ya en el bosque. Me temo que hoy también caminaré solo todo el trayecto ya que la siguiente parada obligada es Arzúa y por lo que sé no llevo a ningún peregrino delante, a no ser que alguno hiciera noche en Melide, y suelo caminar a un ritmo rápido como para que me adelanten a mí, no sé, ya veremos como va evolucionando el día.
Me encanta la lluvia, ahora sí que tengo sensación completa de estar en Galicia. No llueve mucho pero sí lo suficiente para tener que llevar la capucha puesta. Llevaré unas dos horas caminando y no ha dejado en ningún momento de llover. Acabo de hacer mi primera parada, aquí, en medio de un bosque de altos eucaliptos. Es difícil describir lo reconfortante que es esto. Estoy sentado en una piedra bastante grande, escuchando como la lluvia cae sobre los árboles y como va mojando la alfombra de hojas que cubre el Camino. Y el olor, ese olor a tierra mojada, a fresco, a verde, a limpio, a serenidad….sí, es curioso pero aquí y ahora soy capaz de sacarle aroma a la serenidad. Me quedaría aquí sentado horas y horas pero aún tengo 20 kilómetros por delante así que me abrocho las cordoneras de las botas, me cargo la mochila a la espalda y pongo rumbo a Melide que es donde quiero hacer mi próxima parada.
Melide es un pueblo grande, de 8000 habitantes. Vive por y para el camino de Santiago. Mire a donde mire sólo veo restaurantes, bares, cafeterías, panaderías, hostales, hoteles, pensiones, etc…..Acabo de ver una panadería al otro lado de la calle con un escaparate lleno de empanadas, las deliciosas empanadas gallegas que aún no he probado desde que llegué. –Buenos días peregrino-, me saluda la panadera. –¿Qué te apetece tomar?-, Estoy absorto mirando el mostrador con tantas empanadas diferentes. De jamón, atún, pescado, carne, queso, berberechos.…no tienen la de pulpo, mi preferida.
Me decanto por una porción de bacalao con pasas y otra de ternera con cebolla. Me llevaré también dos botellas de agua de medio litro ya que me quedé sin una gota. Me despido de la panadera la cual me desea el ya cotidiano –“buen Camino”-, y me dirijo a la salida del pueblo siguiendo las flechas amarillas.
Nada más salir del pueblo, un poco antes de adentrarme en un prado que queda en medio del Camino me siento apoyado en una roca y sin quitarme siquiera la mochila o desabrocharme las botas, error que pagaré más adelante, comienzo a comerme las deliciosas empanadas. Al fin y al cabo son las doce de la mañana y es una estupenda hora para almorzar algo.
Sigue lloviendo, no ha parado todavía desde que empecé a caminar esta mañana pero me gusta, de hecho, me encanta. Termino mi aperitivo y prosigo camino. Se camina mejor con el estómago lleno. Lo malo es que entre el cansancio y lo seco de las empanadas me he bebido casi toda el agua, en el próximo mesón que encuentre compraré más. No es buena idea caminar sin agua para beber. Mi idea es intentar llegar a Arzúa de un tirón. Me restan unos 12 kilómetros y aunque ya voy notando el cansancio veo factible intentarlo.
