sábado, 16 de febrero de 2013

El Heredero de los Seis Reinos


Estimados lectores: 

    Como habréis podido observar, durante este último año no he publicado ninguna entrada en el blog. El motivo de esta ausencia de relatos e historias no es dejadez o desidia, sino todo lo contrario. Desde hace poco más de un año estoy trabajando en el proyecto de mi primera novela y como no soy de los que se conforman con poco, he decidido escribir una pentalogía de género fantástico. Un saga que espero poder compartir con todos vostros y a la que estoy dedicando mi vida. Son muchas horas de trabajo y creación para conseguir que esta obra sea digna de ser leida. 

     Os dejo el enlace del blog "Historias de los Seis Reinos", dónde podréis seguirme a partir de ahora y disfrutar, espero, de este mundo de fantasía que he creado para vosotros. 

    Gracias por el apoyo y cariño que me habéis brindado hasta hoy, y sobre todo mil gracias porque estoy convencido de que seguiré contando con vosotros en esta aventura que emprendemos juntos.



 

martes, 30 de agosto de 2011

La sombra

- Me gustaría que me contaras lo sucedido -, aseguré con vehemencia.

La muchacha desvió la mirada de mis ojos y la dirigió a la ventana. Se mantuvo unos minutos en silencio. Buena señal, el silencio es el hábitat dónde se cultiva la palabra. Pasados unos minutos comenzó con voz decidida:
- Es una caja guarda secretos.
Me quedé mirando fijamente esas dos manos entrelazadas y apretadas como si guardaran un gran tesoro que no quisieran dejar escapar.

- Y dime, ¿cómo funciona?
- Es sencillo. Todo aquello que me ocurre, y que no quiero contar a nadie, lo meto aquí dentro y así estoy a salvo de que pueda enterarse alguien.
Seguía observándola atentamente mientras analizaba lo que me acababa de decir. Su compostura, sus gestos, su mirada. Lo que me estaba contando era real, o al menos, ella pensaba que lo era.
- ¿Qué tienes guardado en estos momentos? ¿Algún secreto interesante?
- Sí.
- ¿Me lo contarías a mí?

La joven pareció hundirse en fantásticos pensamientos. Su presencia me inquietaba. Aparentaba ser frágil como esa llama que hay que proteger del viento. Algo en su mirada parecía estar destrozado de forma irremediable.
Se acomodó y acabó diciendo:
- Salí a caminar temprano, como todos los días. Me dirigí a las afueras del pueblo. Me gusta dar largos paseos bajo la penumbra que provocan las primeras luces del alba. No llevaba ni diez minutos andando cuando me percaté de que había algo que se movía a unos metros de mí. Me quedé parada, fijando la vista en aquella silueta. Se movió con rapidez pasando a poca distancia del lugar dónde permanecía inmóvil, aguantando la respiración. Lo vi con mucha claridad. No era muy alto, llevaba una vieja gabardina y un sombrero. Todo era del mismo color.
- ¿Qué quieres decir?-, interrumpí.
- Pues lo que he dicho, que todo era del mismo color, su cara, su sombrero, la gabardina. Todo era negro, igual que el reflejo que proyecta nuestra imagen sobre una superficie cuando nos apuntan con un foco de luz. Una sombra.
- ¿Cómo en el cuento de Peter Pan?-, le pregunté mientras esbozaba una leve sonrisa.
- No me gusta que se rían de mí. Si no me tomas en serio me marcho-, me contestó con un tono de voz bastante malhumorado.
- Lo siento, no era mi intención. Por favor, continua, no volverá a ocurrir.
- La sombra pasó de largo y se encaminó hacia una colina cercana. Luego se sentó sobre una gran piedra y, cuando los primeros rayos de sol despuntaron, desapareció. Me acerqué al lugar dónde había estado sentada y entonces…
-¿Entonces?
- Entonces nada.

Una lágrima recorrió su mejilla derecha mientras con un pañuelo se secaba la nariz. Se había acurrucado en posición fetal sobre el sillón y sus manos seguían juntas y apretadas. Sin duda, en el espléndido edificio de su memoria se había derrumbado algún pilar haciendo que toda la estructura se viniera abajo. Sentía curiosidad por saber el final de la historia pero era consciente de que si seguía insistiendo le provocaría mucho sufrimiento.
- Te agradezco que me lo hayas contado, Laura. Por hoy es suficiente. Si te parece continuamos mañana. Puedes volver a tu habitación.
- Gracias doctor, hasta mañana…


martes, 16 de agosto de 2011

Encrucijada

¿No habeis sentido alguna vez la sensación de estar atrapados en un presente que no se parece en nada a lo que en el pasado llamábamos futuro deseado?
Ayer, sentado frente a una vieja libreta garabateada con apuntes de partidas de cartas y listas de la compra, se me vino a la cabeza esta reflexión y escribí las siguintes líneas que encierran una amplio abanico de interpretaciones:

No quisiera tener que escribir las letras que ahora se agrupan afiladas en la frontera del razocinio.

No quisiera tener que decir lo que durante tanto tiempo he callado, salvaguardando así la memoria de un pasado real convertido en presente ficticio.

