Sufriendo por ti, sufriendo contigo
Amanece un nuevo día y estoy contigo. Es lo único que importa. Me quedé sola hace mucho tiempo. Continúo un año más y no encuentro trabajo. Apenas puedo hacer frente al día a día. Voy saliendo como puedo. Es duro. Muy difícil. Pero tú lo haces llevadero. Por el hecho de ser mujeres se nos presupone un aguante para el sufrimiento fuera de lo común. Pero no es cierto. No lo es. Sufro como cualquier ser vivo cuando lo hieren. Tenerte hace más llevadero ese sufrimiento. No te faltará nada.
Jamás olvidaré aquel primer día, cuando llegaste a mí. Nunca antes había deseado nada, pero a ti te anhelaba desde hacía tiempo.
Mi vida no es fácil aunque tenerte a ti, hija mía, hace que merezca la pena vivirla.
Buscando afecto
Camino cabizbajo, con las manos en los bolsillos, sumido en pensamientos que se encuentran muy lejos de la realidad que vivo. Llevo así las últimas dos horas. Los últimos dos días. Las últimas dos semanas...
Me paro frente al escaparate de los besos y contemplo uno dulce que me seduce desde el primer momento. Pregunto el precio y me desmorono. Demasiado caro. Intento negociar con la dependienta. Le explico que necesito con urgencia ese beso con sabor a esperanza. No hay manera. Me invita a pasear por otras secciones.
- Pruebe en la de abrazos, o en los apretones de manos.
Las pocas monedas que llevo me alcanzan para una palmadita en la espalda.
Mañana lo intentaré en una tienda de besos de ocasión.
Este blog es mi forma de compartir con todos vosotros mi día a día. Gracias a él sabréis de mis inquietudes, de mis alegrías, de mis tristezas...Es un blog en el que iré escribiendo todo aquello que considere merecedor de ser compartido y esperaré ansioso a leer vuestros comentarios. Porque lo más importante de este blog sois vosotros, mis amigos, mi familia y, en definitiva,todos aquellos que os molestais en leer lo que expone este humilde aprendiz de escritor. Va por vosotros.
miércoles, 15 de junio de 2011
viernes, 3 de junio de 2011
Mi cine
Me gusta el cine. Disfruto de cualquier género que el séptimo arte sea capaz de inventar. Tengo cientos de actores y actrices favoritos. Me apasiona el cine americano, y el europeo, y el oriental. Soy un enamorado del cine español, el de mi tierra, el de mi país.
Soy consciente de que formo parte de una especie en peligro de extinción. Sé que pertenezco a ese grupo cada vez más reducido de personas que acudimos a ver películas a las salas de proyección. A esa clase de seres que necesitan del cine para sobrevivir.
Sí, me gusta acudir a los cines, pero a los tradicionales, a los de toda la vida. Me gustan las grandes salas situadas en el centro de las ciudades, rodeadas de edificios a través de cuyas ventanas se asoman seres de otras especies a contemplar como los raros hacemos cola para sacar una entrada.
Me gusta mi cine. De butacas aterciopeladas, rústicas, de estrechos reposabrazos. Con asientos abatibles en los que resulta habitual encontrar algún agujero. Me gusta sentarme en ellas, acomodarme y mirar alrededor mientras espero que apaguen las luces. Soy de los que aún siente un cosquilleo en el estómago cuando la sala queda a oscuras y se abren las cortinas que cubren la pantalla. Porque mi cine tiene cortinaje. Dos grandes puertas de terciopelo rojo que se separan dejando paso a un universo de fantasía, épica e imaginación.
Nunca he sido de los que se incomoda cuando, una vez empezada la proyección, aparece el acomodador con su pequeña linterna guiando entre la oscuridad de la sala a un par de rezagados de última hora. Mi cine también tiene acomodador, Antonio. Siempre uniformado con su impecable traje gris y a punto de cumplir los sesenta. Este cine perdería parte de su esencia si él no estuviera.
En mi cine aplaudimos al acabar la película. De esta manera descargamos la tensión y recompensamos el mérito de quien nos arrancó unas risas o unas lágrimas. O simplemente reconocemos la labor de ese equipo de cientos de personas que han hecho posible que durante un par de horas logremos evadirnos de la monotonía cotidiana y del estrés diario.
Mi cine ha cerrado. Al parecer alguien llegó con varias hojas de números imposibles y dijo que no era rentable. Antonio, mi acomodador, me dijo con los ojos llenos de lágrimas que lo veían venir. Cada vez éramos menos los raros que hacíamos cola en las taquillas y más los que asomaban por las ventanas de los edificios cercanos.
Las grandes cortinas de la imaginación se han cerrado.
Soy consciente de que formo parte de una especie en peligro de extinción. Sé que pertenezco a ese grupo cada vez más reducido de personas que acudimos a ver películas a las salas de proyección. A esa clase de seres que necesitan del cine para sobrevivir.
Sí, me gusta acudir a los cines, pero a los tradicionales, a los de toda la vida. Me gustan las grandes salas situadas en el centro de las ciudades, rodeadas de edificios a través de cuyas ventanas se asoman seres de otras especies a contemplar como los raros hacemos cola para sacar una entrada.
Me gusta mi cine. De butacas aterciopeladas, rústicas, de estrechos reposabrazos. Con asientos abatibles en los que resulta habitual encontrar algún agujero. Me gusta sentarme en ellas, acomodarme y mirar alrededor mientras espero que apaguen las luces. Soy de los que aún siente un cosquilleo en el estómago cuando la sala queda a oscuras y se abren las cortinas que cubren la pantalla. Porque mi cine tiene cortinaje. Dos grandes puertas de terciopelo rojo que se separan dejando paso a un universo de fantasía, épica e imaginación.
Nunca he sido de los que se incomoda cuando, una vez empezada la proyección, aparece el acomodador con su pequeña linterna guiando entre la oscuridad de la sala a un par de rezagados de última hora. Mi cine también tiene acomodador, Antonio. Siempre uniformado con su impecable traje gris y a punto de cumplir los sesenta. Este cine perdería parte de su esencia si él no estuviera.
En mi cine aplaudimos al acabar la película. De esta manera descargamos la tensión y recompensamos el mérito de quien nos arrancó unas risas o unas lágrimas. O simplemente reconocemos la labor de ese equipo de cientos de personas que han hecho posible que durante un par de horas logremos evadirnos de la monotonía cotidiana y del estrés diario.
Mi cine ha cerrado. Al parecer alguien llegó con varias hojas de números imposibles y dijo que no era rentable. Antonio, mi acomodador, me dijo con los ojos llenos de lágrimas que lo veían venir. Cada vez éramos menos los raros que hacíamos cola en las taquillas y más los que asomaban por las ventanas de los edificios cercanos.
Las grandes cortinas de la imaginación se han cerrado.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)