Acaba de ocurrirme algo que seguro quedará en una de las primeras posiciones en el anecdotario de este viaje. Llevaba tiempo caminando absorto en mis pensamientos, relajado con el ruido de la lluvia y escuchando música suave en mi mp3. El caso es que en algún momento me he tenido que pasar una de las señales y me he equivocado de ruta. ¿Qué cómo me he dado cuenta? Hace unos minutos he llegado a un enorme prado verde donde había unas vacas pastando. El camino bordeaba el prado separándolo por una valla. Apoyado sobre esa valla había un buen hombre que al pasar junto a su lado me ha saludo diciendo
- Buenos días peregrino- . –Buenos días-, contesto educadamente. -¿A dónde vas por este camino?- , -pues voy dirección Arzúa- -¿A Arzúa?, ¿Por aquí? Pues creo que te has equivocado de camino-. –Voy siguiendo el Camino de Santiago-, le digo. Y me contesta, -pues Santiago por aquí no pasó-
Dos kilómetros más o menos es lo que me dice el aldeano que me he alejado de mi ruta. Qué buena persona. Me ha indicado un atajo atravesando un pequeño pinar para llegar de nuevo al Camino así que aquí estoy, atravesando una pinada sin señalizar y campo a través, fiándome de este buen hombre y en teoría, si he entendido bien lo que me ha dicho, tras ese puente que tengo delante debería volver al Camino otra vez. Me paro sobre el puente, miro a un sitio y a otro y efectivamente, ahí veo una flecha amarilla sobre una roca. He vuelto por el buen Camino!!!!!
Hoy se me está haciendo más duro que ningún día hasta ahora. Voy muy cansado. Me duelen las piernas y sobre todo los hombros. Ya no sé como ponerme la mochila para que no se me clave. Llevo caminados más de siete kilómetros desde que salí de Melide, bueno, nueve si contamos los dos de más que me hice al desviarme, y no he encontrado ni un solo sitio abierto donde poder comprar agua. Si en la siguiente aldea no hay mesón o taberna pediré agua en alguna casa porque estoy muerto de sed.
Se acabó, a esa señora que hay en la puerta le voy a pedir un vaso de agua. Por el mareo que llevo no me extrañaría que fuera medio deshidratado. Qué amable ha sido, me ha sacado un vaso y una jarra de agua fresquita. Me he bebido dos vasos aunque me hubiera bebido toda la jarra. Le he agradecido mil veces la gentileza y ella me ha dicho que siguiera con Fe y esperanza que a quien Santiago va de Santiago recibe. En ese momento me ha sonado a paliza eso de recibir pero se lo he agradecido con una sonrisa y he proseguido mi camino.
Unos cinco kilómetros para llegar a Arzúa y no puedo más. Acabo de entrar en una pequeña parcela de descanso a la orilla de un riachuelo y me he quedado tirado en un banco de madera. Al quitarme la mochila tengo la sensación de que mi cuerpo pierde gravedad y durante unos segundos la sensación es de estar volando. Me he quitado las botas y los calcetines y no sigo quitándome cosas por si pasa alguien y me acusa de exhibicionismo. En estos momentos me da igual que llueva, que haga frío, que por cierto no lo hace, o que me vea alguien, que para variar no se ve un alma por ninguna parte. Estoy muy cansado, me siento incapaz de seguir y aún me queda al menos hora y media de camino. Si no fuera por mi bordón (bastón) me habría caído más de una vez. Y pensar que me planteé no traerlo.
En fin, ya está bien de quejarse, he venido a hacer esto así que vamos a terminar. Me coloco unos calcetines secos, me ato fuerte las botas, mochila sobre los hombros y atada también a la cintura y a seguir.
Arzúa. Nunca pensé que leer un letrero a la entrada de un pueblo con ese nombre me iba a hacer tanta ilusión. Estoy entrando en el pueblo y lo primero que he hecho es meterme en una gasolinera y comprar una botella de agua de litro y medio. Creo que me he bebido hasta el tapón porque no logro encontrarlo. Es difícil narrar lo mal que lo he pasado esta última hora. Me fallaban las fuerzas y mentalmente no conseguía razonar demasiado. Sólo era capaz de andar, andar y andar como si fuera un robot al que han programado. Que nadie me pregunte qué paisajes he visto, si me he cruzado con alguien o qué tipo de señales había porque no lo sé. Tan sólo he seguido andando.