No quisiera ver como ceden los pilares de ese sueño que tantas noches acompañó mi deambular por el mundo de los ingenuos.

No quisiera... Pero quiero.

No quiero... Y no puedo.

No puedo... Pero debo.

¿Debo?...

Sí...

No...

No quisiera tener que elegir...


jueves, 28 de julio de 2011

El timbre

Me incorporé de un salto al oír el timbre. No consigo recordar cuánto tiempo llevo tirado en el suelo dibujando este pictograma. De hecho, no sabía ni que fuera capaz de escribirlos y mucho menos de interpretarlos, pero allí estaban esa cantidad de símbolos tatuados sobre el suelo del salón de mi apartamento.
Me acerqué a la mesita donde tengo el teléfono, junto al sofá, y descolgué el auricular.
–Sí, ¿quién es? -, pregunté.
Al otro lado de la línea se oía una respiración profunda y entrecortada, jadeante en algunos momentos. Permanecí escuchando unos segundos y volví a decir:
-¿Hola?
El timbre me hizo reaccionar así que dejé el teléfono caer sobre la mesa y me dirigí corriendo hacia la puerta.
De camino tropecé con la enorme maleta de viaje que permanecía abierta en medio del pasillo con toda la ropa de invierno bien ordenada en su interior. Entre dos forros polares asomaban los billetes de avión de mi último viaje a Paris.
Qué maravilla de viaje, lo recuerdo perfectamente. Allí conocí a Marlene, una francesa de metro setenta, largas piernas, medidas de escándalo, pelo rubio cortito y ojos verde esmeralda. Eso sí, a pesar de esos ojazos y ese cuerpo, no había visto en mi vida una mujer tan fea como ella. Recuerdo especialmente aquella tarde cuando paseamos junto al río Sena en lo alto de un camión de bomberos para luego terminar cenando un sándwich a los pies de la torre Eiffel.


Abrí la puerta y no había nadie. Me asomé y miré a derecha y a izquierda. El pasillo estaba oscuro. Mi casa está situada en pleno Vallecas. Es un enorme edificio de seis plantas con doce apartamentos en cada una. Encendí la luz del pasillo y pude ver a una de mis vecinas, la señora Guzmán, entrando en su piso. Vestía como siempre. Su viejo abrigo verde, su bolso color negro y un gorro ajustado a su cabeza del mismo color que el abrigo.
– Señora Guzmán-, le grité, -¿Ha llamado usted a mi puerta?
La anciana se quedó parada sin entrar a su apartamento. Me fijé entonces en su espalda y me percaté de que aquella mujer no podía ser la señora Guzmán. Llevaba una especie de tatuaje que le cubría toda la parte trasera del abrigo con los mismos símbolos del pictograma que yo había descifrado hace unos minutos. Lentamente aquella desconocida se fue girando hacia mí y en ese momento pude verle las manos asomando por el final de las mangas del mugriento abrigo. Las uñas eran largas y sucias, las manos muy arrugadas y llenas de cortes, heridas y restos de lo que parecía ser sangre. La mujer se giró completamente y me miró a los ojos. Fui incapaz de contener un grito de horror al ver aquella cara.
Volví a entrar en mi apartamento y cerré la puerta con los dos cerrojos más la cadenita de seguridad.
Estaba asustado, tembloroso y al mismo tiempo no podía parar de reír. Seguía escuchando el timbre, aunque ahora parecía más una sirena. No me había dado cuenta hasta ese preciso instante del fuerte olor a quemado que había en toda la casa. Bajo la puerta que acababa de cerrar empezaron a aparecer pequeños filamentos de humo negro. Podía escuchar como alguien, o algo, la estaba arañando desde fuera. Me dirigí a la ventana para utilizar la escalera de incendios. Abajo, en la calle, se agrupaban varios coches de bomberos y la policía había acordonado la zona con cinta amarilla para que los curiosos se mantuvieran alejados. Me quedé allí, inmóvil junto a la ventana, observando la escena, hasta que aquel maldito timbre me devolvió una vez más a la realidad.
Tenía que actuar rápido. Me puse una toalla mojada cubriéndome la boca y la nariz, cogí la maleta y la lancé con todas mis fuerzas por la ventana. No miré al tirarla y por eso no pude evitar que cayera sobre uno de los bomberos que subía por la escalera mecánica en dirección a mi ventana. El impacto fue terrible y lo hizo caer desde una altura de más de quince metros. Desde abajo otro bombero parecía estar diciendo algo a través de un megáfono pero donde yo estaba no se oía más que un ligero timbre.
Un fuerte ruido llamó mi atención y al girarme pude ver que la puerta de la calle estaba abierta y una sombra se abalanzaba sobre mí cogiéndome con fuerza y empujándome hacia la ventana. Esta vez el timbre se convirtió en grito.
- Aagggggggg
Me incorporé con un sudor frío que me empapaba el cuerpo. Miré hacia la ventana sin poder abrir aún los ojos completamente cegado por la luz del día. Tanteé con mi mano derecha la mesilla y atiné a apagar el despertador. Por fin cesó el maldito timbre.