El albergue está en el centro del pueblo y es bastante grande. Al llegar había allí dos peregrinos más. En este albergue, al contrario de los anteriores, te asignan la cama al hacerte la inscripción. El dormitorio es enorme, unas 50 literas y me ha tocado una en una esquina, bueno, es la que hubiera elegido. Voy cojeando totalmente de la pierna derecha y tengo una pequeña distensión en el hombro izquierdo. Bajo como puedo las escaleras que llevan a las duchas y abro el grifo del agua caliente todo lo que da de sí. Después me rocío en reflex, hoy más que nunca, e intento darme un masaje sobre los hombros a ver si consigo destensarlos un poco. Me echo sobre la cama, encima del saco, y cierro los ojos. Son las cuatro de la tarde y tengo cualquier cosa menos hambre.
Me encantaría haber podido dormir algo pero no ha sido así. He estado tumbado un par de horas en la cama, pensando, leyendo, escuchando música. Ahora estoy dando una vuelta por el pueblo. Aún me cuesta mover las piernas pero me encuentro mucho mejor. He comprado algo de fruta, agua y chocolatinas. Ahora me vuelvo hacia el albergue ya que cuando salía estaban empezando a llegar algunos de los compañeros con los que estuve la noche anterior y me apetece saber qué tal les ha ido.
La mayoría han llegado muy cansados pero creo que menos de lo que llegué yo. No me he sabido planificar bien esta etapa. Anduve muy rápido y paré muy poco. Me quedé sin agua y comí mal. De estos errores se aprende. No me volverá a pasar.
Después de hablar con unos y con otros decido irme con Roberto, mi compañero brasileño, a cenar algo por el pueblo. El resto prefieren quedarse en el albergue y organizar allí una cena común. Hemos terminado en un restaurante cercano tomando el menú del peregrino, en todos sitios hay menú del peregrino, es decir, el menú del día que allí le añaden lo del peregrino. Durante la cena Roberto me hace la pregunta del millón. -¿ Y tú, Miguel, por qué estás haciendo el Camino?.......
He pasado un rato muy agradable. Estuvimos más de dos horas hablando mientras degustábamos unos spaguetti a la boloñesa, unos calamares a la plancha y un pan de Calatrava.
Ahora estamos de vuelta ya en el albergue. El resto de peregrinos están en la sala común. Las risas de oyen en todo el viejo edificio. Yo decido subir directamente al dormitorio, estoy muy cansado y no tengo el cuerpo para mucha fiesta esta noche. Además, he decidido que mañana voy a intentar juntar dos etapas en una y hacer 35 kilómetros de un tirón. Voy a echarme en la cama y a planificarlo todo para que esta vez lo logre sin terminar medio muerto.
Un poco antes de apagar las luces Roberto viene hasta mi litera y me dice que le gustaría darme un regalo para que siempre me acordara de él y para que me ayude de ahora en adelante en la toma de mis decisiones. Me entrega un pequeño rosario de madera tallado a mano. Me comenta que lo compró hace varias semanas, recordemos que Roberto empezó a caminar a finales de Diciembre, y que quiere regalármelo. Sé que es un hombre muy devoto y que para él eso tiene mucho significado.
Quizás sea por el cansancio, quizás por la conversación que habíamos tenido, por el entorno que el Camino supone o simplemente por el detalle, el caso es que estoy bastante emocionado. Nos fundimos en un fuerte abrazo y le doy las gracias. Este hombre transmite paz y tranquilidad. No soy una persona creyente pero este rosario lo tendré siempre como uno de los presentes que más ilusión me ha hecho recibir.
Roberto se baja a la sala con el resto de compañeros y yo me acuesto a dormir. Espero poder descansar esta noche y afrontar el día de mañana repuesto. Ese ha sido mi último pensamiento antes de cerrar los ojos….y aún no ha dejado de llover.

sábado, 5 de febrero de 2011

Miércoles 26. Niebla, frío y buena compañía.

Debo haber dormido más de nueve horas seguidas porque llevo un rato despierto y aunque no sé qué hora es, estoy totalmente descansado, sin sueño y con ganas de empezar una nueva jornada. El reloj del móvil dice que son las siete y cuarto de la mañana, bueno, de la madrugada o de la noche según se quiera ver porque cualquier cosa menos un indicio de luz solar o de que vaya a amanecer.
Cojo la bolsa de aseo y voy hacia el baño, lo malo de muchos albergues, no todos, es que hay calefacción en los dormitorios y en los cuartos de baño, pero en los pasillos que van de uno al otro no, así que sales calentito de la habitación donde has dormido y enseguida te viene una bofetada de aire frío que hace que te despiertes del todo en cuestión de segundos.
No se qué temperatura hará fuera pero calculo que será del estilo de ayer, es decir, entre seis y tres grados bajo cero.
Me coloco todo el equipo de contención del frío, echo un último vistazo al dormitorio, que a gusto he estado aquí, y me encamino hacia la puerta de la calle no sin antes poner la cámara en disparo automático y retratarme con todo el equipo puesto. Esta es la foto que luego, a mi regreso a casa, cuando alcancemos temperaturas de 15-20 grados en pleno mes de febrero, miraré para recordar lo que es el frío invernal.
Dejo el albergue y me encamino calle abajo. Hay una niebla muy densa que no permite ver más de un par de metros alrededor. Me impresiona mucho la iglesia iluminada en la noche con luz blanca y metida totalmente en la niebla. Voy camino de la entrada, o salida en este caso, del pueblo, junto al puente del río, ya que el Camino seguía por allí. La hospitalera me dijo ayer que debía cruzar el río pero no por el puente grande sino por una pasarela colgante metálica. La encuentro sin mucha dificultad metida en la niebla. Qué sensación más inquietante al empezar a cruzar el pequeño puente. Miro hacia delante y no veo más de metro y medio antes de que el puente vaya desapareciendo tragado por la niebla. Si estuviera roto o hubiese algún tipo de agujero caería al agua antes de poder verlo. Observando el agua contemplo una imagen que bien hubiera filmado cualquier director de cine de suspense. Noche cerrada, niebla espesa, el leve reflejo de la luna sobre las aguas tranquilas cubiertas por la niebla. Es como si fuera a aparecer de entre la espesura, saliendo de la niebla, ese barco fantasma desaparecido hace algunos siglos……
Cruzo la pasarela y encuentro la primera flecha amarilla que me indica que gire a la derecha y me adentre en el bosque. Ya empieza a amanecer aunque apenas se ve todavía con claridad. Conforme la luz del día va atravesando las capas de niebla aparecen ante mis ojos los primeros campos totalmente helados al igual que los charcos y fuentes que me voy encontrando. He caminado unos dos kilómetros, solo, sin cruzarme con nadie, por medio de un bosque de altos eucaliptos. Voy a parar a echar algunas fotos ya que impresiona mucho ver estos campos, árboles y montes sumergidos en esta densa niebla.
Qué frío hace. Me he vuelto a dejar en la mochila el gorro y me duelen las orejas así que me subo un poco la braga que llevo en el cuello para taparlas. Mi objetivo de hoy es llegar hasta Palas de Rei, concretamente hasta un albergue público situado un kilómetro antes de llegar al pueblo en un área de descanso llamada Os Chacotes. Si cumplo con ese objetivo habré caminado al final de la etapa unos veinticinco kilómetros.
Sigo andando por en medio de bosques, con numerosas cuestas con pendientes muy pronunciadas. Llevo los gemelos un poco cargados y empiezo a notar las agujetas de la etapa de ayer.
Aún no me he cruzado con ningún otro peregrino y llevo más de la mitad de la etapa caminada. La mayoría de mesones y tabernas de las aldeas por las que voy pasando están cerradas. Los carteles en sus fachadas anuncian que abren a partir de marzo, o de Semana Santa. Es lógico, en esta época apenas somos unos pocos los que pasamos por aquí y no creo que salga rentable tener abierto todo el año. El único problema es que te obliga a llevar en la mochila agua abundante y comida, con el sobrepeso que eso conlleva sobre tus hombros, porque nunca sabes los kilómetros que vas a hacer sin encontrar algo abierto donde poder avituallarte.

Entre bosques, prados y colinas, con música tranquila y relajante en mi mp3, e inmerso en mis pensamientos he completado la etapa prevista y estoy llegando a Os Chacotes. He hecho una buena media ya que son las dos de la tarde y he concluido por hoy. El área de descanso que aparece ante mí está llena de barracones que albergan bares, restaurantes, farmacia y otros servicios pero todo está cerrado, a excepción del albergue público y de un restaurante a unos cien metros de este. Entro en el albergue y hago el ingreso de rigor. La rutina de siempre, pagas cinco euros y te dan funda para el colchón y la almohada, te sellan la credencial y te dicen donde están los dormitorios, duchas, cocina y comedor. El dormitorio que me asignan es enorme, habrá unas treinta literas más o menos. Como está totalmente vacío, elijo la cama que más me gusta, por decir algo. Me coloco en una esquinita pegado a una pared, de esta manera me aseguro de que si se llena de peregrinos al menos no va a dormir nadie pegado a mí ya que en los pasillos centrales las literas están pegadas de forma que parecen varias camas de matrimonio de dos pisos puestas en hilera.
Saco de dormir extendido sobre la cama, fuera botas, me coloco las chanclas, ducha caliente, reflex en hombros, pies y piernas, ropa cómoda y a comerme una chocolatina sentado en la cama mientras leo y preparo la etapa de mañana. No tengo mucha hambre de momento, el cansancio puede más.
No llevo mucho tiempo sentado en mi litera cuando comienzan a llegar otros peregrinos. El primero es un señor mayor del que nunca llegaré a saber su nombre. Después llegan Marta, la catalana afincada en Logroño y Roberto que llegó desde Brasil para realizar el Camino. Poco después entran la pareja de coreanos con los que me crucé ayer seguidos del burgalés Alberto y del madrileño Raúl. El último en llegar es Nicola, el tímido e introvertido peregrino italiano. Según van eligiendo literas y vaciando mochilas los voy escuchando hablar. Alberto, Roberto y Marta parecen conocerse. No parecen muy mayores, rondarán los treinta y pocos. Son gente dinámica, alegre y bromista. Raúl parece un poco más mayor. Ha entrado cojeando y al parecer se hizo un esguince de tobillo el primer día que comenzó el Camino y desde entonces hace las etapas lentamente y cojo de un pie. No puedo evitar admirar ese comportamiento al tiempo que me pregunto de si en su lugar yo hubiera hecho lo mismo o me hubiera vuelto para casa.
Mientras empiezan el trasiego de duchas, masajes, cremas y demás me salgo a la sala que hace las funciones de comedor y descanso. Me pongo a leer el libro que me he traído conmigo, A 100 millas de Manhattan. Me encuentro bastante relajado. Llevo puesto un pantalón de chándal, un polo verde y unos calcetines, además los analgésicos ya van haciendo efecto pues apenas noto molestias en las piernas y en los pies.
Pronto unos y otros van llegando a la sala donde me encuentro. Uno trae cervezas, la otra saca una botella de vino, el otro aparece con pan y chorizo, alguien aporta también unas bolsas de frutos secos y algunas cosillas más. A mí la verdad es que me pillan un poco fuera de juego, soy novato en este tipo de reuniones entre peregrinos así que entro al dormitorio y saco de mi mochila lo único que llevaba y que se podía comer, un par de Kit-Kat.
No he dejado de reírme en las últimas dos horas. Esta gente es la bomba, desinhibidos, divertidos y ajenos a cualquier preocupación. Vas conociendo un poco de cada uno, por ejemplo, Marta empezó el Camino en La Rioja y Alberto salió desde Burgos. Ambos llevan caminando entorno a las tres semanas y se conocieron hace aproximadamente diez días. Ahora son algo así como una pareja, siempre que entendamos como pareja el dormir en la misma cama, eso sí, caminar lo que se dice caminar lo hace cada uno a su ritmo y por su cuenta.
El caso de Roberto es digno de ser reconocido. Es un hombre muy devoto que vive en Sao Paulo y hace un par de meses decidió que su vida estaba estancada y que esa devoción y Fe que el tenía estaban en peligro así que dejó el trabajo, explicó a la familia su propósito y cogió un avión rumbo a Francia, porque aquí el amigo brasileño empezó el Camino desde el principio de los principios, es decir, desde Saint Jean, en territorio francés. Lleva caminando desde finales de Diciembre y aquí está el tío, más fresco que unas pascuas y a poco más de cuatro días de llegar a Santiago. Lo dicho, digno de admiración.
Hemos creado un debate sobre si debemos pedir la Compostela o el Diploma que acredita tu paso por el Camino cuando lleguemos a Santiago. La Compostela se otorga a quien hace el camino por motivos religiosos y el diploma al que alberga motivos que no tienen nada que ver con la devoción. Obviamente la Compostela es mucho más bonita y característica, más tradicional, con sus letras en latín pero la mayoría pensamos que hay que ser consecuentes con lo que uno piensa y si no hay devoción ni religión en tu caminar no debes optar a la Compostela. Podéis imaginaros este debate con unas cervezas y una botella de vino en el cuerpo, no podíamos dejar de reír. Casi sin darnos cuenta son ya las diez de la noche y están a punto de apagarse las luces del dormitorio.

Cepillado rápido de dientes, cremita para el frío en la cara, hay que cuidarse, y me meto en el saco haciendo el menor ruido posible ya que algunos de los compañeros ya están durmiendo desde hace tiempo. Se apagan las luces y todo queda en silencio. Tan solo se ven sombras, una de ellas es la de Alberto bajando de su litera y metiéndose en la cama de Marta . Cierro los ojos preguntándome si cabrán los dos dentro del mismo saco. Tercera noche en el Camino. Me encanta.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Martes 25. Comienzo a caminar.

Tanteo en la oscuridad a ver si encuentro el móvil para ver qué hora es. Las seis y media de la mañana. Es la tercera o cuarta vez que miro la hora a lo largo de la noche. Desde luego esta no va a ser de esas noches que se recordarán por plácidas y agradables. Será por la cama, por la compañía, por los nervios o porque estoy muerto de hambre, pero apenas he pegado ojo. Voy a aprovechar que ya hay alguien levantado y empiezo a preparar las cosas. Cuanto antes empiece a caminar mejor.
Recojo las cosas y ordeno la mochila, lo de ordenar es un decir, creo que lo tengo todo. Oigo comentar a dos compañeros que la temperatura fuera es de seis grados bajo cero así que me he puesto la camiseta térmica, el forro polar, el doble forro del chaquetón y el chaquetón. También me he colocado la braga en el cuello y por supuesto los guantes. Bajo las escaleras intentando no hacer demasiado ruido y llego al recibidor. Ha llegado el momento de ponerme la mochila y averiguar como se adapta ese peso a la espalda y a los hombros. Me coloco los dos tirantes sobre los hombros y la engancho también con el cinturón lumbar a la cintura, no está mal, unos doce kilos más o menos, es llevadero. Salgo del albergue y la primera sensación es de un frío cortante que me congela las orejas, tal vez tenía que haberme puesto también el gorro. Me sorprende que sea totalmente de noche ya que son las siete y media de la mañana. En Galicia amanece sobre las ocho y media, casi una hora después que en mi tierra. A pocos metros del albergue hay una taberna abierta así que me dirijo hacia allí ya que necesito meterme algo en el cuerpo antes de empezar, de todas formas, es de noche cerrada y esta primera etapa preferiría iniciarla con algo de luz del día.
Un bocadillo de jamón y queso y un zumo de melocotón es mi primer desayuno en el Camino. El bocata me ha sabido a gloria, qué hambre tenía. Salgo de la cafetería y comienzo a caminar con los ojos bien abiertos en busca de las primeras señales que indican el Camino. Aún no ha amanecido totalmente pero dentro del pueblo se ve bastante bien. Voy siguiendo las flechas amarillas que me acompañarán en todo el recorrido pintadas en paredes, árboles, piedras, postes, señales y hasta en el propio suelo. No tardo más de diez minutos en abandonar Sarria y adentrarme en el bosque.

Un poco antes, bajando una cuesta muy empinada, me cruzo con dos peregrinos coreanos (supe que eran coreanos más adelante), me resulta muy curioso como baja ella la cuesta, lo hace de espaldas y muy lentamente. Al principio me resulta gracioso y un poco raro pero luego me doy cuenta que tiene su lógica, de esa manera descarga tensión sobre los gemelos y sobre los abductores. Cuando acabas de empezar parece extraño pero cuando llevas ya algunos kilómetros a tus espaldas es hasta práctico.
Apenas llevo el primer kilómetro andado y me encuentro con Emilio, madrileño, 44 años, delgado y un poquito más bajo que yo. Apenas se le ven los ojos porque él sí lleva gorro, un tío inteligente, no como yo, que ya no siento las orejas. Como los dos llevamos el mismo ritmo comenzamos a caminar juntos. Había pasado la noche en el mismo albergue que yo y empezamos a comentar las carencias de este mientras vamos avanzando.
Ya es completamente de día y la imagen de los campos helados, los riachuelos y charcos congelados y el barro hecho piedra por el frío es realmente impresionante. Según avanzamos vamos sorteando las dificultades del camino como caminar entre pequeños arroyos, saltando de piedra en piedra, o andar sobre zonas cubiertas de hielo.
Acabo de caer en uno de esos riachuelos. He saltado de una piedra a otra y al parecer tenía una fina capa de hielo que me ha hecho resbalar metiendo toda la pierna izquierda en el agua hasta la espinilla. Voy a sentarme en la cuneta a cambiarme los calcetines porque me ha entrado agua y no puedo seguir caminando así.
Conforme avanzamos Emilio me va contando su historia. Estuvo viviendo nueve años con su novia y se casaron hace dos. Al poco de estar casados su mujer lo engañó con un compañero de trabajo y él se enteró. Se divorciaron al poco tiempo y cayó en una profunda depresión de la que le costó salir casi un año. Pasó por la etapa de euforia, de fiesta en fiesta, de beber sin parar, de esnifar coca y finalmente volvió a caer en una depresión encontrando sólo refugio en una congregación religiosa de su barrio. Junto a ellos empezó a hacer senderismo, a salir en plan excursiones culturales, a llevar una vida más relajada y poco a poco fue superando su ruptura. Este es el paso final para esa superación, realizar en solitario el Camino de Santiago.
Supongo que quien hace el Camino en esta época tan poco apacible y en solitario es porque necesita solucionar o demostrar algo.
Ya es mediodía y hemos encontrado un pequeño mesón en una aldea que no sé ni como se llama. Entramos y nos encontramos dentro a Javier, otro compañero peregrino. Le pregunto a la mesonera qué nos puede preparar para almorzar y, por no variar, nos dice que un bocadillo así que pedimos que nos haga uno de tortilla con chorizo, que no sea por no meterme calorías en el cuerpo. Aquí estoy, a las doce y cuarto de la mañana, en plena sierra de Lugo tomándome mi segundo bocata del día con una copita de orujo de hierbas casero.
Después de que la mesonera nos selle la credencial seguimos rumbo a Portomarín, final de mi etapa y a donde nos restan tan solo 8 kilómetros. Caminamos los tres juntos, Javier, Emilio y yo. Javier, no muy alto, delgado, unos treinta y pico, ojos claros y pelo y barba rubios, nos cuenta un poco su situación. Vive en Cuenca y tiene una farmacia. Ha estado varias veces de misiones en África y es lo que a él realmente le gusta y le apasiona. Hacer el Camino es una manera de darse tiempo, de pensar, de meditar qué hacer con su vida, si quedarse en Cuenca en su farmacia o marcharse de nuevo a África. Una vez más alguien que busca respuestas en el Camino. Las dos y media y estamos cruzando el puente sobre el río Miño que da entrada a Portomarín.
Es impresionante la cantidad de agua que lleva el río como también impresionante es ver el embalse que entre montañas queda a la derecha del puente.
Subimos las empinadas escaleras que nos llevan a la entrada del pueblo y nos dirigimos hacia el centro del mismo. Portomarín no es muy grande pero tiene su encanto, simplemente por ver el Miño, el embalse y su iglesia-fortaleza, sin duda la más bonita de todas las que he visto durante el Camino, ya vale la pena visitarlo. Justo en la plaza de la iglesia me despido de Javier y de Emilio, van a seguir caminando un poco más. Yo no estoy muy cansado pero para ser mi primera etapa considero que 23 kilómetros son un buen comienzo.
Nos damos un abrazo y quedamos en vernos el sábado en Santiago. Veo como se alejan calle abajo, cargando sus pesadas mochilas, Emilio aún se vuelve para gritarme – Buen Camino-, es lo que todos te desean y deseas en todo el trayecto… Sé que no los voy a volver a ver…
Me dirijo al albergue donde voy a dormir esta noche. Es un albergue privado, el único abierto en esta época del año en todo el recorrido. La hospitalaria es un encanto, me abre el albergue y me da la llave. También se ofrece para lavarme y plancharme la ropa que lleve sucia, previo pago de 6 euros, claro está. El albergue es impresionante, literas nuevas de madera, limpísimo, una sala de estar enorme con televisión de plasma y cocina americana, vamos, todo un lujo comparado con donde estuve ayer. Es una pena que los albergues privados, que son mayoría en el Camino, no estén abiertos en enero porque por diez euros por día vale la pena hospedarse en ellos.
Después de la ducha de rigor y de rociarme piernas y hombros con Reflex gel, me echo un rato en mi litera, escuchando música de Enya y de Lorena McKennit, no tengo mucha hambre así que no voy a comer nada, el bocadillo de tortilla de chorizo de hace unas horas fue suficiente por ahora.
El albergue está vacío y por lo que me dice la hospitalaria no cree que venga nadie así que tengo un albergue para mi solito.
Me he quedado dormido, supongo que la mezcla de cansancio, calefacción y música suave han influido. Son ya las cinco de la tarde. Voy a darme una vuelta por el pueblecito, a echar unas fotos y a comprar algo para cenar. Salgo del albergue y me dirijo hacia el puente que cruza el río y el embalse. Qué belleza ver tal cantidad de agua rodeada de verdes montañas y bosques frondosos, es una maravilla. No me canso de hacer fotos pero es imposible captar en imágenes todo lo que estoy viendo. Empieza a hacer frío, aquí las temperaturas bajan muy rápido en cuanto empieza a atardecer. Ahora mismo estaremos a unos 0 grados pero esta próxima madrugada nos meteremos en cuatro o cinco bajo cero otra vez.

Me meto en un supermercado que hay cerca del albergue y me compro algo para cenar. Un sobre para hacerme una sopa calentita y un par de bolsas de patatas, sé que no es una cena muy nutritiva pero es lo que me apetece, ah, y dos chocolatinas, el azucar no puede faltar.
Son las nueve, he cenado, he visto un rato la tele y creo que no voy a tener ningún problema en quedarme durmiendo dentro de poco así que recojo y friego todo los cacharros que he utilizado para la cena, es otra de las diferencias entre albergues públicos y privados, aquí tengo platos, vasos, ollas, sartenes, etc…y en los públicos es muy raro encontrar menaje en la cocina.
Pongo el despertador a las siete y me meto en el saco. Tal y como había dicho la mujer no ha llegado nadie al albergue así que estoy totalmente solo. Esta noche va a ser muy diferente a la pasada. Cierro los ojos y empiezo a recordar todo lo que he vivido en este día. Empiezo a disfrutar del Camino.